Nexo Taciturno: crónicas del eterno –AlePonce
Nexo Taciturno: Cronicas del eterno
“¿Hasta donde llegarías para explorar ese pequeño fragmento a lo desconocido? Los que escuchan aquel ruido blanco no son locos espontáneos, son minúsculos lectores.
Prepárate para un viaje de narrativa intensa dónde el horror se entremezcla con ciertas matices de la realidad. La primer etapa: Voces y secretos mejor guardados de la humanidad.
¿O tal vez no realmente? Nadie lo sabe.”
SINÓPSIS:
“Hay preguntas que no se hacen en voz alta.
Hay verdades que no aparecen en ningún archivo.
Y hay un sonido que nadie admite haber oído.
Dereck es un hombre cualquiera... o eso parece.
Heredero de una vida monótona y de una cuenta bancaria que apenas lo mantiene a flote, dedica sus días a entrevistar a desconocidos: personas comunes que vivieron cosas inexplicables.
Encuentros con presencias, entidades , vacíos en el cielo, fallas en la realidad.
Solo Fragmentos inconexos que, poco a poco, comienzan a formar un patrón.
Pero Dereck no es el único.
Hay otros Testigos, buscadores, víctimas.
Y todos tienen algo en común: El color, el ruido blanco, y esa grieta vertical que divide el cielo.
Esto no es una historia.”
Prólogo: Aquello que nunca comenzo
El inicio de todo jamás ha sido por una explosión. Ni tampoco por la creación de otra creación, ¿O si? No lo sabemos...
En algún momento, la estructura entre lo desconocido se rompió.
Esa larga brecha que abarca entre nuestro universo, galaxia, y los cosmos.
Algo que ningún ser vivo podría llegar a comprender debido a la inocua, pero también, diminuta perspectiva dentro de la explicación a lo que denominamos lógica.
Una anomalía que no rompió las leyes físicas: Las reescribío.
En la tierra, los relojes cotidianos quedaron marcados en mismas horas que avanzaban.
Tal vez pequeños invididuos sintieron cosquilleos en la nuca. Otros, un simple ruido blanco; un zumbido sin fuente, sin dirección, sin realidad sintonizada.
¿Cuando paso? No lo sabemos, fue un desencadenamiento sin frenesí.
Con el tiempo, esos defectos evolucionaron . En los países, relatos y leyendas se dispersaban adaptando una cultura global.
En el centro, una grieta del cielo, vertical como una cicatriz en el vidrio.
Después de eso solo quedó el color: El color que siempre conocemos, que sentimos todo el tiempo, que inventamos. Pero,
¿Realmente exploramos ese color?
Estamos en un camino sin descripción ni palabras para revelarlo.
Porque solo somos eso,
y nada más que eso.
E-Xylon
CAPÍTULO l: El Reloj Avanza Inverso
..∆...'''....∆---.../\
—¿Qué...? Oh, solo fue un sueño. Un extraño sueño.
Me levanto todos los días a esta misma hora: 10:45 PM.
Desayuno un café, pago la renta de la casa anualmente, veo las noticias, me baño... y es momento de trabajar, Dereck.
Año 2026. Época contemporánea.
Las calles y la ciudad siempre me parecen monótonas; absorbidas en una especie de delirio repetitivo por la supervivencia de nuestra vida.
No digo que yo no esté haciendo eso ahora mismo, ja... por supuesto que sí.
De manera inesperada, "Philip": un ex colega de la universidad que conocí a inicios del primer año.
—¡Hey, Alex! ¡Cuánto tiempo!
—¿Por qué me llamás con ese nombre, Phil? Sabés que ni siquiera pega con el primero.
—¡Vamos, hombre! Dereck Alexander Ferrer... ¿Dónde viste ese nombre? Es fantásticamente ficticio, amigo.
Él siempre fue un tipo pesado. Por alguna razón, tras salvarlo de una materia, el chico me sigue agradeciendo durante otros diez mil años.
—Como digas... ¿Qué te trae por aquí, entonces?
—Solo iba de compras. Como sabrás, acabo de mudarme por acá, ¿sabés? Aunque la renta está... em, estable, creo yo.
—Ya veo. ¿Seguís estudiando?
—No, hombre. Eso ya terminó para mí. Realmente no me daba tanto cuero para seguir estudiando —dice, mientras exhala fatigado—. Uff... fue abrumador. Ni siquiera sé por qué me había metido ahí. Tal vez por mi novia.
Entonces eso significa que la ayuda que le di fue en vano. Wow, curioso.
Seguí caminando con él, mientras íbamos dispuestos a cumplir nuestros respectivos caminos.
—Por lo que veo, estás a punto de entrevistar a alguien pronto, ¿no? ¿Eventos paranormales?
—Sobrenaturales —aclaré.
—Sí, eso. Sabés, nunca entendí bien tu oficio principal. Entre tu trabajo para ganarte la biyuya y... lo que sea que hagas ahora mismo.
—Soy investigador independiente, Morris. Estudié varios años para hacer esto... aunque, para ser franco, ni siquiera sé si lo que estoy haciendo es algo fantástico.
—Y aún así no sé cómo aprobaste Matemáticas y Filosofía en sexto año de secundaria.
—¿Cómo sabés eso?
—Me lo contó tu curiosa amiga... ¿Candal era? Y, oye, ¡¿qué es eso de Morris?!
—No es mi culpa que tu nombre y apellido conjunten el título de una marca de cigarrillos.
La conversación se vio detenida luego de que esperé a Philip comprando pan en una tienda.
El cielo parece más celeste de lo normal. No hay nubes, ni fragmentos. Por lo menos, no hay tanto tráfico.
—Sabés... me encantaría saber más sobre lo que hacés, pero es tan confuso.
—Investigo eventos sobrenaturales que hayan pasado en nuestro mundo, Phil. Ya sea cosas a las que denominan fantasmas, aliens, demonios... lo que sea. Pero no lo hago como un hobby normal, no, no. Lo hago con pruebas, archivos contundentes y también libros. Siento que todo está conectado por una causa... mm, tal vez algo que aún ni siquiera sabemos.
—Ya veo... ¿como el Necronomicón?
—No, Phil —dije indignado—. Ese libro fue ficción de un grandioso autor, pero no hay pruebas reales de su existencia. Esto... esto es más.
Él se quedó mirándome por unos segundos, casi pausado, tratando de memorizar la información que le acababa de dar.
—Bueno... la verdad, no entiendo mucho. Aun así, te deseo suerte en tu viaje, Alex. Estoy seguro de que podrías llegar lejos con esto —dice, confuso pero a la vez comprensivo, mientras me da un apretón de manos.
—Lo mismo digo, Philip. Suerte.
Morris se aleja con su bolsa de pan en mano, todavía rascándose la cabeza por todo lo que le conté. A veces creo que hablo demasiado. O quizás demasiado claro.
El reloj del celular marca las 11:45 PM.
Hora de enfocarse.
Abro una vieja app de notas donde tengo registrados varios nombres. Personas que alguna vez me contactaron, o que yo encontré entre artículos locales, publicaciones olvidadas en foros, o llamadas anónimas que se cortaban antes de decir “hola”.
Hoy tengo una cita: alguien en los límites del barrio Cárdenas.
Un tipo que asegura haber experimentado un error en su realidad.
¿Delirio? Tal vez.
¿Mentira? También.
Pero a veces, entre tantas versiones... se esconde algo más.
Tomé el autobús dispuesto a encontrar, baje en la avenida y dirección que me había propuesto el sujeto (ya estaba acostumbrado a estas cosas), tal vez sería otra simple anotación más, pero... aún así me sirve.
—Hola tu eres el investigador verdad? —Me pregunta un hombre sosteniendo en el marco de una puerta de la casa .
—Asi es, usted es el sujeto loewel verdad?
—Sisi, porfavor pase.
Si es él, cabello con una ligera calvicie en el lado derecho frontal, ligeras canas, cuerpo endomorfo, arrugaciones en las mejillas, voz mediana grave. Aunque su tono parece desesperado, tal vez buscando la manera en que alguien le crea.
Entre cautelosamente a su casa, por lo visto no estaba solo, su sobrino "Ian": se postraba jugando en su habitación a los videojuegos con su celular.
luego de unos minutos de charla, finalmente llegó el momento de que me contara la verdad.
—Entonces señor Manuel, usted reafirma haber presenciado un error en su sistema ¿no es así?
—Si definitivamente investigador Dereck, tengo pruebas como la confirmación de los horarios, las cámaras de vigilancia, etc. pero jamás le hemos encontrado explicación, ni siquiera ella.
Lo miro atentamente, su expresión parece no de miedo pero si de impotencia. impotencia de no saber cómo clasificar de si, esto es real.
—Bien, me gustaría escuchar atentamente su testimonio Manuel.
—Vale prepárate— Dice mientras suspira con la mente en blanco, como si reviviera ese recuerdo.
Registro de campo — Investigador Dereck Ferrer
Archivo N°006— Clasificación: “Falla en el tiempo”
Sujeto entrevistado: Manuel Loewel
Tomé el autobús rumbo a la dirección que me había proporcionado el sujeto. Ya estaba acostumbrado a estas situaciones: otro relato extraño, quizás, pero cada testimonio suma.
Al bajar en la avenida indicada en el barrio. Un hombre me esperaba en el marco de una casa modesta. Su semblante era tenso, como si esperara algo más que una simple visita.
—¿Usted es el investigador, verdad? —pregunta.
—Así es. ¿Manuel Loewel?
—Sí, sí. Por favor, pase.
Lo observé con atención mientras me guiaba hacia el interior.
Efectivamente, las descripciones delataban que era Él; Cabello escaso en la parte frontal, algunas canas desordenadas en su pelo rizado, cuerpo de complexión endomorfa; Tono de voz semi grave, pero contenía cierta ansiedad. La de alguien que aún no ha sido tomado en serio.
Entré con cautela. No parecía estar solo; su sobrino, Ian, jugaba en su habitación, absorto en su celular. Tras unos minutos de charla introductoria, comenzamos la entrevista formal:
—Entonces, señor Loewel, ¿usted afirma haber presenciado una anomalía temporal o un error sistémico?
—Así es, investigador Ferrer. Tengo pruebas: registros de horarios, cámaras de vigilancia, respaldos. Pero nunca pudimos explicarlo... ni siquiera ella.
Lo observo con atención. Su rostro no transmite miedo, sino frustración. La impotencia de no poder clasificar lo vivido.
—Bien —Digo preparando la grabadora—. Me gustaría que relate su experiencia con la mayor claridad posible.
Manuel asiente, bebe un sorbo de agua, respira profundo y comienza:
—Vale prepárate... Trabajaba como empleado temporal en una oficina: Archivar papeles, cargar datos... era tedioso, sí, pero me gustaba. Había estructura. Me llevaba bien con una compañera de otra sucursal. Solo hablábamos por correo o chat, pero nos entendíamos bien. Solamente colaborábamos cuando cambiaban políticas o sistemas internos.
