“Descender en la Van” -AlePonce

 Descender en la Van

-Una perspectiva Brutal




                      [Crimen/Drama/Misterio]

Sinopsis:

“Las calles están vacías, la noche es fría y las personas solo quieren llegar a su hogar que es la única seguridad que confían tener.

Cuando despiertas, lo único que sientes es presión y el vaivén de camionetas en movimiento. No eres el primero en estar ahí, y quizás tampoco seas último.

Dos amigos han cruzado una línea de la que no podrán volver. En este mundo, los secuestros también tienen reglas, y cuando las cosas no salen como esperan, el averno no distingue entre paredes...”



Prólogo: víctima

La noche llega con su viento tembloroso, las calles vacías como siempre, y la madrugada se instala de forma lenta pero segura. Otro día más, otro turno más... ¿Cuántos llevan ya? Tal vez me repita mucho, pero en este trabajo las horas se me hacen eternas, como si todo fuera una rutina sin fin... que lo es.

 Un par de personas bajan del autobús:


—Nos vemos el miércoles Dan! Hoy realmente me hiciste trabajar..

—Así es, ¡nos vemos! Oye, salúdame a tu esposa de mi parte.

—Claro, a ver cuándo si después de 2 años te pasas por casa para cenar algún día de esto!

Me despido de mi compañero de trabajo, Tomás. Mentira, en realidad no me importa mucho.


Bajo del autobús con la idea de llegar a mi departamento. El trabajo no es el mejor, pero tampoco puedo exigir mucho; arquitectura. Estoy abrumado, solamente quiero es llegar a casa, meterme a la cama y dejar atrás el día. Pero, claro, me toca esperar a que el semáforo se ponga en verde.


Un tipo desconocido se acerca y se pone a esperar al lado de Dani:


—Un peligro a estas horas, ¿no?

—Sí, no puedes confiar en nada ni en nadie.

—¿Contraturno hoy?

—Sí, ¿y tú?

—Trabajo en seguridad. Siempre salgo a estas horas.

—Suerte con eso.

—Lo mismo digo, que te vaya bien.


El Toyota negro se aleja y el tipo se dirige a la esquina izquierda mientras yo sigo caminando recto. El pensamiento en mi mente es estar ya en mi casa, si es que se le puede llamar así; es un departamento.

Ah! y cierto, alimentar al gato... Él es el único que me entiende, por raro que suene eso.

Estoy cerca de casa. Avenida Marqués, solo dos metros más. Pero la vista se me entorpece tras una van blanca estacionarse frente a mi. 

Un escalofrío recorre por espina dorsal y Mi mente lo único que procesa es estar dentro d1e ella, y segundos después un saco negro cae sobre mí...




CAPITULO 1: El Plan cinista


La madrugada estaba fría, aún el viento traía consigo restos de humedad, y las calles estaban en el mismo ciclo taciturno de siempre.

La ciudad parece taciturna, pero para Héctor, se había hecho costumbre patrullar entre las calles con sus 10 años de experiencia:


—Central, aquí unidad 2. Código 4: sin novedad en la ruta del este, cambio.

—Aquí central, entendido. vuelva a su turno de descanso unidad 2.


Otra vigilia oscura sin razón aparente. Solo Héctor moviendo su parabrisas cada 10 segundos por la humedad de la niebla, observando todo con un detalle abrumador. Uff Con un suspiro frustado, bajo su parabrisas, giro el volante y se dirigió directo a la comisaría tras finalizar su momento: 


—Buenos días, Héctor. Esas ojeras empiezan a notarse.

—Así es, Chapi.

—¿Chapi? ¿Aún sigues llamándome así? —Soltó una risa cansada.

—Misión 08: El oficial segundo al mando, Loewel, sufre herida de gravedad con una aparente chapa de metal en la cabeza. Daños mínimos.

—¡Vete al carajo, Héctor! —Dice entre carcajadas-. Eres un maldito enfermo.


Se rien juntos un instante, como en los viejos tiempos, antes de que Héctor entre a la oficina del jefe:


—¿Jefe?

—Buen trabajo de control hoy, Héctor.

—Gracias, señor. Pero supongo que no me llamaron para simplemente "descansar en mí turno".


El jefe se queda en silencio unos segundos, como si buscara las palabras adecuadas:


—Sabes que siempre has sido el mejor de todos aquí. ¿Quién más acaba con 4 delincuentes de contrabando en treinta días?

—Eran de menor...

—Sí, lo sé. Pero gracias a eso, el narcotráfico de la ciudad bajó considerablemente. Los padres de los chicos te agradecen, mientras operabas dos de las tres misiones. Por eso te has ganado el rango de suboficial.


Héctor entrecerra los ojos. Algo le disgusta mientras un silencio pesado se instala en la oficina:


—Vaya al grano, Price..


—Mañana serás removido. Tal vez seas un buen policía, pero no el único. Además, queremos mantener ciertas actitudes y protocolos policiales en contraste de tu virulento accionar ante los criminales.

Hay muchos que esperan ser ascendidos hec... Lo lamento.


Héctor no dice nada. No protesta, no pregunta, ni siquiera hace una mueca. Solo se queda allí, mirando un punto fijo en la mesa, procesando las palabras que acaba de escuchar.


Finalmente, saca su placa, la deja sobre el escritorio, gira sobre talones y sale.


Algunos compañeros lo miran al pasar, pero él no les devuelve la mirada. No hay nada que decir.

Simplemente, se largó sin quisquillar.


Héctor llega a su casa, la puerta cruje al abrirse, como si el lugar mismo estuviera cansado de recibirlo. y la habitación que siempre había sido su refugio ahora le parece vacía. Se quita el uniforme con movimientos automáticos, casi como si fuera otra persona, se deja caer en el sillón, esa vieja silla que ha sido su única compañía después de cada jornada en la mesa.

Con una botella de whisky medio vacía se toma largos sorbos. La bebida se desliza por su garganta, entumeciendo el vacío en su pecho, pero solo por un momento:


—Tantos años... —Dice en voz baja, mirando el techo—. Tantos combates con criminales... ¿Todo para qué? —Su voz se va apagando—. 

He desperdiciado el 50% de mi vida para que la gente siga en lo mismo... Estoy cansado.


El reloj de pared emite un tic-tac suave, pero para Héctor, el sonido se vuelve cada vez más insoportable. hasta que va y lo destruye lanzando su botella.

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Las semanas pasan, pero Héctor no busca trabajo. No tiene ganas. No siente nada. Solo camina. Cada día, sale a la calle y recorre las mismas aceras, las mismas esquinas, como si buscara algo, pero sin saber exactamente qué. La ciudad sigue girando a su alrededor, ajena a su dolor, a su cansancio.


A veces se detiene frente a una tienda de antigüedades y observa los objetos en el escaparate. Algunas cosas parecen tener más historia que él. Piensa en todas las veces que luchó por un futuro que ahora le parece vacío, que luchó por un sistema que nunca le dio las gracias.

Se sienta en bancos, observa a las personas pasar, a los niños corriendo, a las parejas caminando de la mano, ajenos a su mirar. El no les dice nada, solo los observa, absorto a algo que parece tragarse.


Una tarde, se encuentra frente a una cafetería, viendo cómo la gente se sienta a conversar, a reír, a disfrutar de un momento que él ya no entiende. El sol comienza a ponerse, pero la sensación de oscuridad no tiene que ver con el tiempo.


De vuelta en su departamento, vende algunas de sus cosas. No importa si son valiosas o no. ya no siente la necesidad de tenerlas. Su vida es una colección de recuerdos y objetos inservibles. ¿Para qué aferrarse a ellos?


Una mañana, mientras camina por una calle común, escucha el sonido de un robo a lo lejos. Un grito. Algo en él se mueve, una chispa que aún queda de su antigua conciencia. Algo en su interior le ordena actuar, pero luego lo ignora. Ya no hay ganas de hacer nada por nadie. Pero algo lo hace girarse. Lo ve salir de una tienda, un tipo con una pistola apuntando hacia la gente. Héctor no duda.

Saca su arma y se acerca al delincuente sin pensarlo. La adrenalina lo recorre, el mismo instinto que había tenido en todos esos años de patrullaje. Dispara. El sonido del disparo retumba en su oído. El hombre cae al suelo, su rostro torcido en una mueca de sorpresa mientra su cráneo es perforado por dentro.

Héctor observa el cuerpo sin expresión alguna. La gente comienza a gritar, a correr. Pero él no se mueve. Se queda allí, observando, como si todo fuera parte de un sueño, algo que ya no le afecta.


El caso llega a la comisaría. Se inicia una investigación. Las cámaras capturan el momento del disparo. Héctor no dice una palabra. No se disculpa. Y la policía, no lo duda: lo degradan. Marcado con una nueva etiqueta: "El policía que disparó a un joven sin pensarlo"

Pero Héctor no lo toma mal. No le importa. Ha dejado de importarle todo. La ciudad seguirá girando, los criminales seguirán siendo criminales, y él sistema... hará lo que le conviene.


Ahora, lo único que le queda es mirar desde su balcón. Las personas siguen caminando, cada una con sus propios problemas, pero ninguno de ellos parece importarles. Héctor se recuesta en la baranda, con los codos apoyados y la mirada fija en el horizonte.

