La Latencia de lo frágil
De Ale Ponce
"A veces los golpes llegan cuando menos te lo esperas"
El drama, la amistad, y el suspenso de una sociedad: Todo en en esta corta historia.
Sinopsis:
“Un grupo de amigos llevan una vida sencilla en Los Álamos. Entre ellos, Ervin; Atrapado en la rutina de su trabajo en el almacén y las reuniones en la plaza del pueblo. Entre conversaciones sin rumbo, chistes y planes que quizá nunca se concreten, los días pasan sin demasiadas sorpresas.
Pero cuando lo inesperado golpea, algunas batallas no se libran en grandes escenarios, sino en lo más profundo de uno mismo...”
CAPÍTULO 1: Ciclo Rutinario
Escucho risas, el sonido inconfundible entre la diversión y la juventud:
-¡Jaja, vamos, subite y sácate la foto con nosotros! -Exclama un grupo lleno de alegría y entusiasmo.
Quizás están en un parque, disfrutando el momento, liberando los últimos instantes de su infancia antes de cruzar esa línea hacia la seriedad de la adultez.. Más de la que ya conocen.
-¿Listos? ¡Tres, dos, uno... Foto!
Las risas continúan, vibrantes, llenas de vida.
Pero todo se desvanece. No veo nada. Solo oscuridad.
oh, solo fue un sueño... un diminuto y nostálgico sueño...
Mis párpados irritados, y lleno de lagañas se abren poco a poco. Un suspiro profundo escapa de mi, trueno el cuello y parpadeo un par de veces.
Es hora de levantarse, Ervin. Si, ese es mí nombre.
La vida es agitada, no hay muchas vueltas que darles a las ruedas. Las aves vuelan, llevan y comen. Mientras que las hormigas comen migajas. Pero aún así le busco disfrutes a la vida; los fines de semana salgo a pasear, a veces hablo con algunos amigos. Timothy, por ejemplo; Ese tipo, al principio, creí que sería solo uno más. Pero su boca cerrada como una cartuchera significaba que guardaba muchos lápices por dentro. Ahora trabaja en PhamarNova: Una reciente compañía global que enfrenta temas como la salud, enfermedades, virus y asuntos económicos.
El reloj marca las 8:14 p. m. Es sábado, y como de costumbre, nos reunimos en una plaza del pueblo. Siempre luego de salir de clases nos juntábamos cuando éramos adolescentes. Aunque la distancia entre la escuela y está era notoria;
tal vez unas treinta y cinco cuadras. Pero el esfuerzo valía, incluso si era solo unos minutos de risas.
No es gran cosa, apenas unas mesas de cemento rodeadas de bancos maltrechos por el tiempo y algún que otro graffiti. Pero es nuestro punto de encuentro.
Ahí están: Emiliano, sentado con una Coca-Cola en la mano, el tipo que siempre tiene una opinión sobre todo; y Fabricio, que no puede evitar hacer bromas cada cinco minutos. Mientras que Natalia acaba de cobrar.
Me acerco y dejo caer mi mochila de trabajo en el banco:
—¿Qué hay? —Pregunto.
—Nada —Responde Emiliano, tomando un sorbo de su gaseosa—. Solo esperando a que empiece la Tercera Guerra Mundial.
—Otra vez con eso? —Respondo—. Te la pasas diciendo lo mismo.
—Y sigo teniendo razón —insiste Emiliano—. Mira el desastre que hay en el mundo. Un día de estos nos van a reclutar a todos y adiós vida.
Fabricio se ríe y le da una palmada en la espalda:
—Tu tranquilo, y yo nervioso. Apuesto que Timothy nos tiene un lugar en primera fila.
—¿El? se la pasa en el trabajo. Incluso yo que trabajo 10 horas diarias me compadezco ante el.
—Si, pero al menos consigue buen dinero.
Sonrío. Estas charlas sin sentido son parte de la rutina. No hay nada que hacer en Los Álamos, pero estar juntos lo hace llevadero:
—Hablando de guerras— Digo, cambiando de tema—. ¿Vieron que la empresa de timo está creando un nuevo tratamiento para combatir el sida? Tal vez, mucho más que el tratamiento TAR.
—Suena a que venden cosas en el mercado negro -Bromea Fabricio.
—Nah, pero seguro si ven cosas turbias. Después de todo, es un negocio crudo allí.
—Obvio— Afirma Emiliano—. Todo el sistema es raro. Es como esa vez que...
Y ahí va. Otra teoría de conspiración. Todos ponemos cara de resignación mientras él se emociona explicando cómo los gobiernos nos manipulan, cómo las farmacéuticas controlan el mundo y cómo, en cualquier momento, nos van a encerrar en nuestras casas por algún virus nuevo.
—Dos semanas sin vernos y ya empiezo a extrañarme estar sola— Vocea Natalia con una mueca de burla.
—¿Te escuchás?— Prosigue Fabricio— Parecés mi viejo con el WhatsApp.
—Bueno, solo pensalo. Imaginate que de la nada aparece una pandemia, como el COVID pero peor. Algo raro. Algo que no sepamos cómo frenar. ¿Qué haríamos?
—Simple, sobrevivir — Respondo, encogiéndome de hombros.
—Como siempre— Añade Natalia.
—Como hormigas... Solo que con estrés, deudas, y acceso a wifi —Agrega Fabricio mientras come una papa.
Todos nos miramos y nos alzamos de la risa. Porque, al final del día, no importa qué tan jodido esté el mundo. Seguimos aquí, juntos, en la misma plaza de siempre.
Y mañana, será otro día.
La reunión en la plaza se alarga más de lo esperado, entre chistes y anécdotas sin sentido. Pero a medida que la noche avanza, uno a uno empieza a despedirse.
—Bueno, yo me voy yendo —Dice Emiliano estirándose—. Mañana tengo que madrugar.
—Sí, yo también. El deber me llama
—¿El deber? Si tu jefe te odia— Dice Fabri con un tono sarcástico.
—Por eso mismo. Si llego tarde, me mata.
Nos reímos mientras el grupo se dispersa poco a poco. Me quedo sentado en el banco, disfrutando del aire fresco. Ya no hace tanto calor como en la tarde. A lo lejos, veo a Natalia revisando su celular, pero no parece tener prisa por irse.
—¿No te vas? —Pregunto.
—No tengo apuro —Responde, guardando el teléfono en el bolsillo antes de sentarse.
Se siente diferente. No es incómodo, pero tampoco es como cuando estamos con los demás. Solo estamos nosotros dos, en una plaza casi vacía.
—Hace rato quería hablar contigo —Digo, mirándola de reojo.
—Sí... yo también. La universidad es muy estresante— Dice con mueca abrumada.
—Entiendo... Bienvenida al indicio de la adultez amiga.
—Uff, lo que me espera entonces— Se queja, apoyando la cabeza en el respaldo del banco—. A veces hay que hacer algo diferente. Salir, viajar, lo que sea para no volverse loco, ¿no?
—Tienes tiempo..
—A veces me pregunto cómo sería si hubiéra hecho las cosas de otra manera— Murmura.
Yo y Natalia nos conocemos hace tiempo. Mucho tiempo. Tal vez desde la primaria. Nuestra amistad siempre ha sido... distinta. Compleja, quizás. Pero ahí estamos, apoyándonos a nuestra manera; Ella lidiando con su carrera de medicina y yo, tratando de arreglar mi vida.
Miro la hora en el celular y suspiro:
—Bueno, debería irme.
—Sí.
Se queda ahí, dudando un segundo. Luego, con una pequeña sonrisa, me da un leve golpe en el brazo:
—¡Hasta luego!
La observo alejarse.; Nuestro vínculo siempre ha sido más de confianza que de salir a divertirnos. Simplemente hablamos, compartimos nuestros propios temas, sin necesidad de grandes excusas. Pero de alguna manera, me siento agasajado de tenerla cerca. Me alegro por ella, tal vez porque he estado presente en muchos de sus momentos difíciles, ya sea emocional, física o incluso económicamente. Quién sabe.
Creo que cuando dos personas sienten un aura agradable, incluso callados, es porque algo bueno hay entre ellas. O al menos, eso quiero creer de su parte.
Dos días después:
La misma rutina de siempre. Ahora estoy en el almacén, moviendo cajas y tratando de no pensar demasiado.
—¡Ervin! ¿Que esperas? ¡levanta las cajas del fondo! —Exclama el gerente, con su tono habitual de autoridad.
—A la orden -Respondo sin preámbulos; acostumbrado ya a su voz retumbando en el lugar.
Las horas pasan lentas, pero finalmente el turno termina. Y con el sueldo del mes, toca seguir administrándolo bien. Antes de irme a casa, hago una parada obligatoria: Necesito comprar algunas cosas para Polly, mi loro.
Polly llegó a mi vida hace dos años; Un regalo de Emiliano en algún cumpleaños. Según él, este loro es hijo de su cotorra; Que a su vez proviene de la cotorra de su abuela; Y ahora, la novia de Emi cuida a la abuela de Polly, lo que convierte a mi loro en parte de un árbol genealógico más enrevesado que mí propia familia.
El tiempo pasa y, cuando menos lo noto, ya estoy en casa. Polly ya tiene su comida y, como de costumbre, se pone a picotear felizmente. Me dejo caer en la cama y reviso el teléfono y no, Polly no habla.
Termino chateando con Natalia sobre cualquier cosa:
Yo: ¿Qué tal el partido de hoy? Escuché que tu sobrino estuvo en la segunda línea.
Natalia: ¡Si! Corrió como un tren sin frenos. Está súper contento de haber ganado.
Yo: Me alegra saberlo. ¿Y tú, qué tal? ¿Quieres pasar un rato más tarde?
Natalia: Voy a ver si no tengo estudios pendientes... Tal vez sí.
Cierro la conversación con una leve sonrisa. A ver qué sale más tarde.
Las horas pasan, y el día se transforma en noche.
Me quedo en la cama mirando el techo, escuchando a Polly hacer ruidos con su pico. A veces me pregunto si los loros piensan en algo cuando están ahí, quietos, observando el mundo con sus ojitos redonditos.
Miro el celular. No hay mensaje de Natalia aún.