El sujeto hace una breve pausa interna, como si buscará organizar su memoria:
—Un día nos llega un correo. Había entrado en vigor una nueva legislación. Nos daban 24 horas para implementar cambios importantes: Redacción de nuevas normas, carga de datos, capacitaciones... una locura.
Así que la llamé. Fue la primera vez que escuché su voz. Organizamos una reunión con IT y otros sectores. Cerramos nuestras oficinas y trabajamos durante cinco horas, sin parar. Yo escribía sin descanso, ella coordinaba. Teníamos chats paralelos para incorporar ideas. Todo fluía normalmente.
—¿Y luego? —Pregunto .
—Redacté un informe y se lo envié a mi supervisor para su aprobación. En ese momento escuché sus pasos acercarse. Entra desesperado, preguntándome si había visto el correo de la legislación. Le dije que ya estaba todo resuelto, que revisara el documento...
Pero no lo encontraba. Decía que mi compañera había estado todo el día fuera, en una cita con el dentista.
Lo tomé como un malentendido... hasta que abrí mi bandeja de salida: No había correo. Revisé los chats; vacíos. Según el sistema, inicié sesión a las 7:42 de la mañana y... no hice nada. ¡Nada! Ni un movimiento. Como si no hubiese trabajado ese día.
Manuel hace otra pausa. Esta vez más larga de lo previsto:
—Intenté reescribir lo que recordaba, con una excusa técnica absurda. Más tarde, una colega golpeó la puerta de mi oficina. Me dijo que había ido a buscarme seis veces... y que no estaba. Pero yo sí estaba. Todo el día.
Me acerco un poco más, sin interrumpirlo:
—Escribí de nuevo a mi compañera. Me agradeció por mencionarla como coautora en el documento. Pero negó haber hablado conmigo. Según ella, no se conectó en todo el día. Nunca existió la llamada.
Su mirada se pierde un momento en el suelo, mientras le da una calada a su bebida:
—Pedí que revisaran cámaras, historiales... nada. Nadie me vio. Nadie oyó nada. Todo indica que jamás estuve ahí. Pero lo viví. Lo viví de verdad.
—¿Está seguro de que la voz que escuchó de su contraparte era la misma?
—¡Por supuesto que sí! —Exclama, y luego baja la voz—. Era ella. Tal como la imaginaba. Sé lo que viví... y sin embargo, no se cómo demonios paso.
Guardo silencio unos segundos. Lo entendí. Más de lo que él imaginaba.
Manuel mira el reloj colgado al lado de su heladera; en la pared:
—¿Alguna ves has creído en que el tiempo es relativo?
—Jum... Todo el tiempo Manuel, todo el tiempo.
Minutos después, El me llevo a una de sus habitaciones.
Me mostró sus archivos, y los videos de la cámara de seguridad, conversaciones posteriores al suceso. Efectivamente, el caso de Manuel era real. Y su confusión lo delataba.
—Gracias por escucharme... de verdad investigador Dereck.
—Gracias por tu testimonio, Manuel. Créeme, no eres el único que ha experimentado algo así. Registrar esto es importante.
Nos dimos la mano con firmeza. Me escolta hasta la puerta, y al girarme para despedirme, noto que su mirada seguía buscando algo. Como si, todavía hoy, esperara que la realidad se corrigiera.
15:20 PM. El tiempo pasó volando. Aunque podría quedarme una cita más...
El tiempo suele irse así, rápido. A veces, ni siquiera somos conscientes de lo que nos rodea. Pero hay algo que, en el fondo, incomoda a todos: esa sensación de... ja, qué más da. No tiene sentido que intente profundizar en algo que aún no termino de resolver.
Desde que tengo memoria, siempre he tenido sueños. Algunos simples. Otros, aterradores, grotescos. A veces absurdos. ¿Por qué?
A veces también siento que algo nos conecta. Intuición, sí. Pensamos demasiado en que algo va a pasar... y pasa. ¿Y si en realidad lo manifestamos? Lo negamos, pero mientras tanto, algo dentro del cuerpo —en los muslos, en las piernas, en las manos— hace clic. Y entonces sucede.
No sé si es sólo intuición. Es algo más.
Qué importa. Ya son las 16:00 PM. De tanto reflexionar, es hora de volver a casa.
O si realmente es mí casa.
CAPÍTULO ll: La antesala de lo previsto
Día viernes: año 2026 10:45 PM.
Otro día más. Bueno, es hora de desayunar... aunque esta vez mi lado investigador será más tenue. Todo transcurre básicamente igual.
Anoche hice otra investigación ligera, sin demasiada profundidad:
"Diablada de la Sierra, 1999 - Argentina"
Campesinos de Jujuy encontraron en un cañadón cientos de figuras talladas en roca que, según testigos, se movían al atardecer.
Evidencia: fotografías y filmaciones que vibran, oscilan, como si fueran incapaces de mantenerse estáticas. Un equipo de arqueólogos se negó a publicar el hallazgo.
A veces me pregunto si estas cosas pasan por algo, o si somos simplemente víctimas de nuestra inexperiencia, viendo patrones donde no los hay. ¿Qué más da? Hoy tengo dos citas. La más tardía será a las 20:00, con un hombre de 28 años: Delvin. Según él, tiene mucho material para contarme. Espero que sea de fiar.
Salgo al patio. Tengo que vaciar el pequeño pozo donde cae el agua de la ducha. Es parte del contrato de alquiler. Molesto, pero tolerable.
Mmm... ¿y ese sonido?
Parece venir de más allá de la casa rosada, justo en la esquina. Curioso, porque después de esa calle solo hay campo: ningún vehículo debería poder pasar. Tal vez sea un tractor. Aunque... hay una especie de bruma gris elevándose en el cielo. Rara. Como un humo que no debería estar ahí...
12:45 PM - Plaza San Jorge
(Relato corto de un conocido de Dereck)
—Entonces, ¿qué más pasó?
—Ya sabés, fue bastante inusual Alex. Me estaba yendo a encontrar con un colega a las cuatro. Así que salí tipo 15:30, porque tardo media hora en llegar. Pero al llegar... ya eran las cinco.
—¿Y?
—Y nada. Se suponía que me iba a esperarcasi a las afueras de la ciudad, pero no lo vi. Así que di media vuelta.
Y en el camino de regreso ¡pum! nos cruzamos. Los dos medio molestos, claro. Cada uno juraba haber llegado a tiempo. Describimos el camino con lujo de detalles: la bici estacionada, la panadería en la esquina, el montón de hojas secas... todo coincidía.
—¿Y eso fue todo?
—No. Cuando llegué a casa ya eran las siete. O sea, cuatro horas. Que no viví.
—Interesante, Paul. Supongo que lo único que tenés como prueba son los horarios, ¿no?
—Y... ¿no creés que si tuviera una prueba más contundente estaríamos en algo más grande y no comiendo medialunas en esta plaza?
—Buen punto.— Sonreí, con un sarcasmo leve pero inevitable.
El mediodía parece arrancar bien. Conozco a Paul hace años; tal vez en la Universidad cuando Philip me lo presentó. No es alguien de inventar para llamar la atención. Aunque su relato no es lo suficientemente contundente para mí investigación.
—¿Quieres que te cuente algo más raro todavía? —intervino la amiga de Paul, mientras jugaba con una ramita en el banco—. Me pasó hace dos años. Viernes a la noche, me quedé en lo de un amigo porque íbamos a jugar al FIFA nuevo. Todo normal, pintaba pijamada gamer. Pero alrededor de las nueve me empecé a sentir mareada. Tal vez resfriado, o quizás el cuerpo me pedía cama. Le dije que mejor me iba a casa y hacíamos la quedada otro día.
—¿Y?
—Y salí tipo 9:40. De su casa a la mía hay 15 minutos caminando. Estaba oscuro y hacía frío, así que apuré el paso. Llego, las luces prendidas. Abro la puerta y mi madre me abraza llorando.
—¿Qué carajos...?—Se asombra Paul levantando la ceja. Creo que no está acostumbrado a escuchar este tipo de relatos.
—Eso mismo pensé yo. Le pregunte qué pasaba, y Me dice de manera literal: "¿Dónde estuviste?! ¡Te buscamos todo el día!". Le explique que estuve en lo de mi amigo... pero ahí me dice: "¡Eso fue ayer!".
La amiga de Paul no denota engaños. Su Anécdota, pese a usar su humor sarcástico. Fluye con mucha naturalidad, y parece caer en la percepción de la persona.
—Saco mí celular, Miro la fecha. Domingo. 10 de la noche. Eso significa que fue hace 24 horas después. Para mí, fueron 15 minutos de caminata. No me desmayé, no dormí, no recuerdo nada. Nada.
—¿Tu amigo qué dijo?—Pregunto intrigado.
—Que me fui normal. Ni cuenta se dio. Como si me hubiera ido y desaparecido del planeta.
—Raro...—Exclame, mirando la fuente seca de la plaza.
—Sí. A veces pienso en eso... gente que desaparece. ¿Estarán volviendo ahora, sin saber que pasó un día? O una semana. O nunca.
No es mucho para mí informe, pero no está nada mal. Creo que podría agregar estos pequeños relatos de mis amigos.
Por lo visto este día será bastante ligero, creo que podría pasar un rato más con ellos..
ya es mediodía, por suerte el sueldo del trabajo del mes me es lo suficiente para abstenerme a esta semana completa. Así que sin preocupaciones. Ahora estoy caminando en la plaza con ellos:
—Oye, Dereck, una pregunta. ¿Cómo haces para sobrevivir?
—¿A qué te refieres, Paul?
—Ya sabes, eres investigador por tu propia cuenta. Eso significa que no recibes ni un centavo por esto. Vamos, dime, ¿qué haces entonces? ¿Alguna venta ilegal? ¿Envíos a domicilio? ¿Pizzero de noche? Oye, yo soy quien para juzgarte. Es decir, Nadia sabe que trabajé de escort.
¿Qué? ¿Por qué me está diciendo este tipo de cosas? Que más da, se lo diré:
—Tengo licenciatura en antropología urbana. Completé la beca durante cinco años. Además, estudié algunas ramas como el periodismo, la ufología y la psicología de la mente humana. En resumen, aproveché los recursos de la universidad. Y a veces hago pequeños trabajos, como guardia de bibliotecario, docencia, etc.
—¡Vaya, este chico viene extra preparado!— Bocotea mientras golpea con el codo a Nadia (la amiga de Paul).
—Eres tarado, ¿no?— Dice ella alzando una ceja, se ve que está acostumbrado a estas estupideces de Paul.
Es gracioso, estos encuentros. A veces me hacen sentir un poco desconectado de lo que hago, así que no viene mal de vece en cuando.
19:45 PM: Dereck en su alquiler nuevamente.