Y mientras observa, sabe que ya no hay vuelta atrás. El mundo sigue en marcha, pero para él, se ha detenido hace mucho tiempo.


El segundo=


Kevin se estira, sentándose en la silla en su casa en la cocina mientras cruje con cada movimiento. La luz de la bombilla parpadea. La casa es sencilla, sin adornos, solo muebles básicos que reflejan la vida de alguien que ha estado acumulando polvo durante demasiado tiempo. En la esquina, una televisión encendida muestra imágenes borrosas que ni él se molesta en mirar: “Una mujer y su bebé son atropellados, se desconoce el motivo y presunto culpable”


Kevin, a su lado, revisa una lista en su teléfono mientras programa unas cosas en su pequeña computadora:

—Estudiar 4 años de programación para esto.

Sus ojos siguen la pantalla, pero la expresión en su rostro parece desinteresado, como si estuviera en otro lugar.

Luego entra a su habitación para abrir un bolso de el mientras a los alrededores vemos un tanto desordenado como lo habitual: Hojas escritas y pegadas en la pared izquierda, Libretas en su mesada: "como curar el cáncer", "La empatía y ecpatía: Los problemas del ser humano", etc.


En ese momento, su teléfono suena. Es su madre:

—Sí, mamá, ya te dije, no podré ir por un tiempo. Estoy con algunas deudas que tengo que ajustar... —Dice, tratando de sonar tranquilo mientras escucha.


Hace una pausa y sigue hablando, sin poder evitar cierta tensión en su voz:


—Lo sé, mamá. No es excusa. Salúdame a mí hermano de mi parte!... No, no, tranquila, yo estoy bien. lo sé. No lo dije con la intención de...


Suspira y hace una pausa. Aun no puede dejar de pensar en lo que ocurrió, pero su madre no lo sabe:


—Lo sé... Fue un golpe duro para todos...  ¿Hola? Oh, Paul, eres tú... Sí, entiendo, sé que es difícil superar lo de... —Baja la mirada un momento, luego respira hondo.


—Sí... lo sé... estoy bien. Pero no podré verlos. lo sé, lo sé... Nos vemos pronto, cuídate.


Kevin cuelga el teléfono con un suspiro pesado, como si cada palabra que había dicho le hubiera costado un esfuerzo inmenso. Su mirada se queda fija en el teléfono por un momento, como si intentara entender qué hacer a continuación. empieza a deslizar el dedo por su lista de contactos, revisando nombres que no le despiertan ninguna emoción hasta que su dedo se detiene en uno: "Héctor".


Un destello de decisión cruza su mente. Ya no le queda más a quien recurrir. Sin pensarlo mucho, se levanta de la silla y camina hacia la puerta de su casa. Sabe que tiene que ir a verlo.


Un golpe resuena en la puerta de un pequeño rancho en las afueras de la ciudad.


Héctor abre la puerta. Es Kevin:

—Hola, amigo... Te ves bastante degradado.


Rápidamente se instalan en la mesa, tomando un café:

—Así es. Hace cuatro meses no tengo trabajo. No tengo renta que pagar, pero recordé que tengo un pequeño terreno cerca del campo de la ruta. Y aquí estamos.

—Nada mal. Para alguien como tú, creo que está bien.

—Eres el único amigo con el que todavía mantengo contacto. Después de todo, fuiste el "rechazado" en la academia policial.

—Jaja, sí... supuestamente por mi conducta, aunque contigo hicieron la vista gorda.

—Y mírame ahora.

-...

Pausa incómoda.

—¿Viste que hace poco robaron cajeros automáticos?

—Sí, ni un centavo dejaron.

-...

Héctor mira fijamente la taza de café:

—Escucha, Kev... Sé que en total nos hemos juntado tal vez tres veces el año pasado, dos hace unos meses... y ahora somos seis en total.

—De hecho, fueron cinco. Seis contando antes de mi expulsión de la academia.

—Sí, bueno... yendo al grano... Te propongo hacer algo.

—¿Qué propones?

—...¿Sabes por qué me alisté a la policía? Nunca fue por valor o heroísmo puro, no. En este mundo, son capaces de alabar al delincuente tonto, al que roba, al que mata, al que destruye. Y al que trabaja, al que lucha, lo ignora. Entonces opté por mis necesidades.

—¿Qué necesidades?

—La necesidad natural del ser humano... impulsos. ¿Nunca te has sentido lleno de frustración? ¿Ira? ¿Que todo te cae mal, hasta las caras de las personas?

—Pero, lo que estas diciendo va fuera de la ética y la moral..—Su expresión cambia a alguien apenado con indignación.

—¿La moral? La moral no existe, Kev!. La moral es algo que cambia con el tiempo. Son solo reglas que la sociedad impone para que esto no sea un sistema de descontrol. Pero en ciertos sectores, el ser humano puede aprovechar su rabia, su impotencia... En algo. ¡Policía! ¡Soldado! ¿Y quién sabe qué más?

—Estas afirmando que matabas delicuentes sin justificación ¿Solamente para aliviar tu estrés??

—¡Exacto! Y el gran ameno que siente uno, para qué negar. La mortuoria de otro, como objeto de sus pecados ¿Lo entiendes? Está en la naturaleza del hombre. ¡Somos el hombre!


—No lo sé, Héctor... Yo sé que pasaste por mucho, pero realmente no cuestiono tu ideología, ¿sabes? En algún fondo de nosotros preferimos negarlo... pero no sé adónde quieres llegar con esto...

—A lo que quiero llegar es que la moral no importa. Lo que importa es el bienestar de uno mismo, sea como sea. Tú no tienes dinero, yo mucho menos... y ya me harté de vivir en este rancho de porquería.

—Bueno, no estoy en tu situación, pero... debo muchas deudas y me es difícil escapar. Además... creo que me despedirán pronto de mi maldito trabajo. El sueldo es una miseria. Y yo creí que sería afortunado con esto.

—Esto, es demasiado por hoy...



Al día siguiente, el sol se filtra débilmente a través de las cortinas rotas del pequeño rancho de Héctor. El ambiente es sombrío, pero la luz de la mañana lo invade lentamente. Héctor está en su cocina, de pie frente a la estufa. Su rostro, impasible, refleja una vida atrapada en la rutina diaria.

La puerta se abre de golpe, y Kevin entra nuevamente. Esta vez trae una pelota de rugby en la mano:

—¿Qué tal, Héctor? —Saluda mientras lanza la pelota hacia él.


—¿Sabes lanzar? —Le pregunta Héctor, sosteniéndola con las dos manos.


Ambos se disponen a jugar afuera del rancho lanzando la pelota de mano a mano, aunque sin mucho entusiasmo:

—¿Alguna vez has practicado este deporte, Kev?

—Nop, nunca, —Responde Kevin con una sonrisa leve, luego lanza la pelota con destreza-. Pero al parecer, soy bueno lanzando tiros.

—¿Qué tipo de tiros estamos hablando? —Bromea Héctor.


Ambos ríen mientras la pelota se intercambia entre ellos una y otra vez. El sol ya está alto, y después de unos minutos, terminan de jugar. Están frente al rancho, con el polvo levantándose alrededor.


Kevin, mientras se limpia las manos con su camiseta, mira a Héctor con seriedad:

—Oye, respecto a lo de ayer... ¿crees que vas a aceptar mi propuesta?

—¡POR FAVOR, HÉCTOR! —Kevin golpea la mesa con la palma de la mano y se agacha un poco.

—Es que... no podemos hacer eso,. Nos atraparán. Tú fuiste policía!

—Porfavor, no me vengas con este engaño. Ambos sabemos que ya habíamos hablado de esto antes. Ayer no fue la primera vez que lo mencionamos, ¿o sí?

—¡Secuestrando personas! -Dice Kevin frunciendo el ceño.

—¡No les haremos daño! —Hector se apresura a aclarar—. Solo necesitamos el dinero. Tú dijiste que tienes varios contactos, ¡ayúdame!

—No quiero más antecedentes como los tuyos —Suspira Kevin, pasando una mano por su rostro.

—Mira, yo nunca le he hecho daño a nadie más que a criminales, pero a veces no sabes la diferencia. ¿Quién puede decir realmente quién es bueno o malo? Hay que ser realistas... Esto es lo que necesitamos. Tú eres bueno operando, yo seré la fuerza. 

Kevin se queda en silencio unos segundos, procesando las palabras de Héctor. Finalmente, responde:

—Tienes un cinismo bastante torcido, Héctoe..

Conozco varios contactos. Déjame hablar con ellos y en cinco días te diré todo. ¿Tienes herramientas? ¿Zonas? ¿Vehículo?


—Tengo todo —Responde Héctor, con seguridad-. ¿No tenías auto?

—Nunca he tenido auto —Responde Kevin confundido.


—En un garaje antiguo tengo mi van blanca, la usaba para cargar mercancías. Eso servirá, solo tengo que tapar los vidrios.


—Perfecto... Entonces, a partir de hoy, comenzamos. -Héctor lo mira fijamente, asegurándose de que ambos estén en la misma página.— Nadie debe saber de esto. Tiene que ser rápido, anónimo y, lo más importante, salir victoriosos.