Suspiro y me levanto para servirme un vaso de agua. Pero cuando vuelvo... la jaula está abierta.
—No... no puede estar pasando esto ahora.
Polly no está.
Me asomo por la ventana y escucho un aleteo cerca. Salgo corriendo al patio y ahí está: Polly, en la rama de un árbol, mirándome como si nada.
—¡Bajate zoquete!
Silencio.
—Dale, Polly. Te compré comida, ¿qué más quierés?
El loro ladea la cabeza. Sé que está disfrutando esto.
Respiro hondo y tomo una escoba, intentando alcanzarlo sin asustarlo. Pero, como si fuera parte de una broma, Polly alza vuelo y se va.
—¡No, carajo!
Tomo el celular y le mando un mensaje a Emiliano:
Yo: Polly se escapó. ¿Podés ayudarme?
Emiliano: JAJAJA. ¿En serio? eres un desastre.
Yo: Vení antes de que termine como paloma de plaza.
Emiliano: Voy, pero si lo encontramos me debés un favor.
Suspirando, agarro una linterna y salgo a la calle.
Mientras camino por la zona, enfocando árboles con la linterna, escucho pasos detrás de mí.
—¿Ervin?
Me doy vuelta y ahí está: Julián, un ex compañero del secundario. No lo veía desde hace años.
—Hey, ¿qué hacés?— Me pregunta, con sorpresa.
—Buscando a mi loro— Respondo sin rodeos.
Julián parpadea.
—Mm, No sé si preguntar...
—Mejor no.
Nos quedamos en silencio un momento. Lo recuerdo bien: era de los que se mataban estudiando y decían que querían "salir del pueblo".
—¿Y tu? ¿Qué onda con tu vida?— Pregunto para continuar la conversación.
—Volví hace unos días. Estuve trabajando, pero... nada, la empresa cerró y me quedé sin trabajo.
—Qué problemón.
—Sí... Y tu, ¿sigues en el almacén?
Asiento con la cabeza.
—La verdad, pensé que estarías en otro lado— Dice él, encogiéndose de hombros.
—Yo también.
Nos miramos un segundo y luego Julián suelta una risa breve.
—Bueno, si ves a tu loro, mandale saludos.
—Si lo encuentro antes de que se haga dealer de palomas, lo haré.
Nos despedimos y sigo caminando. Por alguna razón, la charla me deja un sabor raro en la boca.
Poco después, Emiliano llega en su bicicleta.
—¡Dios! ¿En donde se metió este?
—Última vez que lo vi, estaba en un árbol.
—¿Y ahora?
—mm, podría estar en cualquier parte.
—Bien. Somos unos tarados buscando un loro a las diez de la noche.
Justo cuando Emiliano dice eso, escucho una risa detrás de mí. Giro la cabeza y veo a Natalia.
—¿Y tu que haces aquí?— Pregunto.
—Leí el grupo y vi que perdieron a Polly. Me pareció entretenido.
—¿Entretenido? Mi loro está prófugo!
—Es una aventura— Dice ella, sonriendo.
Suspiramos, pero al final, entre los tres, recorremos varias calles buscando a Polly. Hasta que, después de lo que parece una eternidad, Natalia levanta la linterna y señala una antena de televisión rota en la rama de un árbol.
Ahí está. Polly, en todo su esplendor, mirando el horizonte como si estuviera contemplando un gran paisaje en medio de la noche.
—Bajate idiota— Murmura Emiliano.
—¿Insultar a un animal? Que degradante eres.
Natalia piensa unos segundos y luego saca un paquete de galletitas de su mochila.
Polly gira la cabeza, interesado.
—No puede ser tan fácil— Digo, incrédulo.
Pero Polly, el muy vendido, alza vuelo y baja directo a la mano de Natalia.
—¿Ves? Solo hay que saber negociar.
Emiliano y yo nos miramos con resignación.
—Si alguna vez hay una crisis global, ya sabemos a quién poner de diplomática— Bromea él.
Nos reímos, con Polly de vuelta en mis manos.
Y así, con un loro rescatado y un par de pensamientos dando vueltas en mi cabeza, la noche llega a su fin.
—Muchas gracias por la ayuda chicos— Digo con gratitud— No se que haría sin Polly.
—No hay de que, de todas formas se sintió raro está experiencia. Es decir, creo que nunca he buscado a un ser vivo que se haya perdido.
—Escapado— Corrige Natalia a Emiliano.
—Bueno eso
Y sin más preámbulos, cada uno tomó su camino de regreso a casa. Al llegar, abrí la puerta con Polly aún en mis manos, solté un suspiro y fui directo a lavarme la cara y las manos. Luego, con cuidado, lo devolví a su jaula.
Fue una experiencia rara, no lo voy a negar. Por un momento, sentí que reviví aquellos momentos excéntricos y divertidos de hace seis o siete años...
—Juum— Murmuro, esbozando una leve mueca de nostalgia.
Pero... ¿cuánto duró realmente ese instante? ¿Minutos? ¿Una hora? No lo sé. La felicidad es solo un estado temporal; reír, emocionarse, sentir placer... todo eso también lo es. Y cuando de repente se desploma plaff sin previo aviso, solo queda.. nada.
¿Cómo me siento ahora?
Supongo que eso es parte de ser humano: sentirse vivo... y, al mismo tiempo, aprender a soportar el peso de sufrir cuando la luz se apaga de repente.
Capítulo 2: Un momento de Agasajo
Fabricio:
¡Vaya! ya es jueves. Salgo del trabajo con la cámara aún colgada al cuello, repasando las fotos del último accidente. No es que me importe mucho, pero, siendo honesto, soy buen fotógrafo que podría ser admirable.
El tiempo apremia y tengo que entregarle las imágenes a mi jefe. Y, como siempre, las típicas exigencias:
"¡El foco de la imagen es disperso!"
"¡Tendremos que aclararla, esto podría salir en televisión, Fabián!"
Siempre con ese tono altanero, esa voz rasposa que parece salida de un viejo radio mal sintonizado. Y para cerrar con broche de oro, el tipo es calvo.
Miro el reloj. Ya casi son las ocho. Otra vez me quedé más tiempo del que debía en la oficina, escuchando las quejas de mi jefe calvo y su obsesión con "calidad televisiva". Como si eso fuera a cambiar el mundo.
Agarro mis cosas y salgo. El aire nocturno me da en la cara. El sonido de los autos, las luces parpadeantes de los semáforos, y el maldito tráfico me recuerdan que sigo atrapado en la rutina. Se supone que este es un pueblo chico ¿Desde cuándo somos una ruta para autos?
Camino sin prisa, disfrutando el hecho de que no tengo que hacer nada más hoy. Bueno, salvo una cosa: Emiliano.
Le había prometido pasar por su casa. No porque sea un planazo, sino porque me dijo que tenía algo "importante" que contarme. Conociéndolo, puede ser cualquier cosa, desde una anécdota de trabajo hasta una teoría sobre por qué los carritos del supermercado siempre se traban en una rueda.
La puerta se abre y lo veo asomar la cabeza. Parece cansado. O preocupado. O ambas, yo que se.
—¿Pasa algo?— Pregunto, cruzándome de brazos.
—Sí... pero primero, ¿quieres una cerveza?
Y ahí supe que la noche iba a ser más larga de lo que pensaba...
Sentado en el sillón, mientras Emiliano se apoya contra la mesa de la cocina, dándole un sorbo a la lata que tiene en la mano:
—¿Y cómo te golpea la semana?— Pregunto sin rodeos, como si ya se esperara una respuesta vaga.
—Eh... Nada interesante aún— Responde con desinterés—. Pero hace unos días tuvimos que buscar el loro de Ervin, porque el muy desgraciado se escapó. Así que, bueno, fue un momento divertido— Continua, con una leve sonrisa irónica, como si el recuerdo fuera una mezcla de exasperación y diversión.
—¡Qué random! Jajaja.— Me río, que absurda situación.
—Sí, jajaja... Hoy, con lo que me quedó de sueldo, aproveché para pagar la luz.— Su tono es de pura resignación.
La charla sigue, y el ambiente se va relajando poco a poco. Entre sorbos y más sorbos, dos horas pasan volando sin que me dé cuenta:
—¿Y qué onda con tu trabajo? ¿Cómo van esas fotografías?
—Para ser franco, muy complicado. Mi jefe apesta, es agotador, y me exige demasiado. ¡Pensaron que las fotos que tomo son hechas por IA, Emi! ¡IA!
—Qué jefe tan terco...— Emiliano dice con un suspiro, mirando al techo—. Es difícil encontrar uno sensato hoy en día.
—Sí...— Me recuesto en el sillón y me tomo unos segundos antes de continuar—. Además de eso, en tres meses me inscribiré a la armada militar... Suboficial tal vez.
—¿Qué carajos, Fabi?— Emiliano se queda boquiabierto, sin creérselo—. ¿Fabi, no? Ese es tu segundo nombre... Es raro que en ambos empiecen con la letra "f". Pero en fin, ¿es en serio?
La incredulidad en su rostro es palpable, y no puedo evitar reírme. ¿Nueve años y aún tiene dudas de mi nombre?
—Sí, es en serio.— Lo miro directamente a los ojos mientras doy un ligero suspiro.
Él asiente con la cabeza esperando que continúe, mientras sostiene su lata de cerveza:
—Verás... este trabajo es frustrante. Me gusta la fotografía, pero si la gente no entiende el concepto o no sabe apreciarla como se debe... pues, mejor me voy. En cambio, lo otro, para ser honesto, no está nada mal. De hecho, me entusiasma. La armada anda desesperada con la necesidad de voluntarios capaces, y con algunos contactos podré aprovechar algo.
—Sabes el riesgo que conlleva ¿No?
—Sí, lo sé. Pero, quiero hacer algo nuevo, ¿sabes? Estoy cansado de sentirme mediocre a veces. Y ahora que ya he firmado ciertos papeles, es probable que no vea tu cara por un extenso tiempo.
—¿Se supone que debo sentirme indignado o halagado? -Responde, una sonrisa ladeada asoma en su rostro.
—Siéntete como quieras— Digo entre risa—. Sabes... quiero probar este desafío, explorar algo más, aunque sé que será un esfuerzo enorme. Mas en estos tiempos.. Es por eso que ya lo tengo decidido.