Bueno, sin duda fue un día bastante tranquilo. Me alejé un poco de la rutina habitual, lo que no está nada mal. La conversación con Paul y su amiga, aunque poco reveladora, me recordó que a veces las respuestas más extrañas provienen de donde menos las esperamos. En fin, ahora toca lo que realmente importa.
Miro el reloj. Son casi las ocho de la tarde. Tengo que salir ya. Delvin me está esperando. Según lo que me dijo por teléfono, tiene material que podría ser relevante, aunque todavía me cuesta creerlo. No suelo fiarme fácilmente de los desconocidos, pero en su caso, parece que algo en sus palabras resuena de manera diferente.
Salgo de la casa, el aire fresco de la noche me recibe de golpe. Dejo que la brisa me despeje un poco antes de pensar en cómo llegar. Podría caminar hasta la estación de tren, pero la distancia me haría perder más tiempo del que quiero. En fin, siempre me pasa lo mismo. Decido tomar un taxi, rápido, directo.
El auto me lleva a través de calles, las luces de la ciudad reflejándose en los espejos retrovisores del taxi. Casi todo parece estar en calma rutinaria.
llegamos, es una las casas más alejadas de la ciudad, lejos de la zona céntrica. La casa de dos pisos se ve algo desordenada, con algunas ventanas sin cortinas y una entrada algo oscura. La luz tenue que emana de dentro refleja la sombra de un árbol que se agita al ritmo del viento.
Respiro hondo antes de bajar del taxi. Es solo una visita más:
—¿Hola?—Pregunto al abrir la puerta la cual no estaba cerrada. —Soy el investigador Dereck Ferrer, ¿hay alguien aquí?
Un sujeto baja de una corta escalera, aparentemente de unos 30 o 40 años. es él sin dudas:
—Bienvenido señor Dereck. es un placer conocerlo-—Dice amistosamente mientras estrecha mí mano.
—El Placer es mío, por lo visto estaba ansioso con hablar conmigo.
—Bien ¡vamos arriba—Dice con ánimo
Subo escalón por escalón, la casa parece ser bastante detallista. me preguntó si será de el o compartida. tal vez su verdadero dueño se tomó el día libre.
Delvin agarra una botella, creo que es una bebida como gaseosa mientras toma. en su habitación tiene un ancho bastante largo, talvez 5 metros de ancho. La habitación en general; Luces destellantes algunas verdes otras claras. Folletos, y cosas de su trabajo.
me sentaré.
—Bien— Se frota las manos.—¿que te parece si nos vamos conociendo un poco ?
—Si, creo que estaría bien.
No parece mostrar nervios, ¿un fanático conspiraoico? no lo se.
—Tu acento me hace decir que eres Europeo ¿no es así?
—Acertaste Dereck ¿lo pronunció correctamente?, me mudé aquí luego varios años de trabajo. Para ser franco, son unas vacaciones... unas largas vacaciones. Y creo que es en vano decirte que estudie varios idiomas, por eso nos entendemos¡ja! ?no?
—Si, por lo visto si.
—Y tu que eres? Latino? Inglés? Asiático? Jaja
—Creo que nos estamos desviando del tema.
—Si tienes razón
Sus expresiones y tonos me hace deducir que es alguien muy hiperactivo, según lo que he observado no parece tener acciones sospechosas.
—Entonces... ¿en qué momento de tu vida decidiste que era buena idea llamarme?— Pregunto, mientras observo una especie de mapa pegado en la pared, lleno de hilos rojos. Clásico.
Delvin da un sorbo largo a su bebida, antes de largar lo que parece un monólogo eterno:
—Hace unos meses. No fue una decisión espontánea. De hecho, tenía miedo de que pensaras que soy un loco más.
—Eso es una posibilidad que jamás debemos descartar, incluso conmigo.— Le respondo sin rodeos, preparando la grabadora—. Pero también pensé: si alguien se toma tantas molestias, algo quiere decir. Así que vine.
Delvin asiente. Por primera vez lo noto un poco más serio.
"¡Ja!" Es la respuesta que obtengo. Por lo que tengo entendido, es un tic natural suyo. Mientras tanto, hojea algunos libros. Reconozco un par: Pasaporte a Magonia, El Colegio Invisible y un tomo viejo de Jung.
—¿Qué buscas exactamente con todo esto, Dereck?
—¿Qué busco? Bueno... supongo que destapar algo que nadie ha destapado. ¿Lo entendés, no? Tengo la idea de que cada cosa, cada evento, tiene una línea. No creo que sean unidades al azar. Debe haber algo más que lo conecta. O si no... ¿qué sentido tiene que seamos espontáneos?
—Jeje, supongo que tienes razón.— Asiente mientras hace una mueca sarcástica—. Los puntos blancos que iluminan nuestro cielo negro no creo que sean simples casualidades. Ni tampoco estén agregados por una manipulación al azar. Una conexión, ¿a eso te refieres?
—Em, sí... y otras cosas más.
—Supongo que el tema de seres transversos no es algo que te dediques a investigar mucho, ¿no?
—Jamás lo descarto. Es por eso que tengo muchos archivos.
Delvin chasquea los dedos con entusiasmo, señalando algo con atención:
—Caso Colares, Brasil, 1977. Oleada de platillos sobrevoló la isla, irradiando luces que quemaron a cientos de personas. Llamaron a las Fuerzas Aéreas brasileñas: Operación Prato.
Por lo visto, es un tipo apasionado por la ufología. Sin dudas. Un sujeto apasionado, así que le seguiré el juego:
—Ola poltergeist, Reino Unido, 1977: muebles volaban solos, voces guturales y apariciones dentro de una casa en Enfield.
—¡Ja! Siberia, 1908. Explosión de 2.000 kilómetros en Tunguska. Testimonios de un resplandor verdoso y un estruendo fuerte. Teorías van desde cometas fragmentados hasta armas secretas soviéticas.
—Sin cráter.— Acoto mientras repaso algunas cosas de mí libreta.—Se ve que sabés bastante de este tema en particular Delvin.
—Por supuesto. Pero bien...— Se toma una pausa de unos segundos mientras toma asiento.— Te contaré mi experiencia. Espero que me escuches atentamente.
Saca un par de folletos y algunas imágenes. Parece que ha estado esperando este momento desde hace tiempo.
"Te contaré mi extenuante experiencia con un extraterrestre... que quien sabe que hacía en este mundo."
CAPÍTULO lll: La sala en previsto (2)
Mismo viernes: 21:45 PM
Registro de campo - Investigador Dereck Ferrer
Archivo N°008- Clasificación: "Encuentro del tercer tipo"
Sujeto entrevistado: Delvin lockwod.
Delvin comenzó su relato con una voz firme, y un suspiro profundo:
—Mi experiencia tuvo lugar en el oeste de Polonia.
Antes de empezar, quiero mostrarte una imagen general del área donde sucedió.
El sujeto pone en su mesa blanca un mapa de la zona. Por lo visto no es rural al contrario; una de las diez ciudades más grandes de Polonia.
—Era agosto de 2009, cerca de las diez de la noche. Tenía once años. Iba con mi amigo Dawid y, después, se sumó mi primo. Nuestros padres estaban haciendo un asado a unos metros, riendo y bebiendo. Nosotros dijimos: "Vamos a dar una vuelta".
Llegamos a la entrada de aquel "bosque" urbano, apenas iluminado por una farola. Le dije a Dawid:
—"¿Viste ese hueco? Da miedo..."
Empezamos a caminar y, de pronto, giré el cuello y vi esa cabeza: enorme, gris pálido, ojos negros como óvalos gigantes. Le señalé y balbuceé:
—"Mirá... ¿ves eso?"
Él me respondió con la voz temblorosa:
—"Es un extraterrestre..."
—Salimos corriendo, gritamos "¡Extraterrestre!" a los adultos. Se rieron y nos mandaron a dormir, pero sabíamos que no era un sueño.
—Al día siguiente volvimos. Teníamos miedo, pero queríamos probar que era real. Caminamos alrededor, tiramos piedras, rompimos ramas.. pero nada en absoluto.
Después de eso, nos calmamos un tiempo, h volvimos con nuestros padres, donde descansamos un rato, contándoles de nuevo sobre la situación, pero sin éxito.
Mientras descansábamos, por alguna razón, Dawid decidió ir solo a observar el bosque en el punto más interno. Creo que ni siquiera me di cuenta al principio porque estaba explicándole a mí primo el suceso transcurrido.
Cuando me acerqué a mi amigo, le pregunté algo como "¿Oh, hombre, ¿no tienes miedo de sentarte aquí solo? ¡Hay un extraterrestre dentro! ¡Dios mío!".
Estaba simplemente encogido, sentado allí y respondió:
—¡Me importa un carajo, si quiere puede asesinarme!
Supongo que eso nos dio valor, así que nos sentamos con él y empezamos a hablar sobre esta situación y otras cosas, pero mientras estábamos sentados aquí, estábamos mirando hacia la entrada y observando el bosque.
Poco después, Dawid se sentó solo en la entrada. Mi primo y yo nos unimos. El bosque estaba quieto, hasta que escuchamos un crujido. Nos miramos: "¿Vos lo oís?"
Y apareció otra vez. Esta vez mostró más: Cabeza, hombro, pecho y mano derecha. Medía casi dos metros, era increíblemente delgado y con la cabeza desproporcionada. No hizo ningún ruido, ni se movió. Solo nos observó.
Mi corazón se detuvo. Grité:
"¡Corre, corre!"
Y salimos disparados.
Esa fue la última vez que vimos esa cosa juntos...
Al día siguiente, mi amigo tuvo que irse de Polonia, ya que solo estaba allí de vacaciones y no vive aquí, así que un momento muy desafortunado, supongo.
Con mi primo, no he vuelto a hablar de esa situación, por lo que recuerdo.
Tres días después, al volver del colegio, pasé de nuevo por la entrada, ya de tarde y normalmente oscurece rápido aquí.
Llevaba unos apuntes a casa de un compañero: vivía cerca del "bosque". Mientras caminábamos, le propuse:
-"Pasemos por allá de nuevo, capaz que lo vemos."
Él aceptó sin dudar.
Eran las seis o siete de la tarde: no era de noche, pero empezaba a oscurecer. Al acercarnos, nos cruzamos con un tipo paseando al perro; no había sombras absolutas ni ruinas: todo parecía normal.
Nos detuvimos en la entrada y caminamos despacio, girando la vista hacia adentro. Veíamos árboles, basura, un sillón olvidado... nada inusual. Pero justo al final de mi campo visual, un destello: algo se movió con velocidad. Dije:
—"Espera... vi algo."
Me fui varios pasos atrás y, ahí, de pie, a unos trece metros, estaba él: Erguido, con la cabeza inclinada a unos 45 grados.
Esto es lo que recuerdo, clavado en mi mente:
•Piel perfecta, blanca como la nieve, sin marcas ni arrugas.
•Ojos grandes, negros, brillantes, sin párpados.