Kevin asiente, un brillo de determinación aparece en sus ojos.

Y sin decir más, ambos se levantan y se dirigen hacia sus respectivos destinos, sabiendo que nada será igual a partir de ese momento.


Día 1- La idea se afianza:


Una ligera brisa mueve el parabrisas, mientras observa el entorno. Él está pensando, frunciendo el ceño. Luego, su mirada se endurece y se enfoca. Está listo para comenzar, o al menos convencido de que no hay vuelta atrás.


Kevin llega a la casa de Héctor en su bicicleta con una expresión tensa pero determinada. No hay palabras, solo un gesto de asentimiento mutuo.


Héctor buscando en su viejo garaje, rodeado de herramientas oxidadas y cajas llenas de polvo. Con precisión, comienza a revisar y preparar la van blanca, sucia por el tiempo pero funcional. Va ajustando los vidrios templados que compro en la ferretería, asegurándose de que todo esté listo para el transporte.


Día 3 - Contactos y detalles


En la habitación de Kevin, el sonido de las teclas al golpear el teclado llena el espacio. La luz tenue de la pantalla ilumina su rostro enfocado pero disgusto de esto. está sentado frente a su computadora, con varios monitores desplegados. En uno de ellos, una línea de código se despliega rápidamente, mientras un mapa de la ciudad aparece en otro. Tiene abiertas varias páginas web en la dark web y foros privados, buscando..

“Sí, te lo dije... Necesito el favor. Sí, exacto... No lo puedo hacer solo, ya sabes de qué hablo. ¿Cuándo puedo verlo? Perfecto.”


Dia 4 -Recorrido


Héctor y Kevin se encuentran nuevamente, esta vez en la van. mientras los dos examinan un mapa creado a base de las rutas concentradas y posibles objetivos.

Ambos se detienen por un momento, tomando un trago de café mientras. De repente, voltea a Héctor, que se encuentra mirando desde la puerta.


Kevin:

—Mira, Héctor, lo primero que tenemos que hacer es reconocer el patrón de transacciones. Estas personas, por lo general, se sienten cómodas haciendo pagos grandes sin que nadie les moleste. el truco es identificarlos, por el momento tenemos dos víctimas, dos posibles víctimas llenas.


Héctor:

—¿Errores? Pensé que era todo digital, ¿cómo carajo lograste encontrarlas tan rápido?


Kevin:

—La gente es muy confiada con lo que hacen online. Incluso los ricos. Estoy usando un algoritmo de correlación que detecta discrepancias en las transacciones bancarias. en este caso, he logrado saber uno de los usuarios "Marcus dillom."

Lo que hago es simple. Uso scraping web para recolectar la mayor cantidad de datos de sitios de compras de lujo, bancos en línea y redes sociales. Recojo los detalles de pagos, ubicaciones, Luego puedo conseguir el contacto del usuario, en este caso nuestro primer cabo tiene una gran suma en su cuenta bancaria, trabaja de gestor de fondos. estoy hablando con el modificando mí voz con una grabadora en la llamada.


Mientras Kevin explica su proceso, Héctor se muestra un poco impresionado:

—¿Y cómo sabes si no te van a rastrear o algo así?

—Eso es lo mejor, Héctor. Uso una VPN con servidores rotativos. Mi IP está completamente oculta, y los rastros que dejo son como fantasmas. Además, todo el proceso se ejecuta encriptado. Y el software de anonimización que utilizo hace que ni siquiera los servidores puedan detectar lo que estoy haciendo.

—Entonces, ¿Como sabes en qué momento será el oportuno? Explícame—Dice Héctor pensativo.

—Tu tranquilo, confía en mí los tengo marcados y el gesto de fondos será muy fácil caerá a nuestro pies una ves dado el punto de encuentro.-Dice Kevin con un tono de seriedad.


Día 7 -Secuestro previo


En la casa de Kevin, mientras él sigue programando y observando, Héctor llega y toma asiento en la mesa, con una cicatriz visible en su brazo como recuerdo de una de las escaramuzas previas. Se ve algo agitado:

—¿Cómo va todo? Ya has conseguido a todas las herramientas ¿no? — Pregunta kevin

—Sí, ya tengo la tercera víctima. La encontré en un parque, caminando sola. Pensé que sería el momento perfecto. Nadie la estaba mirando. No tuvo ni oportunidad-Dice Héctor mientras suspira exhausto.

—¡Que Demonios Héctor!—Grita un Kevin enfurecido— Tenemos que ser rápidos y claves!

—Tranquilo, la tengo bajo control. Está segura... por ahora. No puede moverse mucho, pero si no la mantenemos en control, podría complicarse.-Dice Héctor sin apartar la mirada.


Kevin con rabia se acerca rápidamente cerca de el:

—¿Más seguro? ¡Estás loco! No sabes nada de ella. ¡Esto es un riesgo innecesario, Héctor! Podría arruinar todo. No sabemos nada sobre ella, no tenemos información y lo peor, ¿Qué pasa si alguien la identifica? ¡¿Qué vamos a hacer entonces?!

—¡No tienes por qué preocuparte, Kevin! La tengo bajo control. Nadie la ha visto, nadie sabe que está aquí. Simplemente está paseando y ya está, ¡El plan debe continuar!—Responde Héctor enfrentandolo sin inmutarse.


Kevin enojado, apretando los puños:

—¡Es una locura, Héctor! está chica no estaba planeado en el rompecabezas, necesitamos estar seguros en cada movimiento, y que nadie sufra un daño mortal. Ya veremos cómo lidiar con su secuestro. Esto no se hace así, no en este tipo de operación. La información es todo.

—Ya está hecho. Ahora déjame manejarla. Tú haz lo que sabes hacer... No podes volver atrás.—Constesta con tono desafiante Héctor.

—Si pero lo que no quiero es que algo falle, ni que nos pillemos con algo que no podamos solucionar rápidamente.


Héctor le da una palmadita en el hombro, dejando la habitación para seguir monitoreando las cosas.


Día 8 -Restablecimiento de las cosas.


Con el contacto falso asegurado y el primer golpe en movimiento, siguen manteniendo bajo control la situación con la chica que se secuestró. Está aislada, atada y completamente a su merced, pero Kevin sigue sintiendo que las cosas están avanzando con demasiada rapidez y que hay demasiados cabos sueltos...


Día 10 - El primer secuestro


Estación rural, 3:26 PM.


El sol cae de lleno sobre el asfalto caliente. El aire vibra por el calor, y la estación está casi vacía, solo una pareja de ancianos espera un autobús en la sombra.


A lo lejos, una van negra está detenida en la banquina, con las placas cubiertas de polvo.


Kevin, vestido como un empresario, con un bigote falso, gafas de sol y una camisa celeste bien planchada, espera bajo el techo de la estación. Mira su reloj con calma fingida.


Marcus Dillom, un hombre de traje gris y maletín de cuero, camina hacia él revisando su teléfono.


Kevin se levanta y se acerca:

—¿Antonio Nispel? —Pregunta Dillom sin levantar la vista.

—Así es. Un placer conocerlo, señor Dillom. —Kevin sonríe, con la voz ligeramente modificada por un pequeño distorsionador en su cuello.


Dillom frunce el ceño:

—Tu voz suena... rara.


Antes de que pueda reaccionar, Héctor aparece por detrás y le rocía gas pimienta en los ojos:

—¡NO, QUÉ MIERDA-!


Kevin agarra el maletín mientras Dillom se tambalea. La van negra avanza rápidamente, la puerta lateral se desliza, y una mano lo jala adentro con fuerza:

—¡NO TE MUEVAS, IMBÉCIL, O TE VUELO EL PUTO CEREBRO! —Gruñe Héctor, presionando un arma contra el costado del hombre mientras le cubre la boca con un trapo empapado.


Dillom se agita unos segundos y luego se desploma, inconsciente.

La van acelera levantando polvo.

Dentro, Kevin se quita los accesorios y suspira:

—Uff... Ok... Eso estuvo raro.

—Acelera, el efecto es temporal.

—Ok, luego a mitad de camino tienes que cambiar la placa del vehículo. más tarde encargarte de pintarlo personalmente...


Día 16 - Última víctima


Héctor acomoda a las dos víctimas en la habitación, asegurándose de que todo esté en orden. El aire es pesado. Kevin, en cambio, mantiene su atención fija en el teléfono móvil. Su mirada es un reflejo de dos emociones opuestas: satisfacción y ansiedad.


Afuera, la ciudad comienza a apagarse. Las luces de los negocios se extinguen, las calles se vacían poco a poco. Solo el murmullo lejano de algunos autos rompen el silencio. La van negra rueda con discreción, deslizándose en la penumbra.


Héctor, con una palmadita en el hombro, sonríe desde el asiento del copiloto.

—Lo estamos haciendo, ¿eh? Todo va según lo planeado.


Kevin, tras un largo silencio:

—Sí... pero ya no hay vuelta atrás. —Aprieta el teléfono en su mano. Su voz es baja, tensa.—Si nos descubren, estamos condenados.