Asiente y suspira.
—Bueno, si realmente quieres hacerlo, adelante, amigo. Tendrás que ser disciplinado, pero sé que lo harás.
—Gracias.
La charla continúa, pero sin darme cuenta ya son las 22:30. Tengo que regresar a casa, o si no, mi mujer me va a dar un abrazo tan fuerte que me romperá las costillas.
—Bueno, estuvo bueno el podcast— Digo, mientras me levanto y empiezo a recoger mis cosas.
Mientras sigo recogiendo mis cosas, abro la puerta. Para ser honesto, el alcohol ya no me afecta tanto. ¿O sí? Bueno, soy bueno disimulando. Es un gran paso, ¿no?
—Hey — Miro por encima del hombro mientras estoy en la puerta—. Mañana probablemente mi novia se vaya de viaje con su familia. Verás, tendré que cuidar la casa hasta el domingo. Tal vez con algunos de los chicos hagamos una salida amigable, ¿sabes?
—¿Dos salidas en menos de un mes? Esto es raro. ¿Quiénes?
—Bueno, Timothy anda con unas cositas, tal vez más tarde se apunte. Natalia, Ervin vendrán. Y tambien Clarita.. la compañerita del kiosco, ¿te acuerdas?
—¿No se murió?
-¿Eh? ¿De dónde sacaste eso?
—Es que escuché que había tenido un accidente y no lo había contado.
—Eso fue con la prima de Clarita... Fa, esto se está volviendo confuso, ¿No?
—Eh, sí... Bueno, mándenme mensaje y ahí estaré.
Salí de su casa, la brisa nocturna me envuelve mientras camino de regreso. En el camino, mi mente sigue dando vueltas como un carrusel, dándole vueltas sobre lo que conllevaría alistarme al ejército.
Al llegar a mi departamento, la luz tenue de la sala me da una sensación de calma. Dejo las llaves sobre la mesa y me quito los zapatos, tratando de no hacer ruido.
—¿Tarde, eh?— Me dice ella, rompiendo el silencio. Está sentada en el sofá con una manta, mirando su teléfono.
—Sí, lo siento, me retrasé un poco —Respondo, quitándome la chaqueta y dándole un beso en la mejilla.
—No pasa nada— Responde tranquilamente, pero su tono delata que no está completamente tranquila.
Voy a la cocina a servirme un vaso de agua. Al regreso, me siento a su lado, y ella pone su teléfono sobre la mesa, finalmente mirándome.
—¿Todo bien?— Me pregunta, con los ojos buscando algún indicio en los míos.
—Sí, todo bien. Sólo estaba hablando con él de algunas cosas, y bueno, un poquito de alcohol... ya sabes.— Evito entrar en detalles. Ella asiente, sin insistir más, pero noto que su tono se vuelve un poco más suave.
—¿Necesitas ayuda con las cosas para tu viaje?— Pregunto, tratando de cambiar de tema mientras me siento al lado de ella.
—Tal vez... por la mañana ayúdame con un par de ropas. Todo lo demás ya está listo— Responde, sin saber si está emocionada o algo preocupada por irse.
—Ah, bueno, todo resuelto, entonces.— Hago una pausa, levantándome para dejar el vaso en la mesa. Pero cuidado, si no me traes algo bonito es posible que haga huelga de abrazos hasta el domingo. ¿Sabías? Soy capaz de no dejarte ir.
Ella suelta una risa, aunque me mira con un toque de complicidad. Ya sabe que no soy tan dramático.
—Está bien, amor. Nos vamos temprano, así que me iré a dormir temprano.— Me lanza una mirada cómplice.
-Sabés bien que en cuanto me quede solo, la casa se convierte en una batalla campal con tus gatos. Entre la mugre y las sábanas desordenadas, el desastre se acumula como el monte Everest.— Bromeo mientras esboza una sonrisa— Pero no te preocupes, lo tendré todo bajo control... o bueno, más o menos, ¿no?— Me río mientras le lanzo un guiño.
—Está bien, no vaya a suceder que te metas en mí valija y te hagas pasar como de esos turistas raros— Me responde mientras lanza una sonrisa cómplice, como si supiera que todo eso de "dejar la casa impecable" es pura mentira. Lo cual es cierto.
Me levanto para ir a la cama, pero me detengo un momento, viéndola acomodarse para dormir
—Dale, cariño, no te olvides.
Después de un rato acostados nos fuimos a dormir.
El cansancio me vence rápidamente, y entre pensamientos dispersos y el alcohol que aún da vueltas, caigo en un sueño pesado.
Al día siguiente:
El viernes llega con la misma indiferencia que el resto de la semana. Me despierto tarde, como siempre. La cama me había abrazado con tal comodidad que no tenía ganas de salir. El reloj ya marca las siete, pero ni eso me molestaba. Mi novia estaba en la cocina, lista para irse en una hora:
—Buen día, ¿Algo para desayunar?—Mi voz perezosa, casi sensual.
—Ya estoy en eso— Responde levantando su taza de té. El té. La bebida que te hace parecer más sofisticado de lo que en realidad eres.
—Bueno, ¿qué tal si tomas otra taza, pero de café?—insistí, aunque sabía que no era buena idea.
—No me vendría mal— Me lanza una sonrisa cómplice. La sonrisa de "sé que esto está mal, pero me da igual".
Pasaron unos minutos tranquilos, mientras yo me deslizaba por la rutina. Como siempre, ella tenía sus horarios, y yo mis manías. Imaginen que nos conocimos en un shopping jugando videojuegos... Suena raro, ¿no? Como si fuera una escena sacada de una ficción barata.
Me levanté, mirando la mesa llena de tazas de café usadas y papeles regados. Todo estaba en su lugar: la desorganización organizada que me mantenía vivo.
Revisé el teléfono: un par de mensajes de ella, preguntando si todo estaba bien, sin presionar. Estaba esperando el auto de su familia para el viaje. Respondí sin pensar: "Todo ok". Nada más que decir. No soy mucho de las palabras. La eficiencia del texto corto me representa bien: ni muy largo para parecer interesado, ni tan corto para ser un completo ingenuo. En resumen, todo bajo control.
En el trabajo, las mismas quejas de siempre. El jefe calvo y su voz rasposa, Las imágenes nunca parecían "perfectas", porque, claro, el concepto de "perfección" depende del criterio de alguien que probablemente no sabe qué significa esa palabra más allá de las fotos de Instagram. El día pasó entre reportajes mediocres y mate. Pensaba en la salida con los chicos el sábado, que sería lo único capaz de sacarme de esta rutina.
Pero, esa tarde, algo raro pasó: fui espectador de una pelea. No fue una de esas que ves por televisión, con peleadores entrenados musculosos y entablados. No, esto fue puro caos; Estaba en la esquina de la calle, esperando el semáforo, cuando vi a tres tipos en plena bronca. Uno de ellos, un hombre alto y de hombros anchos, empujaba a otro contra el coche estacionado, y el otro, más flaco, ya estaba sangrando por la nariz. No sé qué estaba pasando, pero se veían como dos tipos que solo resolvían a puños. El de bigote parecía un hombre de familia que no encontraba otra forma de sacar su frustración.
El tipo flaco, ya sin fuerzas, levantó el brazo como para golpear, pero el otro lo detuvo de un golpe. Le dio un puñetazo en el estómago que lo hizo doblarse. Sonó tan feo que hasta me dolió a mí. El tipo se desplomo al suelo como una bolsa de papas, pero el primero no se conformó. Se acercó, lo levantó por la camiseta y le dio un buen par de patadas al costado.
Nadie se metió, la gente seguía su camino como si nada. Yo solo pensaba que esto se volvía más común de lo que imaginaba.
Al llegar a casa, me dejé caer en el sofá. Apagué la mente un rato; La idea de la inscripción militar seguía dando vueltas, pero no quería pensar en eso ahora. Ni hoy. Ya me estaba cansando.
El día se fue rápido, sin sorpresas. No quise pensar en nada más. Estaba listo para la salida del sábado. Alimenté a los gatos, barrí un poco, y vi el reloj: las nueve. La casa estaba más vacía sin ella. Y era hora de relajarse. Aunque si soy honesto, no tenía ni idea de cómo hacerlo. Pero no me preocupaba.
Algo me decía que la "relajación" podría ser un concepto que inventaron los optimistas para no estar con caras desentempladas todo el tiempo.
El Sábado: Feria y Encuentros.
El sol pega fuerte, pero sinceramente, no me importa. O tal vez es mi cuerpo frágil como el cristal que se queja por cualquier cosa. ¡Pero ya son las 19:00! Qué bien, ¿no? El sábado finalmente llegó y, con él, la excusa perfecta para escapar un rato de la rutina mientras mi chica se va de viaje. Ahí estamos, los chicos: Natalia, Ervin, y Clarita aunque no lo parezca. Pero, ¿Y Emiliano?
En fin, Nos dirigimos a la feria. Puestos de comida por todos lados, música estridente que intenta aligerar el aire, y la gente arrastrando los pies mientras devoran churros como si no hubiera un mañana.
—¿Vas a ser capaz de resistir la tentación y no comer todo lo que veas?— Pregunto, lanzando mi sarcasmo al viento.
Natalia clavada en el puesto de algodones de azúcar, como si estuviera ante la santísima trinidad de la comida.
Ella mira a Ervin, esbozando esa expresión que solo los años de amistad pueden forjar, esa que no necesitas explicar porque ya sabes lo que significa:
—Creo que tocaría darse un gustito, ¿no?— Exclama Ervin, como si su único objetivo fuera soltar comentarios tan absurdos como su expresión facial.
Yo, siempre listo para soltar alguna de mis observaciones brillantes y cargadas de humor. Me acerco al puesto y digo, con mi tono inconfundible:
—Si vas a comer esa cosa, que no se te quede pegada en los dientes. No hay cosa peor que la caries consecutiva... ¿Conocen al mago sin dientes? Ese les caerá bien.
Se ríen, pero me aseguro de que no lo noten. Natalia, como siempre, levanta una ceja, su cara de desaprobación tan clara como el Día que no es de día.