•Cabeza exagerada; cuerpo liso, sin músculos visibles.
•No olió a nada, no hizo ruido. Solo esa presencia inmóvil.
—Me quedé paralizado durante segundos. Luego, el pánico me empujó a dar media vuelta y huir.
Nunca estuve drogado, ni loco. Nunca me han diagnosticado nada, solo tuve ligeras sospechas de autismo pero ninguna afirmación.
Desde chico estaba obsesionado con los ovnis.
Quizá por eso fui más receptivo.
En ese segundo encuentro siento un golpe en el estómago: lo veo aparecer de la nada, un destello brutalmente rápido. No es un flash de luz, es un movimiento tan veloz. No soy físico, pero juro que rompe todas las leyes de la física: o manipula el espacio, o el tiempo... esa es mi mejor conjetura.
Lo que quiero dejar claro es esto: no fue casualidad. Apareció justo cuando me acercaba, dos veces. No sé si me leyó la mente o manipuló el espacio, pero supo que iba a estar ahí.
El sujeto muestra una imagen de un supuesto extraterrestre. Detalles muy similares a la descripción de su propio avistamiento:
—Mira la parte inferior de la foto. No está del todo expuesta, pero coincide con la postura que veo en mi memoria: inclinado hacia adelante, manos cerca del pecho y el vientre. Una posición antinatural para cualquier humano...
¿Pero ellos estarán cómodos así? Ni idea.
Ese detalle me convence de que la foto es real, además, la imágen está en internet hace más de 20 años.
Nadie se molesta en falsificar algo tan específico. Traté de investigar su origen: Quién la tomó, cuándo, bajo qué circunstancias... pero no pude, me faltan recursos.
—Nunca vi una nave. Ni adentro ni afuera: no hay rastro de motores, ni espacio para aterrizar. Entonces, ¿cómo demonios llegó aquí sin que nadie lo note? No lo sé. Fue tan rápido que no alcancé a seguirlo con la mirada.
En resumen, sus técnicas van más allá de la comprensión humana.
¿Se mueve entre dimensiones? ¿Se hace invisible cuando quiere? ¿Se teletransporta? Yo no tengo idea. Quizá sea un ingenuo o me falte formación, pero si eso que vi refleja sus capacidades... no me sorprende que nadie los atrape.
Si alguien es capaz de teletransportarse, cruzar dimensiones o hacerse invisible... no me asombra que nunca los acusen ni los veamos en vídeo.
No tengo muchas pruebas, solo mi palabra y dos testigos. Pero juro que fue real. y lo mantendré vidente hasta el día de hoy.
Eso es todo Ferrer...
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No tenía nada más para mostrarme, y tampoco hacía falta. Lo que dijo... lo dijo con una convicción que no se actúa.
Lo observo un momento, en silencio. No para analizarlo, sino para procesar. A veces las palabras tardan en aterrizar.
Asentí con la cabeza, apenas:
—Entiendo.
Delvin exhaló. No sé si alivio o cansancio. Tal vez ambas.
—Bueno... creo que fue un gran viaje, ¿no? ¡Ja!
—Sí, supongo que sí.
Cerré la grabadora. El click sonó más fuerte de lo que esperaba:
—Agradezco tu testimonio, Delvin. Sin duda fue una experiencia... demasiado peculiar.
—Sí. A día de hoy, no puedo sacármelo de la cabeza.— Dice mientras guarda los folletos, mapas e imágenes.
La sonrisa nerviosa de Delvin refleja lo satisfecho que estuvo por contar su relato. Me levanto, doy un paso hacia el y estrecho mí brazo hacia su mano, como si en ese gesto hubiera la sentencia de la noche de hoy:
—Gracias por escucharme.
—Gracias por contarlo.
Asiento mientras caminamos hasta la puerta. Ni sonrisa ni decepción. Solo eso.
Su relato quedó cerrado en la sala, flotando entre las paredes. Afuera, la calle es la misma que cuando llegué: una esquina cualquiera en una ciudad cualquiera.
—¿Nos volveremos a ver?—Me pregunta, girando apenas la cabeza
—Depende—Repito, sin compromiso, pero tampoco cerrando la puerta.
En silencio. A veces no hay nada que decir. A veces lo mejor es dejar que el eco trabaje solo.
Al salir, la noche me recibe sin ceremonia. El cielo está encapotado, pero no llueve. Camino despacio hasta la parada, repasando cada palabra, cada gesto, cada pausa en su relato. No para buscar pruebas. Para recordar mientras lo escribo en mis notas.
Hay relatos que no buscan convencerte. Solo piden ser escuchados. Como si al contarlos, se descargara parte del peso. Como si alguien más —Aunque sea por un rato.— llevara la mochila contigo
Hay relatos que no necesitan pruebas. Solo necesitan ser contados. Y yo los escucho. Uno por uno.
Me siento en el banco de la parada, la mochila entre las piernas. Miro los autos pasar y me doy cuenta de algo que siempre me resulta inquietante: cuántas vidas avanzan sin saber lo que pasa al lado. O debajo. O más allá.
Un autobus dobla la esquina. Me levanto. Subo y no miro atrás.
Casa alquilada de dereck: 23:45 PM; Casi sábado.
El día comenzó leve, y la noche terminó contundente.
Me acabo de servir un café cargado y abro la laptop.
En la ventana: noche limpia, grillos entre el pasto, pocos mosquitos, temperatura relajante, Nada mal.
Busqué la imagen que Delvin me mostró sobre aquel alien: Efectivamente, ningún autor original aparece. La fecha más antigua: Posiblemente 1999. Es decir, hace 27 años.
Uno piensa que ya escuchó todo, pero siempre aparece alguien como Delvin para correr un poco más el límite de los relatos.
Cierro la laptop. Me apoyo en el respaldo de la silla y miro hacia el cielo: negro, inmenso, tranquilo.
Me pregunto qué tanto se guarda ahí.
Anoto el año por costumbre. Después me quedo quieto, mirando cómo el vapor del café sube y se deshace.
Por un instante, todo se siente... frágil.
La tranquilidad, creo... la estoy aprendiendo, cada tanto
Ja, pienso en esas conversaciones absurdas que tengo con mis amigos: Philip y su eterna duda sobre si los fantasmas usan ropa; Lila, que todavía me debe un café... y una explicación.
Me río solo a veces. Creo que olvido de que tengo gente. No mucha, pero ahí están.
Aunque eso no cambia nada: aún tengo que llegar al fondo de esto. O al menos, investigar algo más de lo normal.
Necesito más que un simple contacto.
Aunque aún no encuentro a E-Xylon..
Aún no.
...
CAPÍTULO IV: La Criatura que rompe entre ramas.
Domingo, 11:45 PM del mediodía Viaje al paraje "Los Valles del prado", oeste profundo.
Acabo de bajar del tercer tren. ¡Vaya! Hacía mucho tiempo que no viajaba en vaivén a vaivén. Creo que solo en mis dos primeros expedientes he echo un trayecto tan largo para entrevistar a alguien. Espero que este relato lo justifique.
—Disculpe... ¿Conoce el pueblo "San Casto del Olvido"?
—Sí, claro. Está a unos 50 kilómetros hacia el oeste. ¿Es nuevo por aquí?
—Ando de paso.—Respondí, sin decir más.
La estación era apenas un andén de cemento descascarado. Nada más. Ni un cartel, ni una máquina expendedora, solo el viento agitando las copas de unos árboles resecos. El aire tenía ese olor a campo dormido, mezcla de tierra caliente y pasto viejo.
Tomé la mochila, saque unos snacks para acompañar el caminito y empecé a mover las piernas hacia la parada de autobús (Que en realidad era una garita oxidada con una banca de madera) ¿Hace cuanto tiempo está este lugar?
El chofer me mira curioso cuando le dije el destino. "San Casto del Olvido", repetí. Hizo una mueca levantando las cejas, y solo asintió. Ahora, toca seguir hasta el fin del recorrido. Después de todo, aquella zona es más un campo abierto que un barrio.
12:45 PM: Última parada a san casto.
El tiempo transcurrió sin preámbulos, por lo visto solo quedamos tres personas en todo el autobús. Éramos 15 pero muchos se bajaron en tramos anteriores. Las veredas tienes ligeros pozos que asfalto. No hay semáforos, aunque francamente no creo que sea necesario en todo lo que he caminado en esta zona he visto pasar nulos autos.
Cómo en todo lugar está lo básico: Tiendas, casas; con grandes terrenos, hasta que llegue a uno de los terrenos más alejados del lugar: un campo.
Entré en uno de los establos sin más vueltas. En uno de los tablones estaba escrito "Costado 86". No había duda: era ese lugar. Y si no, mejor prepárate para salir corriendo, porque un rifle perforando mí estómago no es algo con lo que quiera jugar.
"¿Hola?" Grito elevando un poco la voz.
Tal vez esté más adelante.
El campo es muy grande; A simple vista, parece bien el pasto no está tan seco, lo cual da señales de abandono.
...
¡¿Pero que Carajo Fue Eso?!...
Oh, tal vez me exalté un poco. Acabo de sentir que alguien tocó mí hombro a mí espaldas, pero al darme vuelta... No noté nada, no vi a nadie.
Solo simple hojas, y terreno abierto en punta en punta.
Tal vez fue el viento o mí imaginacion...
Después de varios minutos allí, lo vi a él.
El sujeto: cara rectangular, barba, ojos saltones, nariz curvada, ¿Anteojos?
Su ropa: boina marrón claro, pantalones marrones oscuros de tela gruesa y, por último, una chomba gris con un aparente rifle, como todo campesino.
Las descripciones parecen muy detalladas. Es el sujeto al que debo entrevistar.
—Hola, lamento haber entrado sin su permiso. Creo que usted es el sujeto llamado Lucho, con quien debo hablar -tal vez estaba un poco nervioso.
...
—¡Ay ¿Cómo anda, muchacho?— Accede con un gesto respetuoso mientras palmea su mano en mi hombro—. Venga, vayamos más adelante. Hay mucho de lo que le debo contar.
Me llevó al establo principal. Allí estaba sentado otro sujeto tomando una aparente bebida de infusión... creo que es un mate.
En la pequeña mesita al lado, sobre la cual está sentado en su silla, hay una pipa.
—Hey, Flarudo, ¿recordás que había llamado a alguien para una visita? Es él. Espero que no tengas inconvenientes.
Esa consulta me hace pensar que tal vez Lucho ni siquiera sea el dueño de este lugar.
O quizás comparte propiedad con este hombre.
—Sí, claro, hacelo nomás.— Dice mientras le da un sorbo a su mate.— Pero permitime observar, Lucho.
—Sí, sí, por supuesto.— Asiente sin frecuencias.
Parecen ser amigos, tal vez parientes cercanos.
Lucho no demuestra hostilidad; al contrario, transmite amistad.
Por otra parte, el tal Flarudo, aunque a simple vista parece mostrar desdén, quizás actúe como una especie de protector: imponiendo seguridad y firmeza.