Héctor se recuesta en el asiento, relajado, con la seguridad de quien cree tener todo bajo control:

—No te preocupes tanto. Ya lo hemos hecho antes. Vamos a salir de esta, Kevin. Este es nuestro momento.


El sonido repentino de un mensaje de texto interrumpe la conversación


Kevin mira la pantalla. Un número desconocido. Sus ojos se oscurecen:


> "¡Estamos esperando el próximo paso! Porfavor, No tenemos más dinero."


El silencio se adueña del auto.


Héctor se ríe entre dientes, sacando el arma de su funda solo para hacerla girar en su mano:

—¿Eso es todo? ¿Una amenaza barata? Nada que no hayamos manejado antes.


Kevin no responde de inmediato. Mira el mensaje otra vez. Su mandíbula se tensa:

—No, Esto no es solo una amenaza... Es desesperación. —Su tono es distinto ahora. Más frío.— Lo que hagamos a partir de ahora tiene que ser perfecto. No hay marcha atrás.


Héctor guarda el arma y cambia de tema:

—Por cierto, ¿cómo sabes que nuestra última víctima cruzará los semáforos justo a esta hora?


Kevin levanta la mirada, con una expresión impenetrable:

—Porque lo he visto más veces de las que imaginas.


La van se desliza en la noche.


El aire es frío. El asfalto brilla con humedad.


Los sacos negros están listos..



CAPÍTULO 2: Planteo de la trena




En un lugar apartado, lejos de la ciudad, una pequeña casa se alzaba entre la matorral. Parece una vivienda común: paredes desgastadas, y muebles viejos: una mesa de madera con algunas sillas cojas, un refrigerador, un televisor de caja en una esquina, completaban el escenario.
Pero debajo de esa fachada, la verdadera función de la casa se esconde: un sótano profundo, construido con un propósito específico. Las mesas no eran para cenar, sino para trabajar en el anonimato. Computadoras con múltiples pantallas, teléfonos descartables, chips rotos, VPNs activas y un modificador. Todo listo para evitar cualquier rastreo. Y junto a eso, herramientas frías, diseñadas para la logística del secuestro...

Primer día del rapto:

Dani despierta con un dolor punzante en la cabeza. La oscuridad lo rodeaba, su cabeza golpeaba con una terrible cajeca mientras un olor a humedad y metal viejo le decía que estaba en una especie de sótano.

Parpadea, forzando su vista a acostumbrarse. Al frente, una tenue luz azul ilumina parcialmente la habitación. Ve cables, cajas apiladas y una silla metálica justo en el centro.

Un escalofrío le recorre la espalda.

Está jodido.

La oscuridad en el sótano no era completa, pero sí lo suficiente como para hacer que todo se sintiera más Báratro. 
Las Paredes grises y húmedas. El aire olía a encierro, y los nervios abundaban.

Dani trata de moverse, pero siente el tacto de las ataduras en sus muñecas y tobillos en la silla.

En la esquina izquierda, encogida contra la pared, una chica de cabello largo y desordenado solloza sin cesar. Su voz temblorosa apenas era más que un murmullo entrecortado:

—Por favor paguen lo que sea necesario... paguen lo que sea necesario...

Su respiración es errática, entre jadeos y suspiros que parecen más un reflejo de pánico que de agotamiento.

En la esquina opuesta, un hombre con una camisa blanca, ahora sucia y arrugada, permanecía en silencio. Su traje negro esta maltratado por los días de cautiverio. No habla, no pide ayuda, solo mira el suelo con una expresión vacía. Dani nota que tenía una venda blanca en la parte superior del glúteo, posiblemente cubriendo una herida.

Intenta procesar todo lo que veía. Las paredes desnudas, el concreto frío, la iluminación débil. Un nudo se forma en su estómago.

—¿Dónde... dónde estoy? ¿Donde me encuentro..?

No recibe respuesta...

—¡Hey, hey! —Llama en voz baja, intentando captar la atención del hombre. Pero este ni siquiera gira la cabeza. Parece estar más allá del miedo: resignado a su destino.

El sonido de pasos descienden las escaleras lo que le hizo contener el aliento.

Dos sombras se ven entre las escaleras

El primero baja mientras se limpia las manos con un trapo blanco, su pantalón azul y la funda con un arma en su cintura. Llevan unos paños para ocultar su identidad.

Detrás de él, un hombre de aparente camisa verde observa todo con ojos analíticos desde lejos, como si evaluara la situación con una precisión meticulosa.

Dani siente cómo su corazón se acelera cuando el hombre de pantalón azul, Héctor, se sienta en el centro de la habitación. Arrastra una silla y la coloca al revés mientras se acomoda sobre ella con calma, como si estuviera en su propia casa.

—¿Quieres explicarlo tú o yo? —Pregunta Héctor, echando una mirada a su compañero en las sombras, Kevin.

Kevin, de camisa verde y expresión impenetrable, responde sin titubear a lo lejos:

—Tú profundizaste en esto.

Ambos sujetos se esconden en el anonimato con su rostro, cada uno con un respectivo rol: El interrogador y el vigilante.

Héctor suspira, relajándose en la silla con la actitud de alguien con control. Su mirada recorre la habitación: primero la chica temblorosa en la esquina, luego el hombre silencioso con la venda en la pierna, y finalmente, se detiene en Dani.

—Bueno... —Empieza, frotándose las manos—. Pongámoslo en términos simples.

Su tono es tranquilo, casi didáctico, lo que lo hace aún más perturbador:

—Ustedes tres están aquí por una razón. No es aleatorio. No es un error. Cada uno tiene un valor, ¿me siguen?

—Creo que te seguimos... Nos secuestraste —Suelta Dani con frialdad.

Héctor chasquea la lengua con fastidio:

—El valor de ustedes es simple: Secuestrados con el fin de obtener algo. No queremos hacerles daño al menos que no sigan al pie de la letra.

Dani ignora el comentario y escupe con rabia:

—Vayan al grano. ¿Qué quieren? ¿Dinero?

—El dinero mueve la vida, Dani... pero vayamos por partes.

Carraspea y mira a cada uno con calma antes de empezar.

—Marcus Dillom: gestor de fondos. Creo que ya es bastante claro lo que queremos de ti. Tu cuenta bancaria, tus accesos, todo lo que puedas transferirnos. Después de todo, anoche te lo explicamos.

Dani apreta los dientes mientras Héctor gira la mirada hacia él:

—Daniel Isman... un trabajador sencillo, querido por sus vecinos. Pero hay algo dentro de tu nombre que nos interesa.

Dani frunce el ceño:

—¿De qué carajo estás hablando? —Gruñe moviendo su silla con fuerza— ¡Como saben sobre nuestras vidas!

Héctor apenas se inmuta. Con calma, saca su arma y le apunta en advertencia.

—Tus padres, Elisa y Antonio Isman. Gente de dinero, con una vida bastante cómoda. Déjame adivinar... ¿Herencia de los abuelos, tal vez? Después de todo, trabajar de diputado durante cuarenta años debe dejar buenos contactos y mejores beneficios a costa de otros ¿no crees?

Dani siente un nudo en la garganta.

—Pero tranquilo, no me interesa la política. Solo la suma. Y para ser honesto, quiero que todos aquí salgan sanos y salvos.

Dillom, con la voz aún áspera, pregunta de repente:

—¿Y la chica?

Héctor gira la cabeza hacia Clarissa:

—Ella es un caso no planeado... quizás tengamos piedad contigo y te dejemos libre primero.

Héctor le apunta con el arma en un gesto burlón:

—¡Héctor! —Lo interrumpe Kevin con tono de advertencia-. Acorde, ¿ok?

—Acorde Sisi

Horas más tarde:

Vemos a Kevin rompiendo un chip de teléfono con precisión, asegurándose de que no quede rastro. Luego, saca una hoja arrugada de su bolsillo, donde hay un número anotado. Marca y espera.

Al otro lado de la línea, una voz temblorosa responde de inmediato:

—¡¿Hola?! ¡¿Hola?!

La desesperación es palpable. Kevin mantiene la calma.

—¿Lo tienen? —Pregunta la voz con urgencia.

—Sí, sí. Pero antes que nada... —Kevin hace una pausa intencionada—. Queremos pruebas de que ellos están bien.

—Lamentablemente, no podemos hacer eso —responde con frialdad—. Eso pondría en riesgo nuestras condiciones.

Del otro lado, un sollozo ahogado se filtra a través del teléfono.

—¡Solo quiero saber si está viva! —Suplican con la voz quebrada.

El llanto en la línea se intensifica.

Kevin con voz firme, sentencia:

—Si todo sale bien y la suma que pedimos está lista, te daré la ubicación exacta con pruebas de que está bien. ¿De acuerdo?

El silencio al otro lado de la línea es devastador. Solo se escuchan sollozos y una respiración entrecortada, cargada de desesperación.

Héctor sube las escaleras y encuentra a Kevin sentado en la mesa, con el celular apoyado en su frente y los ojos cerrados en una mueca de preocupación.

—Oye, Kev... —Héctor duda un segundo antes de continuar—. Sé que esto no es fácil, pero vamos bien. El problema es Dillom... sigue negándose a dar la información bancaria. ¿Qué hacemos?

Kevin suspira, deja el teléfono sobre la mesa y lo mira con seriedad.