El momento es agradable, no es un show de eventos debido a que no todos tenemos tanto dinero, pero la caminata es agradable mientras atravesamos el mar de luces y olores que invade la feria:
—Dime, Ervin— Pregunta Natalia, con tono casual, casi un susurro—, ¿Alguna vez te has preguntado si realmente estamos donde deberíamos estar?
—No lo sé, creo que todo es temporal aquí. Pero lo importante son los momentos, como tú y yo, y los chicos ahora en este preciso momento— Responde Ervin, con esa rara capacidad que tiene para dejar a todos pensando en lo que acaba de soltar.
Timothy me hace pensar que no está metido en el juego. Su mente parece estar en otro lugar, tal vez con temas de la empresa.
Ervin y Natalia siempre están unos pasos atrás, como si no quisieran estar demasiado cerca de todos, pero sin separarse. Tal vez la comodidad de compartir el mismo espacio sin palabras innecesarias.
—¿Cómo va todo con... él?— Escucho a Ervin preguntarle a Natalia mientras caminan.
Natalia lo mira de reojo, la sonrisa que le dio fue familiar, casi automática. Se pasó una mano por el cabello, un gesto que hacía cuando estaba dudando.
—¿Él?— Dijo, sacudiendo la cabeza.— Está bien, supongo. Pero tampoco, vamos muy rápido. Digamos que etapa 3 de 5 en amistad.
Ervin asintió sin más, pero me di cuenta de que su mirada no estaba completamente en ella. Esta en la rueda de la fortuna que gira allá en el fondo, con un aire lejano. Antes de que pudiera seguir pensando en lo que decía, Natalia lo empuja ligeramente con el codo, como si le estuviera diciendo "basta ya de filosofar".
—Si seguimos hablando de esto, nos quedamos aquí todo el día— Bromea, pero hay algo en su tono que suaviza las palabras.
Ervin la mira y suelta una risa baja, dándole un pequeño empujón de vuelta, como si intentara restarle peso a la conversación:
—Sí, claro, como si no estuvieramos ya a punto de irnos —Responde, con una sonrisa torcida.
Ella lo mira en silencio por un momento, y fue entonces cuando sus ojos se encontraron de nuevo. Ese entendimiento tácito que crece cuando dos personas han compartido tantas cosas. Tal vez es algo sencillo, sin mucha importancia, pero yo, que observo desde atrás veo la química entre ellos juntos. No se
Ervin, casi sin pensarlo, pasa su mano por su cuello, estirándose como si intentara liberar un poco de la tensión. Natalia, sin pensarlo demasiado, apoya su mano en su brazo, un gesto que me pareció tan natural como respirar. No se trata de palabras, ni de gestos grandiosos. Es una complicidad en el aire, es una franqueza amistosa.
Clarita, que esta adelante, rompe el silencio con su voz de ardilla:
—¡Vamos a la rueda de la fortuna! ¡A ver si ganamos algo!
Todos cambiamos de expresión, como si nada hubiera pasado, seguimos caminando hacia el siguiente puesto. Al final, la feria sigue su curso, igual que nosotros. Así que da igual.
La noche avanzó rápidamente. Las luces de la feria comenzaron a apagarse poco a poco, y el bullicio de la gente se desvaneció.
Nos despedimos de Clarita, alejándose poco a poco hacia el estacionamiento.
—Nos vemos pronto, ¿eh?— Me dijo Ervin, mientras me daba una palmada en el hombro, su tono relajado pero con algo de cansancio en los ojos.
Natalia asintió con una sonrisa ligera, sin más palabras, pero de alguna forma, eso era suficiente. El paseo había llegado a su fin.
El aire fresco de la noche me envuelve mientras me quedo atrás, observando cómo cada uno de ellos se aleja hacía sus temas.
Regresé a casa, sin prisa, disfrutando de la tranquilidad. La espera era lo único que quedaba; Mañana, el domingo, mi pareja volvería, y todo lo que quedaba por hacer era dejar que el tiempo siguiera su curso.
Así que, con la mente tranquila y el sonido de la ventana de fondo, me dejé llevar por la rutina del fin de semana. Es hora de dormir.
CAPÍTULO 3: Disonancia de Voces
Ervin:
Una semana después de la salida:
Otro día ha comenzado. El sonido que proviene de la jaula de Polly me saca de mi letargo. Es un chirrido nervioso, y irritante como siempre.
—Bueno, otro día ha comenzado.
Es curioso cómo la rutina vuelve a apoderarse de las cosas, aquella salida de la feria, aquella charla con Natalia y los chicos, que fue tan liberador, ahora es solo un recuerdo en medio de la rutina.
Emiliano me preocupa. No sé si es mi imaginación o no, pero no he tenido contacto con él. Fabián habló con él día antes de la salida, pero nada. Quizás es su forma de lidiar con las cosas...
Esta semana ha sido igual a las demás, pero... Más ligera, de alguna manera. Todo parece estar en una pausa, como si estuviera esperando algo que aún no ha llegado, esa sensación de estar barruntado.
La jaula de Polly me sacude de nuevo, y por un segundo, me pregunto si también está esperando lo mismo que yo: Comida.
Me dirijo directo a la cocina, todavía medio adormilado. Maldición, hoy tengo que pagar un par de cosas. Por suerte, otro chico cubrirá el turno del compañero que se fracturó los dedos. "Qué alivio..."
Recuerdo que Natalia me pidió que le comprara unos folletos para sus estudios. Tendré que pasar por la librería más tarde.
Todo parece transcurrir normal hasta que las palabras en una noticia captan mi atención abruptamente:
“En las zonas del este y los pueblos cercanos como los Álamos, y Cóndor. Un virus se está propagando rápidamente. Su origen es desconocido, pero las autoridades ya están investigando. En solo 10 días, el número a aumentado entre 61 casos y seis muertes.”
Un nuevo virus ha llegado. ¿Desde cuándo? No lo sé. Es extraño, pero por ahora no lo suficiente alarmante para mí.
Alimenté a Polly y salí directo a hacer las compras.
En la calle, algunas personas parecen inquietas. Con cada paso, con cada compra, escucho susurros y conversaciones sobre lo mismo:
"Dicen que hay un virus rondando."
"Se cree que ya está llegando acá."
No quiero pensar en eso. Realmente no.
Después de terminar mis pendientes, decidí ir a la casa de Emiliano. Hace tiempo que no hablamos..
Cuando entré, la expresión de Emiliano me golpeó como un cambio brusco de estación. Siempre ha sido alguien relajado, con su tono confiado y ese humor afiliado que comparte con Fabián, pero hoy hubo un cambio radical:
—¿Emiliano? ¿Estás bien??— Pregunto, cerrando la puerta tras de mí. —No respondías hace días... Ya pasaron ocho desde la salida.
Él levanta la vista, su nerviosismo se muestra evidente al mover el cuello y cabeza bruscamente:
—¿Ervin?— Dice, con voz tensa.— Perdón, amigo, es que... mi madrina cayó enferma justo el viernes antes de la salida. Estoy preocupado. Los médicos dicen que pudo haber sido una taquicardia, pero no come, su respiración es débil y parece haber perdido los sentidos.
Se toma una pausa, tragando saliva antes de continuar:
—No es la única en mi familia que está así...
Mi cabeza empieza a dar vueltas. ¿Acaso realmente está pasando? Así, sin más. Lo que decían en las noticias, lo que sonaba tan distante hace poco, ahora esta golpeando la puerta.
¿Por qué llegó tan cerca de aquí? Se supone que aún no creció exponencialmente. ¿Falta de información? ¿Atraso en los reportes? ¿Nos están ocultando algo?
... esto no puede estar pasando.
Miro a Emiliano, esperando que dijera algo, que soltara una risa nerviosa y me dijera que estaba exagerando. Pero él solo se frota las manos, inquieto, con la mirada perdida en algún punto de la silenciosa sala.
El mundo afuera sigue igual. Los autos pasan, la gente va y viene, las tiendas siguen abiertas. Pero algo esta mal. Todo suena en las calles bastante bajo.
Le deseé suerte a Emiliano y seguí mi camino. No puedo interrumpirlo en estos momentos, no cuando su cabeza está en otra parte. Jamás lo había visto así... tan apagado, tan estafermo , hace unos días todo iba tan normal, ¿Y ahora? No lo se.
El peso de esa idea me golpea de lleno mientras camino por la calle. Todo se vuelve más compacto, como si se evitará mencionar algo...
Compré las cosas que me pidió Natalia, pero en lugar de avisarle por mensaje, decido entregárselas en persona. Quizás verla me distraiga un poco.
Llego a su casa, toco la puerta un par de veces antes de que Natalia apareciera:
—Te traje esto— Le digo levantando la bolsa con los folletos.
—Oh, gracias. Pensé que ibas a decirme que los recogiera yo.
—Nah, me quedaba de paso... más o menos.
Se apoya contra el marco de la puerta y me mira de arriba abajo, con esa mirada atenta que siempre tiene cuando algo no anda raro:
—¿Que te pasa? Pareces... extraño.
—Emiliano me preocupó un poco. Su madrina está enferma. Muy enferma.
El rostro de Natalia se vigoriza un instante antes de soltar un suspiro. Hay algo en su mirada que me decía que también lo estaba pensando bastante:
—Sí... Escuché algo en las noticias. Lo del virus, ¿no? ¿Crees que sea por eso?
—No lo sé.— Me paso la mano por la nuca, sin dar una respuesta concreta.— Solo sé que está pasando más rápido de lo que pensé.
—Tal vez sea solo paranoia. Ya sabes cómo es la gente con estas cosas.
—Bueno... mientras no nos volvamos locos antes de tiempo, ¿no?
Me río un poco, más por inercia que por otra cosa:
—Sí. Supongo.
Miro los folletos que aún tiene en la mano, jugando con una de las esquinas. Luego, rompo el silencio:
—Bueno, ya casi se acaban los estudios, ¿no? ¿Qué te parece si vienes a mi casa mañana?
—Sí, claro— Asiente gratamente.
Ella se inclina ligeramente hacia la puerta:
—Entonces, mañana. Cuídate, ¿sí?
—Lo haré— Respondo sin antes de girarme para irme.