—Bien... ¿quiere comenzar, joven?&Dice Lucho.
—Por supuesto— Respondo, mientras saco mi libreta y la grabadora de un bolsillo interno de mi chaqueta.— Comenzamos.
Registro de campo: Investigador Dereck Ferrer.
Archivo N°009-Clasificacion: Criatura no identificada.
Sujeto Entrevistado: Lucho Arturo.
Lucho se acomoda su boina mientra toma aire como quien prepara un cuento largo. Mientras caminamos en los alrededores del lugar, señala hacia el costado del galpón, donde el campo se abre como un mar callado:
—Esto fue hace muchos años. Otro tiempo, otras caras... pero el miedo, joven, el miedo era el mismo.
No fue aquí pero, usaremos estos aspectos del lugar pará recrear algunas cosas.
Camina unos pasos hacia un poste de madera, apoya el codo como si fuera un viejo compañero, y empieza su extenue relato:
—Un cliente me invitó a su campo, al interior de su país. Tenía un problema que ya le quitaba el sueño: todas las noches, una oveja aparecía muerta. Siempre una. Las heridas que les dejaba no eran de cualquier bicho. Parecían de perro... pero más grandes. Como si un lobo, uno de esos del norte, se hubiera escapado de un falso cuento.
Se toma una pausa mientras lo veo bajar la mirada. El viento levanta polvo seco, y Flarudo apoyado en un árbol con un cigarro solamente mira.
—Ya habían probado todo: Cazadores, trampas, recorridas de noche y de día. Nada. El bicho era astuto. Casi humano le diría. Tan jodido era que empezaron a pensar que no era un animal. Algunos decían Lobizón, otros que era un perro infernal, mandado por el mismo demonio para cobrar alguna deuda vieja. Y mire que en el campo, cuando la cosa se pone pesada, la gente no tarda en buscarle una simple explicación más que con cruz y sal.
Lucho se detiene, gira y señala una línea de árboles en el horizonte:
—¿Ve esa arboleda? Imagínela más espesa, con la luna llena colgada allá arriba. Eso veía yo desde el mangrullo donde me aposté esa noche. Me ofrecí a ayudar, no porque creyera en esas cosas, sino porque a veces, ver con otros ojos ayuda a desplazar una mejor descripción de las cosas.
Mira alrededor de todos los árboles mientras sube y baja la cabeza con una mueca curiosa. Cómo si recordara aquellos momentos:
—Me subí a la torre con prismáticos y una mira telescópica. No había comido para no hacer ruido con la digestión. Solo esperé... y escuché.
Lucho me observa y levanta un dedo, como quien da clase sin querer:
—El campo tiene sonidos que no existen en ningún libro. El aleteo de los pájaros nocturnos, el roce de las hojas cuando el viento las agarra de costado, el crujido de un roedor que piensa que nadie lo escucha. Es un idioma antiguo. Y si uno se queda en silencio... ese idioma lo empieza a entender.
Otra vez hace una pausa larga. El silencio se vuelve parte del relato:
—Y entonces... todo se calló.
Ni un grillo. Ni un soplido. Nada. Cuando eso pasa, joven, es porque un depredador está cerca. Yo ya lo sabía. Escaneé todo el campo con los binoculares, tranquilo, sin apurarme. Y justo cuando estaba por bajarlos... lo vi.
Allí abajo, a los pies del mangrullo. Una masa negra. Indefinible. Lo único que se distinguía eran los ojos. Brillaban. Y me miraban. Directamente a mí:
Señala nuevamente unos de los árboles más adentrados, como si definiera la posición en que se encontraba aquella cosa:
—Ahí sentí miedo de verdad. Del que te aprieta el pecho. Esa cosa... me había estado estudiando desde que me subí. Lo supe, lo sentí. Me observaba con una paciencia particular,
Caminamos un poco hacia una vieja tranquera oxidada mientras lucho aún prosigue con la historia:
—Estuvo ahí, sin moverse, por un buen rato. Y cuando se hartó... se desperezó como un perro y se fue caminando. En ese momento vi lo que era.
Un can, Sí. Pero no uno común. Era una bestia enorme, musculosa, de andar sigiloso. Como salido de un libro inglés de terror, pero real. Sin fantasía.
El sujeto parece estar muy adentrado en su experiencia. Por otro lado, su amigo, está ligeramente interesado como algo casual:
—No hacía ruido al caminar, y tenía una elegancia letal. Como si pudiera, con un simple salto, desgarrarme la garganta y seguir de largo sin pestañear.
Lucho hace otra pausa. Mira hacia el costado mientras aprieta sus labios con una mirada fija:
—Pero bueno, esperé media hora antes de bajar. Y volví a la casa del cliente. Le conté lo que vi, y le di mi opinión. Para mí, era un perro cimarrón.
Camina hacia un pequeño cobertizo, y me muestra un recorte de diario viejo clavado con un clavo:
—En esa zona cazaban con perros para presa mayor. Algunos se escapan. Se vuelven salvajes. Y ahí no hay vuelta atrás. Se refinan, se adaptan. Aprenden a esquivar al humano. A matarlo si hace falta.
Señala con la cabeza como quien repite una historia aprendida en carne propia:
—En tiempos de la colonia, se pagaba por cada cola de cimarrón que se entregara al Cabildo. Eran los hijos de los perros de guerra. Un legado feroz.
—Mi cliente, ya con miedo y rabia, lo buscó con todo. Hasta que lo encontró. Y lo mató.
Lucho vuelve al centro del establo, y desde un estante saca una caja con viejas fotos. Muestra algunas de ellas, un tanto malgastadas por el pasar de los años:
—Esto era. Piel leonada; Cuerpo fibroso, más grande que un dogo, más ágil que un ovejero. Era como ver al mismísimo Cerbero... pero real. Mortal. Y muerto, por suerte.
Guarda la foto lentamente:
—¿Sobrenatural? No lo se. Pero eso no lo hace menos terrible. A veces el infierno no necesita puertas, ni símbolos. Solo hambre, tiempo... y que nadie lo haya domado a tiempo
El relato de Lucho terminó. Me dejó intrigado, lo admito.
No era el tipo de historia que buscaba, ni tenía los elementos sobrenaturales que suelo registrar con mayor entusiasmo. Pero algo en su mirada, en su forma de describir la presencia de aquella bestia, me deja un pesado despeje.
No sé si enfrentó a un animal salvaje... o a algo más.
Y quizás ni él lo sepa con certeza.
—Y bueno, creo que eso es todo, joven.— Dice con ánimos, mientras se acomoda la boina levantando las cejas.
—Agradezco su relato, señor Lucho. Aunque no haya sido del todo... inexplicable, ha sido útil para ampliar mis registros.
—¡Jajaja!— Flarudo lanza una risa, cargada de sarcasmo, interrumpiendo la escena con su tono rasposo—. ¿Casos?
—Sí. ¿Hay algún problema con eso, señor Flarudo?
—Mi nombre es Fidel. Flarudo es un apodo que me puso este zopenco.— Me corrige, apuntando a Lucho con un gesto.
Hace una pausa, entre desafiante y desconfiado:
—Y en serio... después de tanto viaje, ¿usted se iría solo con esto?
—Pues... no tienen más nada que ofrecerme.—Lo miro un segundo—. Si desean compartir algo más, estoy dispuesto. Pero debo proseguir con mi camino.
Fidel deja su mate en una mesa y enciende un cigarro con parsimonia. Exhala el humo con desgano, como si pensara en voz baja:
—Mirá, chico...—Dice sin rodeos, clavando la mirada— ¿De verdad creés que la historia de Lucho te va a servir para tu grandioso proyecto?
Su voz destila egocentrismo, casi burla. Lucho lo observa de reojo, desconcertado, pero sin enojo. Parece acostumbrado a ese tono, como si ya lo conociera demasiado bien para tomárselo en serio.
—¿Por qué no te muestro algo más? Algo que, tal vez si ella lo requiere, podrás ver.
¿A qué se refiere?
Suena críptico, casi ritual. Pero hay algo en su confianza y en la manera en que Lucho no interviene que me hace pensar que esto no es un simple capricho.
Ya casi son las dos y media. El viaje fue largo, y ya estoy más cerca de cruzar la frontera que de volver a casa. No entiendo a qué quiere jugar este tipo, pero algo en mí decide aceptar.
—Está bien, señor Fidel... Muéstreme.
Hace una seña breve con la mano, sin apuro, y empieza a caminar.
Asiento sin decir más y lo sigo.
Lucho no se mueve. Solo se queda mirando, inmóvil, con esa expresión ambigua de quien sabe que lo que está por ocurrir... como si demostrará que no debe estar presente en esto.
Se sienta nuevamente en la silla; Con su sombrero negro mientras observa el cielo.
El caso aún no ha terminado, creo que aún nos falta otro fragmento.
CAPÍTULO V: El Campo bajo el arullo del tinglado sangrante.
Archivo N°010- Clasificación: "Encuentro magórico"
Sujeto entrevistado: Fidel marcado.
Ok señor Flarudo, muestreme su caso, esto se volvió más largo de lo previsto...
—¿Ve esto?— Fidel señala una estructura desvencijada al fondo.— Es un tinglado viejo, de este larguísimo campo.
—¿Y aquí vió otra criatura inexplicable? ¿Un monstruo, un alien, o tal vez un ente astral? —Pregunto, con un tono medio cansado, medio irónico. Ya no sé qué esperar.
Fidel me lanza una mirada seria, sin pizca de humor:
—Yo no creo en esas cosas, señor Ferrer. Bah... no creía.
El galpón está oxidado, comido por el tiempo. Las chapas crujen suave con el viento. Estamos en las afueras, donde el campo parece eterno. Por su actitud, diría que este lugar es más suyo que de Lucho.
—Esto fue hace unos veinte años.— Empieza.— Yo era apenas un adolescente. Vine con mi viejo y mi abuelo a laburar en un campo que no era nuestro, con otros cinco peones. Este campo. Este mismo. —Y apunta el suelo con fuerza.
—No parecía raro al principio. Tenía ese tinglado, y ahí dormíamos. Tirábamos los colchones bajo el techo de chapa y listo. Pero la primera noche fue distinta... fue jodida.
Escucho en silencio, libreta en mano, anotando al vuelo.
—Se largó una tormenta tremenda. De esas que parecen partir el cielo. Viento, relámpagos... todo. Pero después, vinieron los golpes. Dentro del tinglado. Al lado nuestro. PAM... PAM PAM. Como si alguien estuviera reventando dos barras de hierro con odio. No susto. Odio.
Hace el gesto con las manos, como quien revive algo demasiado nítido:
—No era el viento. Lo juro. Era un sonido con... intención. Con odio. Y nosotros ahí, clavados al piso. Nadie se animaba a hablar. Hasta que mi abuelo, ese viejo curtido, se levanta y dice al aire:
"Escuchá. No vamos a tocar nada que sea tuyo. Mañana terminamos el trabajo y nos vamos."