—Tenemos que presionarlo. Y si eso no funciona... habrá que darle un motivo para cambiar de opinión.

El silencio al otro lado de la línea es devastador. Solo se escuchan sollozos y una respiración entrecortada, cargada de desesperación.

Kevin asiente lentamente, sumido en sus pensamientos. Luego, se inclina hacia adelante y entrelaza los dedos sobre la mesa.

—Si sigue negándose, hay dos opciones: o lo convencemos con métodos más... directos, o hacemos que alguien más lo haga por nosotros.

Héctor alza una ceja:

—¿Te refieres a la chica?

—No, ella está demasiado asustada. Pero el otro, Dani... —Kevin hace una pausa, eligiendo con cuidado sus palabras—. Aún cree que puede salir de esta sin consecuencias graves.

—Quieres que lo convenza.

—Tal vez Si logramos que le hable, que lo presione... Dillom podría ceder. Nadie quiere ser responsable de la muerte de otro. Pero no lo mates — Advierte Kevin con seriedad—. Lo último que quiero es cargar con un muerto.

Héctor se pasa una mano por la barbilla, sopesando la idea.

—Podría funcionar. Pero si no lo hace, tendremos que pasar al plan B.

Kevin lo mira en silencio. No hace falta decir en voz alta cuál es el plan B. Ambos lo saben.

Finalmente, Héctor toma el celular y se pone de pie.

—Voy a bajar. Hablaré con Dani.

Kevin asiente.

—Cuando sea el momento hazlo bien, Que entienda que no tiene opción.

Mientras tanto las tres víctimas siguen encerradas en la habitación:

—¿Hace cuánto están aquí? —Pregunta Dani, mirando a los otros dos mientras están en la habitación.

—Unos o dos días, creo —Responde Marcus con voz cansada—. Me engañaron con un falso cliente, los hijos de puta.

Dani se inclina un poco hacia él, bajando la voz.

—Escucha — Dice con un tono áspero—, ellos quieren tu dinero. Sé a qué te dedicas y, basándome en tu actitud, dudo que seas alguien con muchos amigos dispuestos a gastar una fortuna para salvarte. Si fuera así, ya estarías en una operación más avanzada.

Marcus lo mira con un ojo entrecerrado, analizando sus palabras mientras sigue atado a la silla. Dani hace una pausa, dándole espacio para asimilarlo, y luego suelta con firmeza:

—No dudes más... Entrégales el dinero. Es eso o tu vida.

Héctor baja las escaleras y se detiene en los últimos tres escalones. Su presencia impone silencio en la habitación:

—Escuchen— Dice con voz firme, su tono autoritario resonando en el sótano—. Tienen hasta mañana para pensarlo bien.

Su mirada recorre a los tres prisioneros, deteniéndose en cada uno con frialdad:

—No me importa sus vidas, si tenían algo pendiente, si su mascota los espera en casa o si su novio los sigue buscando. Nada de eso me interesa. Lo único que importa es que tomen la decisión correcta.

Da un paso atrás, cierra la puerta con llave y, sin más, empieza a retirar cualquier objeto del lugar, dejando el sótano aún más vacío...

La noche a llegado:

El tiempo en el sótano es inconcluso; No hay relojes, ni ventanas, solo la penumbra opresiva y el sonido distante de los grillos en el exterior. Para las víctimas todo es un misterio: ¿Los están buscando? ¿O sus captores siguen con el control absoluto?

Daniel exhala lentamente, su respiración apenas un susurro en la oscuridad. Con movimientos sutiles, comienza a tensar y aflojar sus muñecas, probando la resistencia de las cuerdas. El roce es áspero, arrasando ligeramente su piel, pero se esfuerza. Flexiona los dedos, estira y gira las manos hasta que de un tirón seco, siente una punzada de dolor en la palma. La piel se le rasga ligeramente, y un ardor le recorre la mano. Aprieta los dientes para no soltar ni un sonido de dolor.

Marcus y Clarissa lo observan en silencio. Sus ojos reflejan una mezcla de esperanza y miedo. Daniel levanta la vista y les hace una señal con la cabeza: Quédense en silencio. Yo los soltaré.

Se inclina con cuidado, sus ataduras aún parcialmente firmes, pero lo suficiente sueltas como para darle algo de movilidad. Se desliza hasta Clarissa, tratando de no hacer ruido al arrastrar su cuerpo sobre el suelo áspero. Sus dedos torpes tantean los nudos de sus muñecas, sintiendo la rugosidad de la cuerda.

Pero antes de avanzar más, Marcus sacude la cabeza lentamente. Baja la vista hacia su pierna. Aún está vendada, un recordatorio de su primer intento fallido de escapar. Está lesionado. Si corren, él será el eslabón más débil.

Daniel frunce el ceño. Detenerse no es la opción, pero si escapan con alguien herido podría condenarlos a los tres.
Escucha un ruido lejano arriba. Pasos. Se tensan.

El tiempo se acaba.

Daniel se apoya contra la pared, mirando hacia las pequeñas ventanillas en lo alto, casi invisibles en la oscuridad del sótano. Intenta enfocar su vista pero la frustración es enorme. Es inútil, No hay forma de salir por ahí. Sabe que cualquier ruido solo alertará a los demás:

—¡No puede ser...— Susurra, apretando los dientes de impotencia.

Clarissa, que lo observa con una mirada llena de desesperación, le susurra en un tono casi imperceptible:
—Golpea.

Daniel la mira, y su comprensión llega rapido. Golpear, algo sencillo, pero que podría distraer lo suficiente para darles una oportunidad.

De pronto un ruido fuerte en las huecas paredes se escucha por toda la zona.

El ruido reverbera en el aire, se oye un leve crujir de pasos arriba, y los pasos se hacen más nítidos. Héctor está cerca. Daniel se tensa, sabiendo que la distracción debe ser perfecta. Cualquier movimiento erróneo y todo quedará arruinado.

Héctor comienza a bajar las escaleras. Se mueve con calma y sigilosamente, pero la tensión en el aire es evidente. Cada crujido de sus botas parece amplificado en el suspenso con cada escalón que pisa, Daniel siente que el tiempo se acelera, cada segundo más pesado.

Héctor abre la puerta con un movimiento brusco, sin esperar lo que vendría. En ese instante, Daniel, agazapado cerca de la pared, se lanza hacia él con furia. Agarra la silla con ambas manos y la golpea contra el a todo su peso:

—¡Aaah! — Grita Héctor, intentando protegerse, pero la silla lo golpeó con tal fuerza que lo derriba. La pistola se escapa de su funda, cayendo al suelo con un sonido metálico,.

El sudor le recorre la frente a Daniel mientras ve cómo su captor cae. Sin perder un segundo, Daniel se lanza hacia la puerta y sube rápidamente las escaleras tras agarrar el arma. Los latidos de su corazón resuenan en sus oídos mientras sube con la adrenalina en sus venas.

Cuando llega al nivel superior de la casa, se detiene y observa rápidamente a su alrededor. Sin noción del tiempo, la madrugada se transformó en un amanecer anaranjado. El aire frío de la mañana le acaricia la piel, está afuera pero no está a salvo.

Respira profundo, intentando tranquilizarse mientras observa cada rincón de la casa. Aún no sabe qué hacer ni hacia dónde ir.
Daniel camina con cautela, cada paso medido y silencioso girando entre paredes. Los ruidos del sótano se escuchan difusos, pero no puede permitir que nada lo distraiga. Su respiración se mantiene controlada, aunque la ansiedad lo consume por dentro. Está casi fuera, cerca de la puerta principal, cuando siente que el aire fresco lo llama desde el patio. Es Kevin, quien detrás lo golpea con un palo en la cabeza. El miedo de ser atrapado aún lo mantiene alerta, pero la idea de la libertad lo impulsa a seguir. Da un paso más, y otro, cuando un golpe seco regresa.

Un disparo rompe toda vibra de sonido, seguido de un grito sordo. 

Héctor, que ya se había levantado y vigilaba a los otros dos, corre rápidamente hacia el patio al escuchar el disparo. Kevin, con su mirada fija en el cuerpo de Daniel desplomado en el suelo:

—Solo lo desmayé con un par de golpes con el palo —Exclama Kev con voz calmada, aunque su expresión es algo inquieta.

—¿Y el disparo?— Pregunta Héctor, con tono firme.

Kevin, sin inmutarse, levanta una ceja y deja escapar una mueca irónica mientras muestra una herida perforada en su hombro.

Héctor lo observa por un momento, midiendo la situación. Luego, sin más palabras, asiente, resignado a que la situación ya está fuera de su control. Juntos, llevan el cuerpo de Daniel de vuelta al sótano. Los otros dos observan en silencio, sabiendo lo que viene, mientras el sonido de la cerradura resuena en el aire.

El sótano está otra vez cerrado, y con él, las esperanzas de escape de Daniel.

Mientras tanto, Héctor se queda junto a Kevin, que intenta atender su propia herida. 

La fúnebre situación crece exponencialmente sin saber que medidas se están tomando fuera del hogar...