La puerta se cierra suavemente detrás de mí, y mientras camino hacia el final del pasillo. Tal vez lo más sensato sería pasar un rato con ella mañana, intentar olvidar un poco de todo, al menos por unas horas...
El tiempo pasa rápido, y como de costumbre, trabajo en el turno tarde en el almacén. Pero, aún sigo asombrado por Emiliano. Lo que me contó me tiene dando vueltas como una calesita. Pasé un rato charlando por mensajes con Fabricio sobre todo esto, y como siempre, con sus chistes y comentarios irreverentes. También me mencionó que su novia regresó el lunes luego del viaje. Aparentemente, se salvó por la limpieza en casa y su lucha constante con los gatos.
Las horas transcurren. Me centré en lo que tenía que hacer. Acordé con Natalia vernos en el proximo día. Así que aproveché para seguir con mi rutina de siempre: Alimentar a Polly, hacer las compras necesarias y esperar que las horas restantes pasen sin novedades en el frente, como diría Fabián.
Otro día ha comenzado, miércoles, 10:30 p.m.
Mientras preparo algunas cosas, las noticias siguen llegando con fuerza. De repente, escucho un toque en la puerta. Natalia llega, cumpliendo con su palabra:
—¡Buen día!
—Un gusto verte.
Ambos nos sentamos en la mesa, compartiendo un café con facturas mientras hablamos como de costumbre:
—¿Desde cuándo te gusta el café?
—Deberías saberlo, hace un año que estoy atado a él. El té me aburrió, después de que... Bueno, ¿Recuerdas cuando hicimos ese récord de quién toma más té al año?
—Ah, sí...—Esboza una risa—. Fue loco.
El ambiente es agradable. No hay prisas, solo dos personas compartiendo el momento. Cada uno tomando de su taza, soltando preguntas frecuentes y anécdotas que siempre resurgen en estas charlas. Tal vez por eso la invité: Para sentirme un poco más feliz, mientras ella alivia la tensión de sus estudios.
—Frederick, el tipo ese, se fue de viaje a la Patagonia, Argentina.
—Va, tan lejos? Aunque, considerando que me contaste que terminó con sus estudios, no puedo decir mucho.
—¿Volverá?
—Eso depende de la persona. Al final, si siente que allá debe estar, pues ahí estará. Pero no te preocupes, seguro te lo dirá. Mientras concéntrate en tus estudios y tómate unos días de descanso, como aquí, por ejemplo.
Sonríe, y esa risa me recuerda por qué todo parece más ligero con ella cerca. Pero también me hace preguntarme si me estoy aferrando a momentos que ya no significan lo mismo.
El silencio pesa, pero no lo rompo. No quiero que Natalia vea lo que realmente me hace dudar. No hoy...
—Pero, ¿y tú?— Me pregunta, con un tono suave que no había notado antes.— ¿Te vas a quedar aquí todo el tiempo?
—¿Qué otra opción tengo?— Murmuro sin pensarlo, mientras una sombra cruza mi mente.— Me pregunto si alguien más entendería cómo se siente estar atrapado en esto, en este ciclo sin salida.
Por un momento, parece que Natalia quiere decir algo, pero se detiene. Sabe que a veces no puedo hablar. Sabe que no siempre es el momento adecuado.
—Oye, no todo tiene que ser tan grave, ¿lo sabes? -Su voz es reconfortante, y aunque me la devuelvo, mis pensamientos siguen.
—Capaz... -Respondo, mientras mi café se enfría.
Ambos disfrutamos el ambiente, y realmente me alegro por el camino que está tomando ella. La duda que siento viene de no saber definir bien mis emociones, de cómo fluctúo entre la tristeza y el alivio. Siempre fui su confidente, su amigo leal, aquel que no necesita hablar todos los días ni todas las semanas, pero que siempre estoy aquí cuando me necesita.
Mientras una atención rutinaria se mantiene, con Natalia a mi lado:
—Voy a lavar mi taza, ¿quieres algo?
—No, no gracias.
Llevo mi taza hacia el fregadero, y aunque trato de mantener la calma, no puedo evitar que una sonrisa se dibuje en mi rostro. Es algo natural, casi genuino. Todo va bien, el agua corre por el grifo mientras froto la taza con detergente.
—Excelente mañana para empezar, ¿no Polly?— Digo, mientras giro levemente su jaula.
Pero no escucho el familiar ruido de sus movimientos, ni los suaves gruñidos que usualmente hace al notar que me acerco...
Me dirijo hacia la jaula de Polly, y ahí está, su cuerpo está acostado de una manera extraña, inmóvil. Natalia, al percatarse de mi actitud, se acerca detrás de mí.
Una vibración incómoda corre en mí, mirando a través de las rejas. No hay respuestas.
—¿Polly?... ¿Polly?
...
Timothy:
El mundo ya no es el mismo, o al menos, así lo sienten quienes habitan en estos pueblos. Desde mi ventana, veo ambulancias llegando a ciertos sectores, personas con cubrebocas recorriendo las calles y una creciente sensación de desesperación instalándose lentamente.
No es el fin del mundo... Pero sí el final para algunos, cuyas vidas tal vez no importen demasiado para los demás.
Mis pensamientos divagan entre la incertidumbre funebre hasta que la voz de mí compañero me interrumpe de mis reflexiones:
—Hey Timothy, ven aquí, te necesitamos.
Parpadeo, alejándome de la ventana, Ajusto mi traje y me dirijo hacia el pasillo, donde los murmullos tensos se mezcla con el incesante pitido de monitores.
Todos los miembros clave se encuentran reunidos en la sala de conferencias de PharmaNova. El ambiente lleno de miradas que denotan inquietud:
—Muy bien señores— Comienza uno de los gerentes, modulando su tono—. Tenemos un problema. Un virus está expandiéndose en la región y, según nuestros análisis, podría superar a cualquier otro en términos de letalidad.
Se instala un breve silencio mientras otro miembro del equipo toma la palabra:
—No se trata solo de un problema potencial— Afirma—. El virus es extremadamente letal, aunque su capacidad de contagio parece estar limitada. Hemos estado colaborando con el grupo de investigación del Sector B para secuenciar su genoma, y los resultados indican que los mecanismos de transmisión son mucho más específicos de lo que inicialmente sospechábamos.
Un investigador, hojeando varios informes, interviene:
—Exacto. Según nuestras pruebas, el contagio se produce principalmente a través del contacto directo con fluidos corporales, especialmente la sangre, y a través de vectores bacterianos presentes en ciertos entornos. Esto sugiere que, si bien el virus es mortal, su propagación no es tan indiscriminada como la de otros patógenos.
Las palabras resuenan en la sala. Un virus de alta letalidad, pero con un modo de transmisión restringido, se presenta como un peligro silencioso, capaz de causar estragos sin la rapidez de una epidemia descontrolada.
Las miradas se cruzan, cada uno evaluando la magnitud de la información. Afuera, el mundo continúa, ajeno a lo que está a punto de desatarse en este pequeño rincón del planeta.
—Debemos de alistar los protocolos— Exclamo con firmeza, intentando contener la tensión en la sala—. Debemos contactar de inmediato a las autoridades sanitarias nacionales y coordinar con ellas el monitoreo de la situación. Si el virus logró propagarse tan rápido aquí, significa que esta zona es un punto maximo... Y si no actuamos a tiempo, podríamos poner en riesgo a ciudades densamente más pobladas. Además, hay temas más graves que entran en conflicto con la empresa.
Hago una pausa, dejando que mis palabras se asienten entre los presentes:
—Si la situación empeora -Continúo, con voz más grave—, Tendremos que establecer contactos más amplios... e incluso considerar la intervención de la CDC.
Las miradas se endurecen. Todos en la sala entienden lo que eso significa. Si la CDC entra en acción, el escenario dejará de ser solo una crisis sanitaria, y significa que esto está muy jodido.
La tensión es comprensible, pero nadie se opuso. Todos estuvieron de acuerdo en que no había otra opción. A los pocos minutos de finalizar la reunión, ya se están tomando las primeras acciones para implementar los protocolos.
Algunos, como el subgerente, optan por manejar la situación a distancia. ¿Precaución? ¿Cobardía? Ni idea.
No era solo una alerta, no era solo un brote aislado... Era el inicio de algo más grande. Algo que, aunque intentáramos contener, ya había empezado a expandirse.
>“En el primer mes se registraron 400 casos y 360 muertes, lo que equivale a una tasa de infección mensual del 0,40 % y una letalidad del 90 %.”
En los primeros días del segundo mes, los casos siguen aumentando con más de 15 fallecidos en solo unos días, y la presión sobre el sistema sanitario se dispara.
Las autoridades sanitarias están en alerta máxima. Se han implementado cercos en varios puntos clave. Tratando de contener la propagación. Algunas ciudades están considerando cuarentenas estrictas, mientras que en los hospitales se preparan para los cadáveres.
“El caos es inminente.”
Sin noción del tiempo, otro día comienza:
Frente a la puerta de la empresa, las medidas de seguridad se han vuelto más estrictas: Bloqueos en las calles, cuarentenas en ciertos sectores, cubre bocas obligatorio, desinfectantes en cada esquina, y la sensación de que todo esto es una respuesta desesperada. Tal vez son las organizaciones más poderosas las que intentan controlar la propagación a toda costa, incluso si eso significa sacrificar el bienestar de los demás. Cuan hipocresía debe de haber ante ellos.
La imagen es sombría. A medida que camino, ya puedo ver cuerpos en la calle, cubiertos por bolsas negras.
Apenas estamos comenzando el segundo mes, y creemos que el virus logro evolucionar ligeramente en gran medida.
Médicos con trajes de protección examinan, los colocan en furgonetas, mientras todo sigue su curso de manera casi mecánica.
Cada 12 horas, el roció desinfectante cubre las calles, una solución a medias que parece más un intento simbólico de controlar lo inevitable. Mi empresa, como siempre, está más preocupada por sus propios intereses, pero en medio de todo eso, trato de hacer lo que puedo para ayudar a las personas que aún luchan por vivir pero con extensa frustración.
Ahora estoy en mi oficina, rodeado de papeles, tomando decisiones, entregando ciertas libertades para que otros puedan analizar el virus. Las noticias no paran de bombardearnos con información que no cambia nada, solo más miedo fúnebre sobre lo que obviamente sabemos.