Se hace un silencio. Fidel baja la voz:
—Y ahí paró. Al instante. Como si... lo hubieran entendido. Ni un ruido más en toda la noche
—¿Y al otro día?— Levanto la vista intrigado.
—Al otro día viene el dueño del campo. Le contamos, medio en broma, medio en serio. Y el tipo, sin dudar, nos dice:
"Sí, suele pasar. Ahí cerca del tinglado, donde está el árbol seco... está enterrada. Murió una joven, hace años."
Suspira. Se cruza de brazos:
—Desde entonces... no puedo dormir del todo cuando hay tormenta.
Anoto la frase. La encierro con un círculo. Después cierro la libreta y me acomodo para irme. Ya había entendido: no me trajo acá por mostrarme "algo mejor", sino para sacarse eso de adentro.
—Gracias. Le creo.
—Esperá.— Me detiene con la mirada fija—. Aún no termino esto.
Caminamos más allá del tinglado. A unos metros del final del campo, se alza una especie de montículo. No lo suficientemente grande como para ser un monte, pero tampoco natural. Es como si alguien lo hubiera apilado ahí a propósito, separando la extensión del terreno de algo más. Una barrera. Una línea.
Fidel se detiene frente a ella. No se da vuelta:
—¿Usted alguna vez vio algo inexplicable con sus propios ojos, Dereck?— Pregunta, sin emoción. casi triste.
—¿Por qué lo dice?
—Responda mi pregunta, muchacho.
—Bueno... tal vez en dos o tres ocasiones. Pero no de este tipo. Fueron cosas más... surrealistas. Casos diferentes.
Fidel asiente apenas. Como si ya lo supiera:
—Bueno, sea lo que sea eso que vio... hay una alta probabilidad de que lo que está por presenciar sea otra cosa. Algo distinto.
Hace una pausa, saca un reloj viejo del bolsillo y lo mira sin apuro:
—¿Qué hora es?
—Catorce cuarenta y cinco. Casi las tres.
—El sol empieza a ocultarse alrededor de las ocho.
¿Quiere avanzar en su proyecto como la primera vez, cuando lo comenzó? Entonces quédese acá.
Mañana le doy el dinero para el viaje. No se preocupe por eso.
Su tono cambió. Ahora hay respeto. No sé si por mí, o por lo que está a punto de pasar.
—Allí... ¿allí está la niña, no?
—Descúbralo usted mismo.— Sentencia sin mirarme— Quédese un rato. Yo me voy.
—Está bien.
No sé por qué acepté. Tal vez ya es momento de buscar experimentar algo. Hace dos años que no me pasa nada interesante. Fidel se fue de nuevo al establo.
Yo estoy aquí, en el tinglado. Las barras de metal oxidadas... mmm, ligeras marcas, huellas. Mínimo veinte personas podrían hospedarse aquí. Esto va a requerir mucha observación.. hasta que pase el tiempo.
16:45 PM [Charla entre Lucho y Fidel: Establo Principal]
—¿El chico sigue ahí, Flarudo?
—Sí. Se va a quedar hasta la noche. Seguramente está inspeccionando como todo un detective sin registros.
—Fua, se nota que este chico está obsesionado con esto. Aunque, retratarlo como "chico" ya es un rebaje; nos compite en más de la mitad de nuestra edad. ¿Por qué querés que se quede allá?
—Ella ya lo vio antes. Creo que algo bonito va a lograr.
—¿Y vos por qué respetás tanto a ella? ¿La viste? ¿Te comunicaste? ¿Por qué, Flarudo?
—Capaz que sí... Por cierto, debería llevarle algo de comida. Se debe estar muriendo de hambre, el pobre.
...
18:45 PM - Tinglado, sol ocultándose
Siento de nuevo esa opresión en el pecho, como en aquellas ocasiones.
Las barras dos, cuatro y seis muestran claros impactos: hendiduras profundas, astillas reventadas. La primera, intacta.
Fidel juró que jamás había removido nada de las cajas junto al tinglado... y, sin embargo, están vacías.
Lo único coherente es la sensación de golpes contra mi mente, como puñaladas mudas. Debo mantener la mente firme.
Rayos... esto se está volviendo demasiado extraño.
La noche corre rápida entre sombras y silbidos. No hallo nada jamás. ¡Nada!
Pero... un instante: de las tres cajas de madera, la más baja -en su costado- luce una mancha oscura.
Algo ha goteado dentro de ella. Sangre. Sangre reseca, agrietada.
Y, a sus pies, un paño muy arrugado. Casi oculto
¿Acaso nunca lo han notado?
Salgo al exterior del tinglado.
En los últimos metros, a la vera de la montañita, reposan restos oxidados: latas vacías, hojas secas, y un paño viejo tirado a lo lejos. Nada relevante se podría decir. Sin embargo, un fragmento metálico, irreconocible, corroído al último tramo de las barreras de madera del terreno ha captado mi intriga; Tiene un mango retorcido y un filo irregular, como una especie de cuchillo; Está clavado, profundizamente en la tierra húmeda.
Es curioso que Fidel nunca lo haya visto, quizás nunca lo quiso mover por temor a algo, u quizás jamás capto de su atención.
Pero eso ya no es asunto para el, a partir de ahora es mío así que lo sacaré..
El dolor en mi sien crece, late acompasado con mi inquietud.
—Esto... esto no es normal— Murmuro, frotándome la frente.
La noche no espera respuesta.
19:45 PM: Tinglado Oscuro con severas tormentas.
Escucho ruidos oscuros en el cielo. Por lo visto, son tormentas.
Ya investigué a profundidad todo esto, pero no veo suficientes cosas. Siento que es una broma de mal gusto.
...
Fidel dijo que murió una joven aquí. Todo parece indicar que fue un asesinato.
El pulso del aire helado que envuelve la pequeña colina verdosa. Cada brisa de la hierba cruje como un susurro pasado. Si tal vez fue un homicidio: Víctima de un crimen que nadie pudo nombrar. ¿Quién fue? ¿Qué rostro escondía tras sus ojos? Apenas avanzo, el silencio se vuelve un peso en mi pecho, como si la tierra misma contuviera el aliento.
—¿Qué te pasó?.— Susurro, casi imperceptible-.
Arranco una delicada hoja, memoria verde de un instante arrancado de la vida, y la poso sobre la corteza rugosa del árbol marchito sobre el montañal. Quizá mi cólera es contra la impotencia real de estas cosas ante su destino, o contra el misterio que se tragó su nombre.
De pronto, una vibración dolorosa se extiende bajo mis pies. Siento cómo la nostalgia me inunda, un escalofrío pálido que me anida hasta el hueso. Entre el ramaje, surge su forma: Pálida, pero no cadavérica, más bien curva por el sufrimiento. Su ojo derecho; vacío y húmedo, destrozado literalmente. La mejilla hendida aún sangra de historias no contadas, Viste un vestido azul; manchado de siglos de lluvia y abandono.
Alza la mirada al cielo, como buscando y luego hunde los párpados al piso. No sonríe. No ruge. Solo habita la pena cadenosa.
Un estremecimiento me recorre. ¿Miedo? ¿Compasión? No logro distinguirlo. Ella avanza, etérea, y posa sus dedos fríos sobre mi pecho. No siento amenaza, sino un clamor ahogado: la búsqueda de un adiós.
Sus labios, frágiles versos sin voz, tiemblan, pero no pronuncian palabras. Yo contengo mi respiración, temeroso a romper lo que está pasando.
—Me compadezco a lo que te haya pasado— Balbuceo con mí voz.
Ella se apropia del trozo de la tela botada entre las hojas y la tierra; que alguna vez fue pañuelo, y lo estrecha contra su pecho —Un relicario de sueños robados—. Se desvanece en un parpadeo, como una sombra que regresa al olvido.
No hubo furia en este encuentro. Jamás hubo odio en este campo. Solo una tristeza tan antigua como la muerte misma, anticipada, resignada. ¿Por qué yo? ¿Por qué me concedió este suspiro?
Los grillos imperturbables rasgan la noche con su sonido. El día se transformó en noche, y en esa noche; un lamento oscuro.
Ahora comprendo: este contacto no fue como los otros. No hubo furia ni alaridos, sino un impacto profundo en mi remanente humanidad.
Ella no es un ente ajeno al dolor, sino el eco de una joven humana que respiró, rió y soñó con un mañana que le fueron aniquilados. Sus dedos fríos al rozar mi pecho no buscaban venganza, sino entender si alguien todavía se preocupaba por su historia. O al menos, conectarla con una unidad.
—¿Quién eras?—Pregunto al viento, aunque sé que no habrá respuestas.
Su forma se diluyó entre la noche como una última exhalación de esperanza, y ahora solo me quedo con la certeza de que, más allá del horror, alguien aquí sintió el peso de su propia muerte y anhela que no caiga en el olvido. Tal vez Fidel sea uno de ellos que guarden su pésame en su memoria.
Me alejo, cada paso es un eco vacío de la finalización de un proceso. A lo lejos, Fidel me observa, sus ojos ya hablan por él:
“La viste”.
CAPÍTULO VI: Espejismo de Fallos: Chófer.
Martes: junio del 2026.
¿Qué hora es? Mmm, es la madrugada.
Estoy acostado, pero... él me está mirando.
Con los ojos abiertos de par en par. Esos ojos: marrones oscuros, y esas pupilas de tinta negra; también su pelo: simple y sencillo, como el de cualquier persona.
¿En qué posición se encuentra?
Parece estar mirando en horizontal mientras yo lo observo, semi dormido.
Solo me está mirando. Espera...
Yo estoy mirando a la persona que está dormida. Creo que... soy yo.
¿Me estoy mirando a mí mismo?
—¡Ahh!—Solté un grito bajo, casi mudo.
¿Pero qué acaba de pasar?
Mmm... creo que acabo de despertarme.
¿En qué momento me desperté?
Qué más da. Ya son más de las 9:45 PM.
Hoy el día parece bastante nublado.
Como si el cielo azul no quisiera salir.
10:45 PM
Si mi memoria no me falla, ayer había llegado al mediodía a la ciudad; luego de entrevistar el caso de Lucho y aquella inesperada investigación con Fidel... sobre ella. Extraño.
Después de ese encuentro, creo que simplemente me quedé a dormir ahí. Tal vez unas tres horas después me largué y tomé los viajes nuevamente.
Lo único que sé es que fue un día agitado.
Tal vez porque me olvidé que tenía turno nocturno anoche en la biblioteca.
Acabo de salir a las calles; hace frío, como era de esperarse.
Caminaré unas dos cuadras más.
A pocos metros lo veo a él: Zorman, un colega de Morris. Lo conocí cuando tenía 19 años.
—"Zorman Elías Keller". ¿Nombre más raro, no? —Digo con tono cómplice, marcando cada palabra.