CAPÍTULO 3: Golpe Inauspicioso




19:30 PM, segundo día del rapto:


Daniel despierta después del golpe que lo dejó dormido varias horas. Desde la parte superior de las escaleras, se puede ver una sombra moviéndose por todos lados. Es Héctor, que está hablando por teléfono arriba fuera del sotano, claramente desesperado, ya que las cosas no están saliendo como esperaba. Kevin, mientras tanto, vigila a los demás en las sombras, pero es evidente que su rostro refleja un descenso hacia la culpa, o al menos eso es lo que parece.

—Sabes— Comienza a decir Marcus, tratando de romper el silencio—, en mis primer año trabajando como gestor de fondos, una vez me fui a un bar, me encontré con algunos de mis amigos, y empezamos a hablar de todo tipo de cosas. Timothy.

Daniel reacciona al oír ese nombre, moviendo ligeramente la oreja.

—Bueno, ese tipo me presentó a un médico profesional. Se autoproclama el mejor psiquiatra, aunque ese día era una excepción. Estaba agotado de trabajar con sus pacientes y necesitaba unos tragos para relajarse. —Jumm— Ríe levemente, mientras sigue contando, mirando fijamente al piso
— Me contó que tuvo un paciente, un joven que rondaba los 30, completamente desequilibrado. Tenía un mundo imaginario en su cabeza, lo que ocasionó varios disturbios y escapes. Jaja. Lo más raro es que cuando le pedí que me evaluara, me dijo que era un terco, ególatra, ambicioso. Jaja. ¿Alguna vez alguien te ha dicho la palabra "ególatra"? — Se pregunta Marcus, riendo nerviosamente, pero deteniéndose al cabo de unos segundos—. Jumm... Ni siquiera sé por qué estoy contando esto ahora. Tal vez tiene razón ese viejo, tal vez siempre he sido un fastidio de persona. He jodido a varias personas...

La habitación queda en silencio, mientras Daniel escucha con algo de atención. Clarissa, por su parte, apoya su cabeza contra la pared, completamente desconectada, como si no tuviera ganas de reaccionar a lo que ocurre. El ambiente se vuelve incómodo, como si todos intentaran alejarse de la realidad de la situación.

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El tiempo sigue su curso, mientras los interrogatorios continúan. La tensión se siente en el aire, palpable, entre las paredes del sótano.

—Bueno, se nos complicaron algunas cosas, pero seguimos en pie— Dice Héctor con tono de voz grave, mirando fijamente a los presentes. Luego se detiene en Marcus, y su mirada se torna más dura—. A excepción de ti, Marcus... El tiempo de pensar ya se agotó, es hora de actuar.

Todos lo observan, el silencio en la sala se vuelve ensordecedor:

—Daniel... Sabemos que tienes contactos. Sabemos de la fortuna que maneja tu familia. Si cooperas, si nos das lo que necesitamos, todo esto terminará bien. La ejecución tiene que ser perfecta. Tú serás libre, sin consecuencias.

Daniel suelta una risa irónica, como si la situación fuera una burla. Su rostro se contorsiona en una mueca de hartazgo.

—Jaja...— Deja caer su sarcasmo con cada palabra—. ¿De verdad creen que tengo una fortuna?.

Héctor mira confundido, no entiende a qué se refiere. Daniel no se detiene. Deja escapar un suspiro, como si todo eso fuera una pérdida de tiempo:

—Mis abuelos están muertos, como sabrán. Mis padres...— Hace una pausa, sus ojos bajan hacia el suelo antes de alzar la mirada, con desdén—. Estoy completamente alejado de ellos. No tengo contacto con ellos desde hace años, y sinceramente, ni me importa si siguen vivos, o si viven en riquezas.
Yo... esperaba su pregunta. Sabía que era lo que querían escuchar, así que solo quería ver la cara de vergüenza en ustedes cuando se dieran cuenta de lo inútil que es lo que buscan.

Una vez más, el silencio se cierne sobre el grupo. Héctor parece sentirse irritado, mientras Kevin permanece inmóvil escuchando todo desde las escaleras, apretando los dientes, procesando lo que acaba de escuchar. El plan que tenían ahora se derrumba ante sus ojos.

Daniel sigue con una calma extraña, pero decidida:

—No tengo nada más. No tengo contactos, no tengo riquezas, no tengo a nadie a quien recurrir. Solo soy un tipo más, un ciudadano normal. No me... no me importa lo que hagan conmigo..

Todos se quedan en silencio, conmocionados por las palabras de Daniel. empiezan a dudar, como si no supiera qué hacer ahora. El plan que tenía, tan cuidadosamente trazado, parece haberse desmoronado en un solo momento.

—Ok... —Dice finalmente, apretando los labios con frustración y dando un paso atrás, como si estuviera tratando de digerir lo que acaba de escuchar.

Héctor, más nervioso que nunca, se levanta con lentitud y comienza a subir las escaleras. Kevin arriba del sótano lo sigue con la mirada, pero no dice nada. La situación, cada vez más fuera de control, se les escapa de las manos.

La tensión sigue aumentando, las palabras de Kevin no hacen más que empeorar el ambiente. Héctor, que hasta ahora había mantenido el control y anonimato de la situación, comienza a mostrar signos de inseguridad mientras escucha a su compañero:

—Tenemos que hacer algo, Héctor... Hoy, y solo hoy tenemos tiempo. Mañana, lo más probable es que ya estén a dos pasos de aquí— Dice Kevin, su voz llena de urgencia—. Encontraron el garaje que alquilamos para la furgoneta. No tenemos mucho margen, y es cuestión de tiempo para que busquen como sospechosos, tenemos suerte de tener fachadas gracias a algunos contactos.

Se pasa la mano por la cara visiblemente agotado:

—Además, los suministros se nos están agotando. Llevan dos días sin comer nada, el líquido no es suficiente y esto no va a aguantar mucho más. Tu casa está a unos kilómetros, pero mudarnos ahora es un puto riesgo. Si conseguimos las cuentas de Marcus y la de la chica, eso nos va a dar lo suficiente para desaparecer. Marcus tiene una fortuna, lo suficiente como para considerarlo un millonario en potencia, y lo tenemos ahí, atrapado.

Héctor frunce el ceño y, por un momento, parece que sus pensamientos corren en varías direcciones, evaluando las opciones:

—Lo sé, lo sé— Responde Héctor con tono grave, casi temeroso—. La furgoneta sigue aquí, sí... Y mi casa está a unos kilómetros, pero... cambiarnos de lugar ahora, sería... complicado. No tengo claro qué hacer. Pero si conseguimos las cuentas de Marcus, y también la de la chica, con eso tenemos... 

Kevin asiente, con la mirada fija en Héctor, con una mezcla de desesperación y determinación. La situación está fuera de control, y las horas parecen jugar en su contra. Las fuerzas del orden están más cerca de lo que pensaban, y no pueden dejar escapar esa oportunidad.

Después de unos segundos de silencio, su rostro se endurece:

—Ok...— Dice finalmente, tomando una decisión. Luego se acerca a Kevin y, con voz más baja, agrega— ¿Recuerdas lo que me dijiste sobre intimidar a Marcus con alguien?

Kevin lo mira, un brillo de comprensión cruza su rostro. Sabe a lo que se refiere Héctor.

—Sí— Responde con un asentimiento firme.— Ya te dije, lo voy a hacer. Pero, ¿qué pasa si el plan no sale como esperamos?

—Entonces tendremos que adaptarnos sobre la marcha— Dice Héctor, con un tono de voz bajo pero decidido.

Kevin asiente nuevamente, su rostro refleja la tensión acumulada. No quiere hacerlo, pero sabe que no hay más opción.

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Héctor baja las escaleras, paso a paso. Las víctimas lo observan, y se detiene frente a Marcus:

—La cuenta. — Su tono es helado, casi sin vida.

—No... —La respuesta de Marcus es apenas un susurro, agotado y quebrado por el dolor.

Sin pensarlo, Golpea la mejilla de Marcus con tal fuerza que la sangre brota de su boca.

—¡LA MALDITA CUENTA!— Grita Héctor, furioso, golpeando una y otra vez la cabeza de Marcus, 1, 2, 3 golpes consecutivos. Cada impacto es más brutal que el anterior.

—¡Aaah!— Solloza Marcus, su rostro se distorsiona de dolor.— ¡NO!

En un movimiento rápido, Héctor agarra uno de los dedos de Marcus y lo retuerce hasta que se sale de su lugar. Marcus grita, su dolor es insoportable. Clarissa, al ver la escena, comienza a lagrimear de miedo, mientras Kevin, desde las escaleras, observa con la expresión vacía. Sabe que lo que están haciendo está mal. Héctor aprieta la herida visible de marcus para que siga sangrando del dolor.

—¡YA BASTA, IDIOTA!— Grita Daniel, captando de inmediato la atención de Héctor.

Marcus gira ligeramente la cabeza, sus ojos son dos manchas rojas por el moretón en su ojo derecho. La sangre sigue saliendo de su boca, los dientes desplazados, mientras trata de recuperar el aliento.

—¿Y qué vas a hacer, Daniel?— Responde Héctor, su tono más desafiante. -Tus papás ya no te hablan, ¿verdad? Con tu lío con los políticos, ¿qué más puedes hacer? Creo que es mejor quitarte de encima, ya has complicado demasiado las cosas.