—¿Cómo está Emiliano?—Me pregunto, marcando su número, curioso por saber de él.
La llamada suena un par de veces antes de que conteste con un tono entrecortado:
—¡TIMOTHY TODO ES UN DESASTRE!,— Responde con una voz rota—. Ya hisoparon a mi madrina, ¡Fue horrible! Y aún no se recupera. Mi primo ahora lucha, y muchos ya estamos jodidos!
Su desesperación en sus palabras es clara. Esa angustia que no se puede ignorar:
—¿Toman las medidas?
—¿Que carajo decís? sí. Hace días que no hablo con Fabián o Ervin. Ellos están asustados, pero no al nivel que yo. Espero que tu empresa siga ayudando, maldita sea, esto no fue casualidad, y tu lo sabes!
—Te entiendo, cuídate.— Digo, con una mezcla de impotencia y preocupación, antes de cerrar la llamada.
Me recuesto en la silla, cerrando los ojos por un momento. Entiendo la actitud de Emiliano, y aunque trato de seguir con lo que debo hacer, la sensación de que algo mucho peor está por venir no me abandona.
Todo fue tan de repente. Fabricio y su novia están tomando las medidas adecuadamente. Como viven juntos, no tienen complicaciones por ahora. Pero Ervin... no lo sé.
Natalia me contó algunas cosas que sucedieron hace unos días, pero lamentablemente dejaron de verse. Aunque aún se estiman mucho, hay algo en la distancia que empieza a pesar.
Mi mente empieza a nublarse. Los pensamientos me atropellan, y un dolor de jaqueca se instala lentamente. Cada vez más fuerte, como si todo lo que está pasando me estuviera aplastando poco a poco.
El día se arrastra, y el reloj en mi oficina parece marcar el tiempo con una lentitud extenuante. Las noticias siguen siendo las mismas: Más muertes, más contagios, más incertidumbre. La presión de tener que dar respuestas se está volviendo insoportable, pero el trabajo sigue adelante. Los protocolos exijo que sean más estrictos. Cada paso que damos está monitoreado, cada decisión parece más crucial que la anterior.
Es un trabajo detrás de otro, pero las imágenes de lo que he visto fuera de la oficina se siguen metiendo en mi cabeza. La calle parece un lugar más feo ahora. Las ambulancias no dejan de pasar, y los rostros enmascarados se cruzan con los míos, ignorando cualquier intento de contacto visual. Todos son desconocidos, y el miedo los acompaña. La gente se ha vuelto... Distante, como si el miedo hubiera creado un escudo entre ellos y el resto del mundo.
Un par de veces, las noticias mencionan a zonas cercanas, y ese desapercibido nudo en mi estómago se aprieta cada vez que oigo el nombre de mi pueblo. Hay más casos, más brotes. Es solo cuestión de tiempo antes de que nos toque de lleno.
<“¿Cómo está todo por allá?”>
Le pregunto a Ervin por mensaje, aunque dudo de que me responda.
En realidad, no espero respuesta. La última vez que hablamos fue por teléfono, hace unos días. Me dijo que todo estaba “Más o menos bien”, pero yo ya sabía que esa respuesta era solo una fachada.
Es curioso cómo la gente, incluso cuando está al borde del colapso, sigue aferrándose a esas pequeñas mentiras, a esas ilusiones que nos mantienen en pie. Al menos por un rato.
El sonido de mi teléfono me sacude de mis pensamientos. Es un mensaje de Emiliano:
"Lo de mi madrina... está peor, Timothy. Ya no sé qué hacer."
Lo leo varias veces, sé que sus palabras no necesitan explicación. La situación es peor de lo que él deja ver.
—¿En serio esto es todo lo que puedo hacer?— Susurro, mientras apago el teléfono y me reclino en la silla.
El día sigue su curso. Mi mente, aunque agotada, se niega a dejar de maquinar. A veces, me pregunto si todo esto es real. Si estamos atrapados, o si simplemente no hay salida en estos eventos. Pero la verdad es que no tengo respuestas. Ninguno de nosotros las tiene ¿o si?
Las horas pasan, y la oscuridad comienza a tomar las casas.
Llamo a Natalia. Ya no sé si lo hago por necesidad de escuchar algo o por el simple hecho de que necesito arraigarme a algo que no esté teñido de miedo y desesperanza:
—¿Hola?— Me contesta con la voz baja, como si estuviera haciendo lo mismo que yo: Tratando de llenar el silencio con algo que suene normal.
—¿Sigues bien?— Pregunto, aunque sé que mi tono suena demasiado para ser una pregunta casual.
—Sí, más o menos. Solo... he estado pensando. Esto es más grande de lo que imaginamos. Yo solo... espero que sigas tomando cuidado.
Le digo que sí, que lo haré con argumentos. Es lo único que puedo decir. Porque, al final, ¿qué más queda por hacer?
La conversación se desvanece en el aire. Después de colgar, me quedo mirando la pantalla en blanco del teléfono. Nadie me manda más mensajes. Nadie parece tener algo nuevo que decir.
Salgo de la oficina con la cabeza cargada y la garganta seca. No se ni qué día es hoy. Me saco la mascarilla apenas piso la calle, aunque sé que no debería. Me importa poco. Necesito sentir el aire, por más contaminado que esté.
Cruzo hasta un puesto medio improvisado, compro un batido de frutilla y me apoyo en una de las barras oxidadas de la vereda. El metal está frío, como todo últimamente. Bebo un trago. Dulce, pero suficiente.
Miro a mi alrededor. Las calles vacías, solo se escucha el sonido de residuos moviéndose con el viento. Sirenas, pasos, tapabocas, ojos que no miran se cruzan conmigo de forma casual, casi indiferente.
> Nos están ocultando algo. Lo sé. Lo sentimos todos, pero nadie lo dice en voz alta.
Un viejo me observa desde un poste cercano. Lleva un abrigo verde gastado, y un termo de aluminio tan viejo como su espalda encorvada. Le devuelvo la mirada sin intención, pero él la toma como una invitación. Se acerca.
—Día pesado, ¿eh? —Dice mientras se acomoda a mi lado.
—Así parece, don...
—Estos parecen no saber qué hacer, ¿no? Solo les importa volver loca a la gente por cualquier cosa.
Sé a qué se refiere. A mi empresa. A otras más grandes. Al miedo. Pero no me importa aclararlo. Ambos entendemos el punto:
—Las cosas están complicadas, señor. La verdad, estoy un poco harto. Por eso heme aquí.
—Yo te entiendo, mirá esto —levanta la manga del brazo derecho. No tiene su mano, solo una cicatriz limpia y una muñeca vacía—. ¿Sabés por qué tengo esto? Estuve en varios conflictos. En varias cosas que se esparcieron por el mundo para generar miedo. Fui militar veterano. Esto... esto es solo un recordatorio de lo cruda que es la vida. Y así me lo pagaron.
—Lamento escuchar eso.
—No te lamentes —Responde relajado y sin rabia—. ¿Querés un consejo? No vas a poder cambiar el mundo.
Se acomoda el abrigo, da un paso atrás y me mira como si esperara algo.
—Mejor continuá vos...
Mañana todo seguirá igual. O eso quiero pensar, mientras la primera luz del alba cruza estos cristales manchados.
CAPÍTULO 4: Abulia Ecléctica
Día 60 - 2 meses con el contagio
Ervin:
Todo ha cambiado tanto, ya no hay nada igual que antes. Los trabajos siguen en pie, las cosas materiales siguen su curso, pero lo social... lo social ha caído en picada. El pueblo baja en un gran declive. Solo quedan sombras que alguna vez fue el bullicio normal de la vida cotidiana.
El transcurso del tiempo me derrota. Ya no me importa si el sol sale o se oculta. Para mí, los días se han fundido en una masa confusa, y cada amanecer es solo otro recordatorio de que sigo aquí, que sigo viviendo en este... paréntesis, por así decirlo.
“A último día de finalizar el segundo mes, La tasa de mortalidad mensual fue del 2,70 %.
Se registraron 3 100 casos en varios pueblos de la región.”
Ya ni siquiera intento analizar la gravedad de esos números. ¿Qué importa el "qué" cuando ya sabes que la cuenta sigue aumentando, sin pausa, sin retorno.
Cada vez que miro hacia afuera, las calles parecen una resonancia de lo que alguna vez fue un pueblo lleno de vida. Las ventanas de las casas están selladas con cortinas gruesas.
Mi mente se arrastra en un mar de pensamientos. Recuerdo a Natalia, a Fabricio, a todos aquellos amigos pero me doy cuenta de que todos, de una forma u otra, están separados en mí línea. La distancia social, las restricciones, las advertencias... y ahora, lo único que queda es esta amarga soledad hasta que esto termine..
A veces siento que me estoy ahogando en la necesidad de contacto, de sentir que no soy solo yo aquí atrapado en un espacio que se encoge cada vez más.
La gente está luchando por sobrevivir, no solo por el virus, sino por algo más grande. Ya no es solo un problema físico; es psicológico, emocional. ¿Cómo sobrevives a un enemigo sin si quisiera saber en qué momento empezó a atacar?
Es todo un torbellino, pero al final, lo único que queda son las preguntas. Y yo... yo estoy empezando a sentir que ya no tengo muchas respuestas.
-------------------
"Fue una mujer muy fuerte, ella me cuidó durante tanto tiempo. Ja, recuerdo los pasteles que hacía con mi tío. Fue como una segunda madre para mí. Me aconsejaba en mis peores momentos, creí que superaría esto, pero... Aún así, fuiste fuerte, madrina, y siempre te querré por eso"
Emiliano termina de hablar, su voz quebrada pero firme. Sus ojos están llorosos, y la sala se llena de un silencio pesado.
Estoy en el funeral con él, No he compartido tanto vínculo con ella pero entiendo su dolor.
Todos con cubre bocas y desinfectante y yo lo más alejado posible, sin intenciones de hacer contacto algo pero las molestias en mí cuerpo empiezan a emerger...
Entro al baño. Necesito aire, el cubre bocas me lo quito y jadeo, sintiendo cómo el pecho se hunde con cada respiración densa.