—Quizás si... Quizás no. Diez años y aún te ves como un jovencito dispuesto a patear la pelota diez metros a la redonda.
—Ese soy yo, deduzco. ¿Y Morris?
—¿Morris? ¿Te refieres a Philip Morris? Creí que solamente nos encontraríamos tu y yo. De lo contrario, él ya estaría con nosotros.
—¿Qué...?— Creí haberle dicho a Morris.
¿Acaso se olvidó? ¿O realmente nunca le avisé? Qué raro.
Pero al menos está Keller... creo que podré pasar un rato con él.
Nos dirigimos a la panadería del 86. Misma panadería que siempre veo a Morris comprando.
—¡Vaya! ¿En qué momento salió el sol tan de repente? Estaba seguro que ni siquiera había nubes.
—Jaja, ¿qué dices tonoto? El sol siempre estuvo así. ¿De dónde sacás el hecho de que estaba nublado?
Pero... es verdad, tiene razón. El cielo ya no tiene ese color gris y húmedo, sino que derrama luces celestiales, junto con el rayo amarillo del sol. Y por lo que veo, soy el único raro con un abrigo debajo de otro.
¿Qué estaba creyendo? O tal vez solo fue mi percepción.
Espera... Acabo de sentir que Zorman dirá algo que ya he escuchado:
—¿Te gustan las facturas? ¿Con chocolate o sin chocolate? Generalmente me voy por lo salado. Recuerdo que con Morris te la pasabas deslumbrando tu café ahumado, y él solamente se tomaba un té o unos mates. ¿Alguna vez probaste eso?
¿Cómo lo supe? Todo lo que veo: las calles, las personas caminando como si nada, el motor de los autos y motos abundando, y esperando el destello de los semáforos. Y eso siendo que en realidad son las 11:45.
Miro el reloj de mi celular, no puede ser.
—¿Son las once cuarenta y cinco, verdad?—Vocea Keller detrás de mí con su tono confiado.
—Em... creo que sí.
—Tu mirada se pierde, Dereck. Parecés desviado. ¿Has descansado últimamente? O acaso son otros temas: "Percepción", "Déjà vu", o quizás "Déjà vécu"... Sí, estoy seguro que "Déjà vécu".
Observo todo, no estoy asustado. Creo que esto me ha pasado antes.
De pronto siento la mano de Zorman tocando mi hombro con plena confianza:
—Relajate individuo, solo es tu mente que no sincronizó bien. Me ha pasado todo el tiempo, les pasa todo el tiempo -señala con su mano alrededor de la calle en general-. Es algo cotidiano. Descansá.
—Sí. Creo que tenés razón... ¿Te parece si vamos a una cafetería? Tal vez hoy pueda pagar por ambos.
Interior. Cafetería pequeña, calle 86. Martes, 11:53 PM.
Los ventanales muestran el mundo cotidiano. Afuera, todo sigue funcionando. Adentro, el tiempo se comporta distinto, más... sofisticado.
Zorman elige la mesa más cercana al reloj de pared.
Posteriormente, nos sentamos ambos en nuestras respectivas sillas:
—Te quedaste callado de golpe.— Dice Zorman mientras acomoda su silla—. No me vas a decir que todavía pensás en lo que no recordás.
Yo apenas sonrio:
—No es eso. Es que siento que... ya estuvimos aquí. Y no por costumbre. ¿Cuántos encuentros hemos tenido, Zorman?
—¡Abriste mi mente curiosa!—Duda Zorman—. Mmm, te conocí cuando tenías 19 años, eso significa que ya pasaron unos diez años, así que... ¿unas tres? Tal vez cuatro veces.
La conciencia es un espejo con polvo. A veces, sin querer, uno ve lo mismo dos veces.
—Mmm, sí, creo que sí. A veces actuás como un fantasma, Keller.
—Sabés que no soy mucho de salidas. A diferencia de tu mejor amigo. Parece no temer a salir más de mil veces al año, incluso si es en lo más mínimo.
Llega la moza. Zorman no necesita ver el menú:
—Un café 86 del Diestro, por favor. Estilo Blend solo sírvanlo como se acuerden, aunque ya no esté en carta.
—¿Perdón?— Exclama ella, confundida—. No existe ese café, señor.
—Ah, ¿no?—Sorprendio, levanta las cejas—. ¡Vaya! Creí que aún había de esos. Bueno, deme un café normal.
—¿Cómo sabés eso del blend?— Pregunto, curioso ante el extraño pedido de Zorman.
—Digamos que la noche también tiene memoria.
Yo pedí algo simple. No importa qué. Dudo vaciarlo por completo.
—¿Y tú?—Encuesto de broma—. ¿Cómo sabés que no te estoy soñando?
Zorman hace una pausa. Se rasca la ceja con el índice:
—Porque si esto fuera un sueño tuyo, yo ya me habría ido.
Silencio. El reloj avanza con lentitud exagerada.
Llega el café. El aroma es denso, casi como incienso. El olor que yace hace que se me erize la piel.
El gusto es amargo, pero... evoca algo dulce.
—¿Te pasa seguido esto... el déjà vécu?—Rompe el silencio de la mesa con esa pregunta.
—Francamente no, pocas veces. Pero sí me han pasado sucesos extraños.
Especialmente cuando era niño.
Me sentía aludido. En ocasiones, al dormir, sentía que estaba fuera del lugar de mi cama, de manera literal, u flotando hasta de repente caía a mí lugar.
Mi percepción fallaba, tanto que creí que eran alucinaciones.
Aunque el médico jamás confirmó ningún tipo de defecto.
—¿Y si lo es?
—Entonces los ecos tienen mejor guion que el original.
Zorman se queda moviendo la cabeza un momento, intrigado por mi anécdota:
—Sin comentarios, Alex. No puedo creerte del todo, pero algo de misterio tiene.— Responde sin más—.
Y si te llaman desde el otro lado del vidrio... no contestes jeje.
12:45 PM. Misma cafetería:
—¿Viste el caso del tipo que soñaba con él mismo dormido hasta que desapareció sin dejar restos ni sombra? Su punto cambia de lugar, según dicen algunos.
—Sí, creo haber hecho un caso similar, con un chico de unos aparentes 25 años. Fue mi tercer caso, de hecho.
El tiempo pasó rápido. Creo que nunca había pasado tanto tiempo con Zorman. Francamente, es extraño no sentir un mísero tono de comedia en este momento. Tal vez por la ausencia de Morris... Jamás olvidaré la broma que me gastó cuando cumplí los 23 años. Vaya bastardo.
—Cambiando de tema.—Acota Zorman con ese tono casual-, ¿Te enteraste de que aprobaron la ley del entierro orgánico? Es decir, convertir tu cuerpo en una cápsula que alimente un árbol.
—Vaya... Así que al final lograron complementar ese proyecto. Para ser franco, aún no estoy pensando en eso.
—Yo creo que es una ley sostenible, y una opción tanto ecológica como económica. Hubo cifras que mostraron un menor daño al medio ambiente. ¿Al fin algo bueno dentro de todo esto, no?
—¿Acaso eres naturalista, Keller?
—Con franqueza, quizás sí. ¿Estamos buscando la verdad? ¿O estamos seleccionando lo que nos resulta verdadero? Hay más en la vida que solo el aquí y ahora.
—Jum—Esbozo una leve sonrisa—. No conocía esta etapa tuya.
—No me refiero al simple naturalismo que conocemos, Dereck. Pero sí... probablemente no la conocías.
El reloj de pared marcará la próxima hora dentro de pocos minutos.
Mi café se ha enfriado. Las palabras también. No porque no haya más que decir, sino porque algo, en algún lugar, ya empezó a cambiar.
Zorman apoya su taza vacía. Mira el ventanal y a las personas dentro de la cafetería, pensativo.
—Por lo visto, hasta aquí hemos llegado hoy, ¿no creés, Dereck?— Musita mientras se levanta de la mesa.
—Sí, creo que sí. En pocas horas debo atender el próximo turno del trabajo. Me gustaría tomarme un descanso esta noche.
—Me parece justo—Responde con plena confianza—.Yo aún debo mantener en vigilia mi mera existencia.
Ambos reímos para aligerar el momento, y al cabo de unos minutos, lo pierdo entre las sombras del marco de la puerta. Afuera, las nubes brillan como nunca antes. Adentro... todo ya quedó suspendido.
Yo dejo unos billetes al lado del pocillo. No solo para pagar el café, sino por respeto al momento.
Pronto serán la una de la tarde. Por lo tanto, es hora de ir a trabajar. Que la vida no se gana sola... y alguien tiene que vender limones.
Bueno, ya estoy en la universidad. Hoy me toca trabajar varias horas como técnico editor freelance, una jornada para sostenerme mientras avanzo como investigador.
Lo bueno es que no tengo que salir a recorrer, al menos por ahora. Aunque el caso de la niña en el tinglado sigue dando vueltas en la cabeza.
¿La habré visto de verdad o fue solo mi mente jugándome una mala pasada? No, realmente la ví, por eso Fidel y Lucho estaban serios y, a la vez, satisfechos con haber explorado todo el caso.
En fin, saludos y a seguir trabajando.
Tendré que estar en modo vigilia, paciencia, edición y café.
Varías horas después de la jornada laboral:
Uff—Boceo un suspiro tenso— El reloj ya marca las once de la noche; Eso significa que ya terminé mí horario.
El Coordinador asoma la cabeza por la puerta del aula:
—Listo Alex, el pago ya está procesado. ¿Te llegó el depósito del dinero?
—Llego perfectamente señor Frederick- Muestro la notificación dentro de mí mercado.
—Si quieres ya puedes irte, no te quedes trasnochando tanto allá afuera, eh!
—Ya sabes como soy Fred, usted ha sido mí profesor alguna vez.
Voy levantándome de mí asiento, apago la última luz de la sala de edición. El silencio de la universidad se siente espeso. Seguramente muy pocos estudiantes habría en este turno.
—Mañana será otro día.— Me dije mientras recogía mis cosas, un poco cansado.
Salgo del edificio con el viento frío golpeando mí cara, las calles casi vacías reflejan las luces de los faroles. Todo prosigue indiferente a mis dudas y a mis espaldas.
Caminando por la calzada derecha, dentro de la segunda avenida, de regreso a mi casa.
Hay pocas personas cruzando la calle, sombras que apenas se perciben, ni siquiera las oigo hablar.
“No”
Es lo único que escucho de alguien. Alzo la mirada hacia un sujeto, quizás un mendigo; Lleva una cicatriz en la frente, tal vez un símbolo. Cartones debajo de sus pies de uñas desnudas, bufanda roja, y ojos desorbitados, pero con un libido casi consciente.
Lo observo porque estamos en la misma vereda. Él también me mira, y pronuncia con un paroxismo perturbador:
—Él quiere que sea uno de sus pasajeros... Pero no estoy dispuesto a subir. No hoy. Hoy no.