Héctor saca la pistola de su funda y apunta a Daniel. Se acerca cada vez más, la boca del cañón roza su frente:

—¿Qué esperas?— Dice Daniel, respirando entrecortado, su adrenalina al límite. Sus ojos están fijos en la pistola, sin miedo, solo desafío.— Si vas a disparar, dispara, ¡imbécil! No tienes nada que perder.

Daniel mueve la cabeza hacia el arma, empujándola con su provocación. Clarissa observa, los ojos abiertos en par, completamente aterrada. Kevin guarda silencio, con la boca sellada, consciente de que esta situación está fuera de control.

—Espera, no...— La voz de Marcus se quiebra, su miedo crece al ver lo que está por suceder.

Todo es un caos. Gritos, movimientos erráticos de Daniel, todo es confusión, tensión en el aire.

—Vas a pagar? ¡¿VAS A PAGAR?!— Grita Héctor ,su rostro envenenado por la furia.

—Yo eee...!— La respuesta de Marcus se pierde en el grito de Héctor.

—¡DARÁS TU MALDITO DINERO!

—¡QUE TE JODAN!

Un disparo retumba el sótano. El sonido atraviesa el aire y llega a los oídos de Héctor, que queda congelado, mirando con los ojos en shock. Daniel está de pie, su rostro irreconocible, su cabeza inclinada hacia atrás, con el cráneo abierto y la sangre brotando como torrente. La visión de la herida es devastadora, los pedazos de su cráneo visibles, su piel y carne con un tono diferente por el impacto. Los ojos abiertos en par en par, su mandíbula distorsionada ..

Marcus observa, sus ojos desorbitados, incapaz de emitir ningún sonido, solo el aire que le falta por la sorpresa. Kevin miro todo a lo lejos, Su piel pálida, parece que va a vomitar, horrorizado.

Clarissa grita, su voz es un lamento absoluto, un grito que resuena por todo el sótano.

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Kevin limpia, casi mecánicamente, los trozos de la cabeza de Daniel esparcidos por el suelo. Su rostro está distorsionado por el asco, pero sus movimientos son fríos, casi automáticos. Marcus sigue inmóvil, paralizado por el horror, mientras Clarissa sigue sollozando, incapaz de contener su llanto. Héctor, por su parte, no muestra reacción alguna. Su mirada es un vacío de emociones:

—No era un criminal..— Se dice a si mismo.

Sin decir palabra alguna, Kevin corre hacia las escaleras, su respiración agitada. Llega al baño, se quita su mascarilla y se detiene frente al espejo lavando su cara con rapidez, como si eso pudiera borrar lo que acaba de presenciar. Su respiración es ruidosa, profunda, desesperada.

—No... no...— Murmura entre dientes, casi como una súplica, mientras sus manos tiemblan, sus piernas tiemblan, todo su cuerpo es una vibra de nervios. 

Para Kevin, el tiempo se ha detenido. Cada segundo se siente como una eternidad. Su mente está en un caos absoluto, incapaz de procesar lo que acaba de suceder. Su cuello se mueve en tics está colapsando. No sabe qué hacer. No sabe qué decir. Nada de esto se suponía que iba a pasar. Nadie tenía que morir. Solo era una intimidación, pensaba, solo un juego de poder, nada más.

La ansiedad lo consume. Su cuerpo se tambalea, cae al suelo, se levanta y se desploma de nuevo. Está temblando, sus ojos se mueven frenéticamente por el baño, sin poder centrarse en nada. Cada respiro es más pesado que el anterior, como si no pudiera captar el aire correctamente. Un sudor frío recorre su frente, y la presión en su pecho lo ahoga.

Se rasca la cara, como si pudiera arrancarse el horror de su piel. Sus dedos rasgan su rostro con fuerza, como si eso fuera a liberarlo de la locura que lo está invadiendo. Un grito escapa de su garganta, tan agudo y lleno de terror...

Finalmente, su cuerpo colapsa en el suelo. Unas cuantas respiraciones entrecortadas, y su mente se apaga. Un desmayo.

El tiempo pasa en un silencio denso. El cuerpo de Kevin permanece inmóvil por segundos, tal vez minutos, quien sabe.

Cuando por fin vuelve en sí, se levanta lentamente, con la mirada fija en el espejo. Algo ha cambiado en sus ojos, algo oscuro y perturbador. La desesperación ha sido reemplazada por una fría determinación, pero en sus ojos hay una chispa de algo mucho más peligroso. 


Héctor se mantiene vigilante, observando a los dos reclusos mientras los tiene bajo su control. En sus manos, el teléfono está listo para hacer una llamada, pero duda. La familia de Clarissa... ¿Debería hacerlo? No sabe. Algo en su interior le dice que no, que sería un error. Se siente extraño, desconectado, como si todo lo que estaba pasando ya no tuviera sentido. Las circunstancias lo sobrepasan, pero no puede dar marcha atrás.

El silencio del lugar lo rodea, y la tensión en el aire es palpable. En ese momento, Kevin baja las escaleras. Su rostro, inexpresivo, refleja la huella de lo que acaba de presenciar: 

—Duermelos. Hay que llevarlos en la furgoneta.

Héctor asiente sin decir nada, comprendiendo completamente lo que quiere decir. Con movimientos rápidos y calculados, toma un trapo empapado con rohypnol y lo presiona contra el rostro de los reclusos. Un forcejeo leve, y poco después, ambos caen inconscientes, sumidos en un profundo sueño inducido. Asegurándose de que están bien dormidos, Héctor no pierde tiempo.

Mientras tanto, Kevin comienza a limpiar el rancho, borrando todas las huellas de lo sucedido, eliminando cualquier posible evidencia de su presencia mientras mantiene en contactos para un margen de fachada.

Héctor, por su parte, sube a los dos cuerpos uno por uno a la furgoneta con la misma frialdad con la que ha manejado todo hasta ese momento. Lo que antes parecía una misión de intimidación ahora es un secuestro a sangre fría, sin remordimientos, solo el frío pragmatismo de los pasos que deben seguir. La furgoneta arranca con destino incierto, y el silencio se mantiene durante todo el trayecto.

En el camino, toman rutas secundarias, cambiando las placas de la furgoneta constantemente, asegurándose de no ser detectados. Se desvían de las calles principales, optando por caminos rurales que los alejan más y más de la ciudad, de cualquier posible testigo. Cada giro es calculado, cada paso pensado para asegurar que no los sigan. La ciudad, el rancho, las huellas... todo va quedando atrás.

Finalmente, después de lo que parece una eternidad, llegan a la pequeña casa pequeña de Héctor, misma casa donde Kevin fue a visitarlo .
Escondida entre los campos, alejada de la vista de cualquier vecino. Un lugar apartado, donde los rastros de lo sucedido quedarán en el olvido. El rancho abandonado es solo un recuerdo borroso ahora, y en esa pequeña casa, el destino de los reclusos está sellado.

Una vez que Héctor y Kevin terminan de acomodar a los reclusos en la furgoneta, deciden actuar rápidamente antes que despierten. La situación se está complicando cada vez más, y saben que cada segundo cuenta. Tras llegar a la pequeña casa, Héctor maneja la operación con el mismo fin.

El comedor, aunque pequeño, se convierte en su lugar de retención improvisado. La casa es aislada, pero no están dispuestos a correr riesgos innecesarios. No tienen sótano, y aunque el rancho anterior les ofrecía un escondite seguro, la situación ahora es distinta. La presión está aumentando, y la necesidad de mantenerse ocultos es primordial.

Héctor y Kevin, con los cuerpos aún inconscientes de Marcus y Clarissa, los trasladan al comedor de la casa, asegurándose de que estén bien sujetos. No hay lugar para errores, y la vigilancia es constante. No saben cuánto tiempo tienen antes de que las autoridades puedan llegar a rastrear su ubicación.

—Tenemos que ser rápidos— le dice Kevin, mirando hacia la ventana, preocupado por cualquier movimiento en el horizonte.

Héctor asiente, con la mente centrada. Sabe que lo que están haciendo es arriesgado, pero no tienen más opciones. Cada acción tiene que ser meticulosamente pensada. Cualquier ruido, cualquier desperfecto, podría alertar a alguien, y si eso pasa, las consecuencias serían fatales.

Ambos se encargan de reforzar y insonorizar
las puertas y ventanas del comedor, asegurándose de que no puedan escapar. La casa, que hasta hace poco parecía ser un refugio tranquilo, ahora se ha convertido en una prisión improvisada, y los raptados acaban de despertar débilmente.

La tensión en el aire es insoportable. Héctor se toma un momento para mirando su alrededor, siente la presión de la situación. Cada decisión más arriesgada que la anterior, pero sabe que ya no hay vuelta atrás. La espera es insoportable. 

Lo peor está cerca. 



CAPÍTULO 4: Febril Matacabras




08:00 am

El tiempo transcurrió tan rápido luego de aquel desopilante suceso. Marcus y Clara acaban de despertarse en sus respectivas sillas, observan detenidamente cada aspecto del nuevo lugar mientras procesan el acontecimiento previamente ocurrido.