Me paso las manos por la cara y me miro en el espejo: Mis ojos rojizos de tanta irritacion. No creí que esto empezaría tan rápido.
Dejo que el tiempo siga en silencio, escuchando los susurros que se escapan entre los parientes de Emiliano. Algunos, como su primo, que parecen estar condenados, su destino ya sellado. Los tratamientos no fueron suficientes para ellos. Quiero consolar a mi amigo, quiero decirle algo, pero no puedo. Simplemente no se cómo.
Finalmente, el funeral sigue adelante. Emiliano me lanza una mirada de reojo, y yo, con la garganta apretada, solo logro hacerle una señal de fuerza. No sabe, pero hay algo en mi actitud que despierta sospechas. Se está dando cuenta de que algo no anda bien conmigo, aunque no se que.
Todo lo que puedo hacer es mantenerme aquí, mientras la sombra de mi propia enfermedad sigue acechando, ocultándose detrás de cada gesto, de cada palabra que no digo.
No puedo evitar sentir que, en el fondo, Emiliano intuye algo. La distancia, los gestos comedidos, la forma en que evita cualquier contacto. Ya no es el mismo de siempre.
Al día siguiente:
Tenía que ir a ver a Natalia, pero antes decidí ir al médico. Ya no aguantaba más esta incertidumbre. Necesito saber qué está pasando con mi cuerpo.
El hospital está peor que nunca. La gente está más asustada, pero nadie dice nada. Todo el mundo solo espera, me siento como un espectador de mi propia vida.
Me hacen las pruebas. Las mismas malditas pruebas que he visto tantas veces en la tele. Estoy nervioso, pero trato de no mostrarlo. Me siento en una sala, mirando el reloj, esperando lo inevitable.
El teléfono suena al día siguiente. No quiero contestarlo, pero lo hago:
“Señor Ervin González, tras revisar sus síntomas y los resultados preliminares, existe un 80 % de probabilidad de que padezca una infección viral avanzada.
Sus signos —tos persistente, expectoración con sangre, anorexia y debilidad generalizada— son compatibles con más que una simple gripe. Es probable que el virus lleve replicándose en su organismo durante semanas antes de manifestarse clínicamente.”
Esto me golpes de lleno, un puñal que nunca lo he sentido:
—¿Que tipo de tratamiento puedo esperar Doc?...
—Le recomiendo encarecidamente que acuda de inmediato a un centro de atención especializada. Allí podrán realizarle pruebas de laboratorio definitivas.
El tono del médico es firme y distante, como si estuviese acostumbrado a decir esto:
—Dependiendo del agente, podríamos usar antivirales de amplio espectro, terapias de rehidratación y monitoreo en unidad de aislamiento. Le contactaré en breve con el equipo de enfermedades infecciosas para que le indiquen los pasos a seguir.
La llamada se corta, y yo me quedo con el teléfono en la mano, mirando el vacío. El diagnóstico está ahí, pero no quiero aceptar que es real. No quiero verlo porque se cómo está comportándose mí cuerpo ahora mismo.
El día sigue su curso, pero yo apenas lo registro. Mi mente está atrapada en una espiral de pensamientos: ¿cuánto tiempo me queda? ¿Debería decírselo? ¿Cómo reaccionaría?
Respiro hondo. El aire se siente espeso, pesado en mis pulmones. Trago saliva y me aferro a la única certeza que tengo ahora mismo: esto no se lo puedo decir. No todavía...
Llego a mi casa y, sin pensarlo, me arranco el abrigo. Me dejo caer en la silla, sintiendo el dolor de todo sobre mis hombros:
De un manotazo, hago volar las hojas y los objetos sobre la mesa. El estruendo de un vaso estrellándose contra el suelo me sacude, pero no me detengo.
'¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ AHORA?!'
No puedo creerlo. Apenas han pasado dos días... ¡dos malditos días! Y ya mí cuerpo se destruye.
Siento el pecho arder de furia e impotencia. ¡Porque hicieron esto, quienes nos hicieron esto!
Un grito desgarrador me sale del alma. La mesa va al suelo, la golpeo una y otra vez. No pienso. No razono. Solo siento el miedo y la adrenalina recorriéndome el cuerpo.
Mis nudillos están raspados, cubiertos de sangre. Mi respiración es un desastre, entrecortada, jadeante. Mi cuerpo tiembla. Mi visión se oscurece.
'¡CARAJO!'
Mis piernas fallan, me tambaleo y termino en el suelo. No sé cuánto tiempo pasa. Solo escucho mi propia respiración descontrolada y el latido ensordecedor de mi corazón.
Sonidos rotos salen de mi garganta. Algo entre un sollozo y una risa vacía.
¿Todo esto... para qué? Para enfermarme y morir.
Mi vida siempre fue simple, repetitiva, sin grandes giros. Y ahora, de la nada, esto.
Mi mirada se pierde en la nada. Seca. Vacía. Me abrazo a mí mismo porque no hay nadie más que lo haga...
Al día siguiente:
No sé qué pasó después. Tal vez lloré un poco, tal vez me acosté. Solo me dejé caer en la cama, agotado, con las flemas y el dolor en el pecho constantes. El insomnio me come; No puedo dormir, no puedo descansar. Ni siquiera he desayunado, y las ojeras ya me están marcando el rostro. No sé qué está pasando en las noticias, ni si el virus se ha detenido o si ha mutado. Lo único que sé es que estoy aquí, atrapado en este cuerpo que ya no me responde.
De repente, alguien golpea la puerta; Es Natalia.
La puerta se abre suavemente, y ahí está, con su mirada preocupada, su cuerpo tenso, como si no supiera qué esperar al verme. Al principio, mis ojos no pueden enfocarla del todo. Estoy tan sumido en mi que su presencia me cuesta procesarla.
—Ervin...— Dice con voz suave, cargada de dudas-. ¿Cómo estás?
No sé qué responder. Mis palabras están atoradas en mi garganta, y mi cuerpo, que ya está luchando contra el virus, parece no tener energía ni para moverme. Solo me quedo allí; Sentado en el piso mirándola, sin saber qué hacer.
Mi cuerpo no reacciona, mi mente está demasiado nublada.
—¡Hey!.— Repite, esta vez acercándose con cautela, como si temiera que pudiera desplomarme—. No contestaste mis mensajes. Pensé que estabas fuera, o... no sé, tal vez algo te pasó.
Y en ese momento, mientras trato de procesar lo que dice, la tos me azota de nuevo, y veo cómo una mancha de sangre se forma en mi camiseta. El horror se refleja en su rostro. Ella da un paso atrás, como reaccionar.
—No te acerques...— Susurro, aunque lo único que realmente quiero es estar con ella, pero sé lo peligroso que eso puede ser.
Ella se detiene, su rostro está marcado por la preocupación y el miedo. No retrocede, solo se queda allí, viéndome, observando cómo mi cuerpo se reduce.
Quiero decirle algo. Quiero decirle que estoy bien, que no se preocupe, pero las palabras se me ahogan.
—Ervin...— Su voz tiembla—. No tienes que estar solo en esto. No tienes que enfrentarlo solo.
Esas palabras me atraviesan, pero no sé cómo contestar. Siempre he intentado ser el fuerte, el que soporta todo, el que no necesita ayuda. Y ahora que la necesito, no sé cómo aceptarlo.
Veo una lágrima recorrer su mejilla, y me mata. Saber que ella está sufriendo por mí, ver cómo su mundo también se quiebra al ver esto. La impotencia de no poder hacer nada, de no poder protegerla, me duele más que cualquier síntoma del virus.
Su expresión es un torbellino de emociones. Sabe que lo que estoy diciendo es mi forma de despedirme, aunque aún no quiero aceptar que esto pueda ser el final. Mi cuerpo ya no responde como debería, y todo se siente más real con cada segundo que pasa.
—No digas eso... No me dejes asi.— Su voz es un hilo de angustia.
Pero sé que no puedo prometerle nada. Lo que está pasando, lo que estoy sintiendo ahora es irreversible. La muerte se adentró en mí sin darme cuenta.
Me esfuerzo por mantenerme consciente, pero las palabras se hacen cada vez más difíciles. Mi respiración se vuelve más pesada, y las flemas me ahogan. La tos vuelve con fuerza. Mi pecho duele como nunca antes. Pero creo, que debo decir algo más. Una última cosa:
—Escuchá, Natalia: siempre nos hemos apoyado mutuamente. Tu amistad ha sido un privilegio para mí. Este virus no da tregua a nadie, y si mañana no puedo verte… Quiero que sigas adelante, y que yo solo sea un fragmento bonito de lo que has vivido.
Antes de que pueda añadir algo más, ella se acerca y me abraza. Me asusta al principio, pero después me relajo. Sus brazos alrededor de mí me dan una sensación que hacía mucho no sentía: Calor humano, afecto. Algo genuino, algo real. No importa que estemos separados por el miedo, por el virus, por el adiós inminente. En ese abrazo, lo único que importa es lo que somos ahora: Dos seres humanos que se han apoyado mutuamente en lo que se podía.
Mis ojos se llenan de lágrimas. No recuerdo la última vez que alguien me abrazó con tanta fuerza. No sé si es el miedo, la desesperación, o el alivio, pero me deja sin palabras.
-Gracias -Susurra, con la voz quebrada-. Voy a cuidarme, Ervin. No te preocupes por mí
Ella se separa lentamente, mirando fijamente mis ojos, como si estuviera intentando grabarme en su memoria, mientras la puerta se cierra...
Quiero quedarme más tiempo, pero no puedo.
Ya no hay tiempo.
No he comido. Ni tengo ganas. Lo único que me arrastró hasta el funeral de Emiliano fue el deber de no dejarlo solo en su lamento. A pesar de todo, es mi amigo, y aunque no esta preparado para enfrentarse más tragedias, estuve allí.
Fabricio también estuvo presente, pero no fue un tonto. Sus miradas decían más que cualquier palabra. En ese par de segundos, me lo dijo todo. No necesitaba consuelo ni más explicaciones. Solo un "Lo siento mucho, amigo". Pero incluso eso me cayó pesado. ¿Cómo iba a consolarme si ni siquiera yo me entiendo a mí mismo?
La angustia me devora y la incertidumbre crece...