—¿Qué?
“¡AHHH!”
Un grito aterrador alza mis orejas. Proviene más adelante, en la misma calle. ¡Qué epifanía! Corro por si necesita ayuda. No encuentro a nadie ¡Nadie!
Mi cabeza gira en todas direcciones.
Una nubosidad negra yace en mis pies sembrandose.
Corro hacia otro ruido, casi un desgarro brutal.
Y entonces lo veo: Manchas persistentes. Mis ojos abiertos de par en par al ver la sangre espesa fluyendo lentamente entre trozos minuciosos de carne; En un esparcimiento justo en la línea que separa la vereda y la calle.
¡¿Qué es esto?! ¿Quién haría semejante salvajismo?
Un frío seco se posa sobre mí mientras una silueta gigante se acerca por la misma calle: Jn auto de tono marrón oscuro, con un letrero amarillo y chapas seminuevas; Algunas partes de su carrocería tienen un matiz negro, casi azulado.
Los reflectores me apuntan unos segundos... y el vehículo se detiene en seco.
Frente a mí, la ventanilla baja. Me acerco, casi adentrándome.
No sé qué hacer. Todo esto es tan extraño.
Dentro, todo parece con una pulcritud inmersa. Ahora lo recuerdo: ese letrero amarillo... es un taxi.
—Puede sentarse si lo desea, joven Dereck—Dice una voz dentro del auto. Una sinfonía extraña, difícil de identificar.
Solo veo la silueta de su mano bajando lentamente, mientras asiente con confianza y exhala un humo espeso.
Subo al segundo asiento trasero, pero no cierro la puerta. La dejo abierta. Hay algo que me empuja a entrar. Hasta olvido incluso mantener noción del momento.
—Que... ¿Cuáles son sus paradas...?— Pregunto shockeado.
—Ja, bueno... la última es el cementerio.— Responde con un sarcasmo natural, girando lentamente la cabeza hacia mí.
Entonces todo colapsa.
Los asientos, la radio, las manijas... todo se vuelve negro con líneas trazadas. Él me mira, con su rostro cadavérico; sin ojos, solo cavidades vacías. Su mandíbula con un ademán esquelético; Como si hablara con un susurro de huesos.
No tiene expresión, no puede. Solo movimientos y sonidos raquíticos. Pero de alguna forma tan antinatural puede hablar:
—De acuerdo, como mí curioseo es extravagante; Te ofreceré cuatro minutos para que dictamines la opción que deseas optar ¿Quieres rodar?
¿Qué estoy presenciando? ¿Es la muerte misma... o algo más?
Sus manos también son huesos, teñidos de un gris antiguo.
No puedo moverme. ¿Afuera sigue la calle? Sí, pero me siento agobiado.
—Te quedan tres minutos para el paradero de tu vida, Alex. ¿A dónde lo llevo?
Debo elegir.
¡Debo decidir!
Esto está ocurriendo de verdad.
Estoy frente a un barquero de la muerte.
CAPÍTULO VII: La bocina que resuena para el próximo rodeo.
“Mi curioseo es bastante extravagante. No soy un ademán infernal, ni tampoco angelical. Solo te cruzaste en mi paso.
Ahora... ¿Quieres rodar, individuo?”
Noche oscura en la segunda avenida, calle 16: en algún lugar de la ciudad. Tiempo indefinido.
No sé qué debo hacer. Solo sé que en un santiamén mis ojos reflejaron el miedo más extremo, espléndido entre todas mis vértebras dorsales.
Mientras esté, Caronte me sigue mirando; confiado en sí mismo. Con una naturalidad y costumbre fuera de cualquier mundo. Solo está esperando a que se termine el juego.
—¿Vas a cerrar esa puerta?— Vuelve a preguntar con su voz distorsionada.
—No me has respondido, ¿cuáles son tus paradas? —Acoté con firmeza, pero con un shock indescriptible.
—¡Fragancia! Creo que ya te dije que mi última parada es el cementerio.
—Sigues sin responder. Jamás te he preguntado sobre tu última parada. No la deseo, no la quiero, la detesto.
—Aunque tardíamente o prematuramente, ese ocaso llegará, ¿no es así? He de concluir que, después de tantos pasajeros, siempre han tocado la manija de mi auto para tomar ese recorrido.
Su voz confiada, los destellos de la sombra me muestran sus dientes moviéndose, y el tono de sus huesos; parecen humanos, pero a la vez no. Si el infierno no existe, ni tampoco el cielo, eso significa que solo son sinónimos para algo más grande que jamás conoceremos.
—Supongo que tendrás una excepción, chófer— Musité con defensiva temorosa.—Tú manipulas para que la gente entre aquí, dices no ser malo, pero dime, ¿cuántos te has llevado? ¿Alguna vez te ganaron en tu propio juego?
—¡JAJAJA!— Deja caer su risa burlona errática, casi como si para él esto fuera una charla casual, mientras su humo se dispersa—. No eres ni la primera ni la única excepción. Un sujeto que tus ojos alguna vez habrán visto ya me cuestionó. Me cayó bien, y creo que comprendió bien la tabla de su rompecabezas.
¿Quieres un andén de tu futuro? Observa el espejo retrovisor.
¿A qué se refiere? No lo sé, pero lo haré.
Al mirarme, noté todo: soy yo, pero a la vez no soy yo. ¿Qué? Mi apariencia es diferente, no por un crecimiento natural. Es mi cuerpo muerto: mis ojos, irritados por una tensión insufrible, inyectados de un horror que no puedo descifrar (como si hubiese visto las propias llamas del averno). Todo lo demás de mi cuerpo parece agotado, flácido y lastimado; un trozo de mi mejilla izquierda parece faltar. ¿Un accidente? Tengo un severo rasguño en la frente, como de haber estado en una caída o una explosión. No parezco estar gravemente herido como para fallecer, pero esa expresión, esas pupilas casi vacías, las uñas, la sangre en mi manga derecha...
Es como si hubiese visto algo. Algo tan grande que no podría haber soportado más.
—Lo que estás viendo no es una alucinación inusual. Eres tú, dentro de muy poco. En la última estancia de tu muerte.— Aclara el chófer con un tono neutral, como si fuera a trascender.
—Entonces... ¿voy a morir pronto?— Mi voz muda. mi mirada se hunde en una deprimencia insostenible.
—Tic TAC, el reloj avanza. Te quedan 60 segundos —Reafirma el chofer esquelético.
El olor a putrefacción se hace presente en cada rincón del vehículo. Cientos de momentos fríos y de soledad.
Me siento aturdido, avanzo sin libertad hasta que... al cerrar la puerta, alguien la interrumpe con su mano: es el viejo vagabundo.
—¡Hey, incoherente ente!—Dice con su voz afónica, tambaleándose, pero con cierto ánimo—. ¡Te encontré por tercera vez! ¿Por qué no me llevás de una maldita vez?
El chofer gira meticulosamente la cabeza; parece mostrar desdén o sorpresa, hasta que exhala un suspiro fuerte, casi como un viento tormentoso por su nariz.
—Dë acUerdo. Tome su asiento, vano mendigo —Asiente.
No está disgustado, pero creo que esperaba algo más.
—Muchacho, baje, por favor. Usted está en el segundo asiento. Eso me imposibilita entrar -dice con una voz borracha.
No entiendo nada, pero le hago caso. Al tocar el piso de la calle siento como si allá adentro hubiera pasado una eternidad. El cambio abrupto del ambiente es brutal. El viejo se adentra, aunque sus ojos se abren de par en par, como si supiera que esta será su muerte. Cierra la puerta con fuerza.
-Ok. Prosigamos -sentencia el ente. Nuevamente me observa a través de la ventana, dispuesto a arrancar.
“Nos veremos prontito.”
Y el sonido del motor comienza sin más. Yo estoy en la calle, estupefacto.
Y ese drogadicto alarido fue quien evitó algo. O mejor dicho: alargó mi vida.
En la calle todo parece normal: la noche oscura, sin un alma en pena... a excepción de la que va en camino.
En un momento reacciono, como si mi cerebro despertara de golpe.
Respiro profundo, y el ritmo cardíaco se me dispara durante unos segundos.
Mientras el vehículo se aleja minuciosamente, casi a propósito, toda esa sangre... se dispersó.
Cada paso, olvidadizo. Los titileos en cada reflejo de mis ojos, con una parsimonia enferma.
Camino en silencio; no hay pensamientos que pueda desplazar. Ni siquiera sé si esto fue real.
He llegado a mi casa. Guardo las llaves sin mirar.
Enciendo el grabador de mi pequeño escritorio en la habitación. Lo observo. Tardo en decidirme.
[Registro de campo] Investigador Dereck Ferrer
Archivo N°011 - Clasificación: "Enigmático"
Sujeto entrevistado: ?
Tachado
En el baño, solo me miro frente al espejo. Mi rostro parece más quebrado. Por más que cierre los ojos y los vuelva a abrir, todo se siente ahí... pegado en mí. Dentro de mí.
Tomo el celular y dudo un instante. Tal vez llamar a Morris... pero no sé si se tomaría en serio esto. Además, se fue de viaje.
—Zoé...— Susurro apenas atiende la llamada.
—¿Dereck? ¿Estás bien?—Responde con su voz preocupada.
—No lo sé. Solo quería escuchar una voz distinta.
El silencio cae sobre la habitación.
—¿Fue otro caso extraño?—Pregunta, como si conociera cada rincón de lo que hago. Después de todo, siempre ha sido una buena confidente para mí.
—Algo así... solo que esta vez no hubo ningún entrevistado.
—¿A qué insinúas?—Otro silencio. Más denso—. Dereck... ¿con quién estuviste?
—Con Él—Digo con un tono quebrado. El miedo se apodera de mí.
La llamada se corta. No hace falta un encuentro. Tarde o temprano hablaremos, de todas formas.
Solo que esto... esto ha sido lo más shockeante. Ese vagabundo era un don nadie, pero ese don nadie optó por salvar mi vida.
Me tiro en la cama con la ropa puesta. No busco dormir. La vigilia me mantiene despierto.
Sé que todo sigue igual, pero aún tiemblo.
Tomo mi libreta. Escribo, decidido a darme una pausa con esto de una vez:
"No era mi turno, pero lo será.
He optado por detenerme en esta investigación. Al fin de cuentas, solo soy un aspirante común.
Creo que deberé seguir el juego y los hilos de otra forma... al menos por un tiempo.
Con esto declaro el abandono de mis investigaciones con el caso número 11.
Aunque sé que aún yacen varios por investigar.
Publicaré mis notas y grabaciones.
Soy Dereck Alexander Ferrer.
Y hasta aquí corto este linaje.
Fin de la nota."
Guardo el cuaderno.
Miro al piso.
Respiro profundo.
Y un alivio cae en mí.
Todo se acabó...
Es hora de volver al mundo real.
[CIERRE DE LA PRIMER ETAPA]
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