Cada espasmo demasiado débiles y mi cabeza arde, pero aún así, sigo aquí.
Otro día se me ha escapado sin darme cuenta. No he ido al trabajo, no he salido de casa. Me muevo lo menos posible. Cada vez que intento, siento el ardor en el pecho, el dolor es tan intenso que parece como si un serrucho estuviera cortando lentamente mi carne.
Mi cuerpo está pálido, como una alerta que no puedo ignorar. No he dormido en días, la fatiga me desvanece, pero aún así mis ojos siguen abiertos. Las horas se vuelven una niebla borrosa y la sensación de estar atrapado se hace más densa con cada suspiro.
No he ido al médico por miedo a que me encierren, a que me aíslen en algún lugar sin que nadie pueda verme, me paraliza.
De repente, escucho el sonido de mi teléfono. Al mirar, veo el nombre que me detiene por un segundo: Timothy.
—Timothy... ¿Eres tú?— Mi voz apagada, como si hubiera perdido el ritmo de las palabras.
—Ervin? —Su tono de voz es bajo, preocupado. Me pregunto cuánto habrá pasado desde la última vez que hablamos.
—¿Puedes venir?— La pregunta sale de mis labios antes de que pueda detenerla. Sé que no debería. Sé que no debería poner a nadie más en riesgo, pero no tengo a nadie más con quien hablar.
Al cabo de un tiempo, Timothy entra en mi habitación, completamente cubierto con su cubrebocas, guantes y desinfectante. Lo miro con la poca fuerza que me queda, aún sentado en la cama, sintiendo la pesadez en el aire. El dolor sigue ahí, presente, pero ahora me parece algo lejano.
Timothy comienza a desinfectar los alrededores con meticulosidad, sin hablar. Mientras tanto, yo reflexiono, casi ajeno a todo lo que está pasando a mi alrededor.
—Tú... Estás...— Se atreva a decir mientras sus mirada se baja.
—Sí.— Mi respuesta es directa, Hace una mueca antes de sentarse en la silla, decidido a conversar —¿Cómo ha avanzado todo en tu empresa?
—Complicado— Suspira, poniendo su mano en su frente.— Los protocolos se volvieron más estrictos, pero aún así, en el tercer mes del brote, la tasa bajó a 2,25% Es decir, 1250 casos en nuestro pueblo.
—Al menos hay mayores restricciones supongo—Murmuro, tratando de encontrar alguna forma de consuelo en sus palabras.
El silencio se instala entre nosotros durante un par de segundos, todo es abrumador.
—¿Puedes hacerme un favor?— Rompo el silencio con una pregunta suave, casi un susurro. —¿Puedes ponerme en cuarentena? No quiero estar junto con otros. Si voy a morir... quiero morir dentro de una habitación segura de alguien en quien confío.
Timothy cierra los labios y su rostro se endurece por un momento, afliccionado antes esas palabras. No hay nada que pueda decir que alivie esto.
—Está bien, amigo. lo haré. Pero... Parece que tu infección ya esta en su última etapa.
Su cara queda pausada ante unos segundos, antes de querer soltar algo más:
—Ervin González... eres una gran personas. Y nos conocemos desde hace años... Te ayudaré en lo que sea necesario para lidiar con esto; incluso con tratamientos. Estamos desarrollando una cura, pero los muy bastardos de mi empresa no pueden conseguirla.
Lo escucho con atención, pero sus palabras no llegan a mi mente de la manera que deberían. Mi cuerpo ya está demasiado cansado para reaccionar:
—Ya está... No puedo hacer nada. Pero, gracias. Que este golpe no te quiebre.— Mi voz suena firme, aunque los temblores de mí cuerpo me hacen tambalear.
Un silencio se establece entre nosotros, un pacto pesado, lleno de cosas no dichas, de despedidas a medias.. Sabemos que las palabras se sienten nulas. Y No hay forma de mitigar el dolor.
12:20 PM
Han pasado tres horas desde aquella charla.
Ya no quiero arriesgar a nadie. El virus se sigue esparciendo, y me niego a ser la causa de más sufrimientos. Emiliano, por otro lado, está devastado, no quiero causarle más dolor con esta terrible noticia. La verdad, no sé si podrá soportarlo. Pero con Natalia, creo que nos hemos logrado entendernos en la última vez que la vi, su rostro quedó grabado en mi mente. Me alegro que no me haya quedado el vacío de no haberlo intentado.
Me arrastro hasta la puerta, me pongo el cubrebocas y tomo el desinfectante. Cada paso me cuesta, me duele; Siento mis huesos débiles en cada movimiento, cada respiración es un dolor constante, pero tengo que hacerlo.
Salgo, a pesar de los temores que me atormentan, y me dirijo al a la puerta, y allí está él: Timothy.
Esperándome en la puerta del auto, a llevarme hacia aquél lugar...
Mi cuerpo está al límite, pero aún logro dar un paso más antes de que mis fuerzas me abandonen, y sin darme cuenta las ruedas del auto ya están andando.
El tiempo ha terminado.
La habitación es blanca. Apenas se distingue entre las paredes y el techo. La cama, fría y solitaria, es lo único que me acompaña. Hay objetos dispersos para relajación, pero la sensación en el aire es todo menos tranquila. Timothy me mira, pero no dice nada. Ambos sabemos que las palabras ya no importan. La charla anterior fue suficiente.
—Adiós, amigo.
—Protégete...—Respondo, mi garganta escabrosa.
La puerta se cierra tras él, y la habitación se queda en silencio. Las horas pasan, pero el dolor nunca se va. Ya no siento ganas de llorar, ni de reflexionar, ni de pensar en nada más. Solo el ruido constante de mi pecho, que parece hacer pitidos cada vez que trato de respirar.
Estoy acostado, mirando al techo, sintiendo cómo mi corazón sube y baja de forma irregular.
—Con que así se siente...— Murmuro para mí mismo, como un suspiro de aceptación.. Tal vez.
Todo a mi alrededor se entrecierra, todo se ve tan impreciso. Pero no quiero esas imágenes. Aunque mi cuerpo aún me grite por los dolores, no quiero nada más que simplemente dormir. Si, solo dormir
...
EPÍLOGO: ¿Solo tu por aquí?
Noticiero 1:
“Han pasado seis meses desde el brote del virus y, aunque su impacto fue devastador en los primeros meses, el accionar temprano de las autoridades sanitarias, junto con el apoyo de empresas como PhamarNova, Inviman y la SyCD, se logró contener su crecimiento. La situación ha despertado preocupación, pues evidencia lo vulnerables que seguimos siendo ante estás amenazas.”
Noticiero 2:
“Los expertos afirman que, a diferencia de Epidemias pasadas, la rápida respuesta global permitió frenar una propagación incontrolable. Sin embargo, en pequeñas comunidades como Los Álamos, las pérdidas siguen golpeando en los habitantes."
Noticiero 3:
“El virus dejó su huella, no solo en cifras, sino en las vidas. Se estima que en la región hubo más de 13,000 casos, con una tasa de supervivencia que oscila entre el 15 y el 19%. Familias se desmoronan, despedidas quedan pendientes, y un luto silencioso aún persiste en las calles. Algunas empresas están estimulando el desarrollo de una posible vacuna, apoyándose en investigaciones previas sobre virus similares.”
Funeral en honor a los fallecidos en Los Álamos: Descansen en paz
Estar en un funeral siempre es incómodo. No importa cuántos hayas presenciado, nunca te acostumbras al sonido seco de las palabras de despedida ni a la mirada perdida de los que se quedan atrás. Hoy no es diferente. Hoy es peor.
—Fabian... ¿No quieres acercarte? —Me pregunta mi novia con ese tono aparente de preocupación.
—No, amor... Creo que estoy bien así.
Ervin está muerto. Hace tiempo. Ni siquiera puedo imaginar el sufrimiento que pasó en sus últimos días de encierro. Emiliano está allí, inmóvil, con la mirada perdida en el vacío. No sabe qué hacer. Su rostro refleja un fuerte desnivel emocional; perdió a su madrina, a su primo y a nuestro amigo...
Ni siquiera me molesto en prestar atención a las palabras de cada funeral. No es necesario. Ya sé qué van a decir. Un simple silencio es más que suficiente.
A lo lejos, veo a Timothy hablando con Natalia:
—Yo... tomé todas las medidas y tratamientos en la habitación para que no sufriera más de lo que ya estaba sufriendo— Dice con desánimo.
—Gracias, Sé que lograste un buen apoyo con tu empresa— Responde ella abatida pero con leve optimismo.
—No... Renuncio. Esos bastardos no se preocupan por nada. Creo que ahora solo quiero...— Su mirada queda en blanco— Solo quiero caminar mucho...
Natalia asiente en silencio.
—Él fue demasiado buen amigo conmigo.. Lo extrañaré, pero haré lo que pueda para no romperme en sus palabras.
Es abrumador procesar todo esto. Ni siquiera en mi mente cabe un chiste que alivie el yunque en el pecho.
Detesto los funerales: no lloro por fuera, sino que me consume por dentro.
En siete días partiré a la Armada. Está decidido. No hay marcha atrás ni palabra que lo detenga.
Los daños no desaparecen ni se curan. Solo se aceptan. Se cicatrizan con el tiempo, tal vez. Esto es devastador y siempre lo será, no para el mundo, porque el mundo tuvo la suerte de no sufrir otra tragedia como esta. Pero para nosotros sí. Para esta pequeña y borrable comunidad.
—Todo está predicho— Murmura Timothy con una mirada de resignación.
...
Nuestra vista de las lápidas se ve disociada, mientras la tenue neblina del cementerio amanecido se disuelve en el horizonte, cruzada por aeroplanos que surcan el cielo matutino.
Voces lejanas —O quizás demasiado cercanas— anuncian:
"...Y mientras las naciones debaten sanciones y asistencia, los conflictos globales igual se asoman"
Solo sé que nuestra pantalla se funde en blanco con un latido pausado del corazón.
¿Acaso importamos para el exterior?
No importa
Todavía nos duele
Todavía no cicatrizamos
Pero aún mantenemos nuestra convicción humana.
Porque para eso.. nos dejaron rígidos
...
Fin
Comentarios
Publicar un comentario