—¿Dónde estamos?—Pregunta Marcus, hambriento y sediento debido a los 4 días que yace aquí. Sus heridas son bastante notables, el rostro pálido y llenos de moretones.

—Fuimos cambiados— Responde Clara con la voz tan quebrada.

—Vamos a ser asesinados— Murmulla dillom, como si ya estuviera resignado a su destino.

—Daniel murió por no ceder a la petición de ellos. ¿Qué tan terco puedes ser?— Dice Clara en modo de regaño, con su voz seca y rasposa—. Ya, acéptalo.

Marcus guarda silencio, pausando su mirada en cualquier sitio, como si intentara encontrar una salida que no existiera. Sabe que si no cede, el próximo cadáver tal vez sea el suyo. Pero su ingenuidad es lo suficientemente grande como para soportar lo que sea por su fortuna bancaria.

—¿Y si no es suficiente?— Pregunta Marcus, su voz quebrándose. La esperanza, aunque débil, aún se aferra a sus palabras. 

El aire huele a putrefacción, Las paredes; frías y grises.
Todo se amplifica a una sensación de golpe duro que los rodea. A lo lejos, apenas se escucha el sonido de algo que podría ser maquinaria o tal vez el echo de que No hay retorno, no hay promesas que valgan.

La tensión crece mientras los personajes se enfrentan a las duras realidades de su situación. 

Mientras tanto, fuera de esa habitación, que antes era el comedor, ahora totalmente reforzada y sellada improvisadamente por los raptores, Kevin y Héctor se toman un tiempo. No saben qué decir, pero algo deben hacer. El aire es barruntado, cargado de sensaciones prominentes.

—Las cosas se arruinaron, lo sé— Admite Héctor, aún con una amarga expresión.

Kevin, refleja nada, suspira profundamente:

—No hay otra opción, vamos a continuar. Si no cede ante palabras, tarde o temprano cederá con los golpes— Responde Kevin con frialdad, Ya no queda espacio para más dudas.

Héctor, frunce el ceño y su mirada se desvía:

—¿Y si muere?— Pregunta Héctor, su voz titubeante. 

Kevin lo observa fijamente, su rostro tan perturbable como una máscara de piedra:

—Ellos no están en condiciones como tú dijiste. En estos días se debilitaron exponencialmente: Dejaron de comer, y ni siquiera han ido al baño más que orinar allí mismo— Continúa Héctor, buscando alguna salida lógica que les permita evitar un desenlace fatal..

—Es hoy o hoy, Héctor...— Sentencia finalmente Kevin, su tono firme, cargado de urgencia—. Lamentablemente nuestro tiempo se acabó. Un contacto mío me dijo que ya andan buscando sospechas de mí, creen que las vacaciones que me tomé fuera de mi resinto no son reales. Ya hay policías patrullando por el área que he especificado, además de no contestar llamadas.
 —Hace una pausa, sus palabras se sienten como una condena—. Si ya sospechan de mí... Imagínate de ti.

Héctor se queda en silencio, el peso de las palabras de Kevin lo golpea con fuerza. Sabe que si él es descubierto, su propio destino quedaría sellado. El peligro no solo está afuera, sino que también está dentro de ellos, acechando con cada decisión que toman.

El sonido de un reloj que marca el paso de los segundos llena el silencio que se extiende entre ellos. Un reloj que no perdona, que sigue su curso sin importar lo que hagan. sus ojos fríos y calculadores. Ya no hay vuelta atrás.



Finalmente, las puertas del comedor se abren con un sonido que resuena con fuerza, Héctor entra quitándose su mascarilla con un gesto que denota:

—Ya que, ¿qué más da?— Frunce Héctor, su voz vacía de emoción, como si ya no quedara nada en él. Al ver el rostro de colega su mirada se endurece, porque sabe que las identidades de todos ellos ya son una cuestión sin importancia. 

Kevin se acerca a la silla donde está Clarissa. Sus movimientos son rápidos, un reflejo de la tensión acumulada. La toma por los hombros y la sacude levemente, causando que ella gire la cabeza hacia Marcus, sabe lo que viene, pero está atrapada en la misma situación que Marcus: sin salida, sin ninguna opción que valga la pena.

Su único deseo es que Marcus ceda, porque si lo hace, quizás ambos puedan salir libre de esto.

Héctor se acerca a Marcus, con una expresión decidida. Los golpes no cesarán hasta que escuche esa palabra, ese simple "sí" que los liberaría de su sufrimiento, al menos por un momento. 

Dentro de la casa, los ruidos se intensifican. El sonido de golpes secos contra el cuerpo de Marcus resuena con fuerza, quebrando la calma. Cada golpe que cae sobre él es un recordatorio de lo que está en juego: su vida, su fortuna, su futuro, todo está al borde del fondo.

Clarissa está visiblemente trastornada por la escena, su rostro pálido y los ojos vidriosos escuchando en la otra habitación. Sin embargo, hay una chispa de esperanza en ella, un hilo muy delgado que no se ha roto.

09:30 am:

El comedor, convertido ahora en una macabra habitación de tortura, está impregnado de la violencia sufrida. La luz ilumina manchas de sangre que decoran las paredes cercanas a la silla donde Marcus se encuentra. Sus gritos han desvanecido, no porque haya cesado el dolor, sino porque su voz ya no es capaz de seguir resistiendo.

Héctor, cubierto su sudor y con su rostro marcado por la fatiga de una brutal sesión de tortura, observa a Marcus con una expresión impasible.

—Decide— Dice Héctor, con una voz rota, pero clara. Su mirada ya es fija.

Marcus, apenas capaz de sostenerse, se toma un momento para reunir las pocas fuerzas que le quedan. El dolor en su abdomen, donde los golpes aún arden, es insoportable, pero al final, la supervivencia toma la delantera:

—Se los daré— Responde con voz rasposa, su mente completamente nublada por el sufrimiento. Sus ojos, antes llenos de una arrogancia incontenible, ahora reflejan una angustia cruda.

Héctor asiente, y una sombra de satisfacción cruza su rostro. Kevin, que había estado esperando en silencio, da un paso adelante. A través de su mirada, se ve que está preparado para ejecutar el último eslabón en el plan.

Se acerca a un dispositivo móvil, uno que había escondido entre sus pertenencias, y lo conecta a un sistema encriptado. Ya había preparado todo el terreno para asegurarse de que el dinero de Marcus se mueva sin dejar rastros.

Aquí es donde entra en juego la compleja red de operaciones bancarias, todo bajo el manto de anonimato. Kevin comienza a teclear, rápido y preciso. Utiliza un software de criptografía de nivel avanzado, uno que permite enviar transacciones de una cuenta a otra sin que nadie pueda rastrear el origen o el destino.

Primero, accede a la cuenta bancaria de Marcus, utilizando una clave que le proporcionó el mismo Marcus. La clave es solo una parte del proceso, y el sistema está diseñado para pedir una verificación múltiple: la contraseña, el código de seguridad y una serie de preguntas de seguridad que por parte del mismo.

A través de varios pasos de verificación, que incluyen el uso de una VPN y un servidor proxy altamente encriptado, transfiere la cantidad de dinero necesaria a una cuenta que pertenece a un "intermediario", uno que no tiene ningún vínculo directo. Luego, mediante una serie de transacciones en cadena, cada una pasando por distintos bancos offshore, el dinero se transfiere una vez más, a una cuenta final casi completamente desanonimizada.


Finalmente, el dinero llega a su destino: una cuenta que parece no tener ningún propietario claro. Todo el proceso se lleva a cabo con precisión quirúrgica, un nulo rastro digital, nada que se pueda rastrear en ellos.

Con un último vistazo a la pantalla del dispositivo, Kevin mira a Héctor. El dinero está seguro, y con ello, su misión está completa sacando algunos inconvenientes.

—Ya está— Dice Kevin satisfecho, un susurro que apenas rompe el pesado silencio en la habitación.

Marcus, a pesar de su dolor y humillación, hizo lo correcto para sobrevivir a través de ese proceso. 

Clarissa, encerrada en la pequeña habitación de la casa, siente cómo el tiempo parece arrastrarse mientras las horas pasan en silencio. Ha dejado de escuchar los gritos, el sonido de los golpes. Intuye que finalmente Marcus ha cedido. 

Fuera de la habitación, en el comedor, Héctor se acerca a compañero, que está de pie, observando la pantalla de su dispositivo móvil, probablemente verificando el estado de la operación. Héctor, con una sonrisa satisfecha, comienza a limpiar la sangre de las manos:

—Bueno, el tiempo se acaba. Creo que el dinero lo distribuiremos después, ¿no?— Pregunta Héctor con tono relajado, intentando distender la tensión del momento.

—Así es— Responde Kevin sin rodeos.

—¿Qué hacemos con la chica? Hemos dejado de contactarnos con sus padres debido a ya sabes —Duda Héctor, mientras su mirada se desvía.

Kevin parece meditar unos segundos, pensativo:

—Llámalos, la dejaremos en la segunda ruta de la ciudad. La ataremos con un palo y dejaremos una clara ubicación con ella, con uno de estos celulares —Kevin saca un pequeño Nokia de su bolsillo y se lo muestra a Héctor, quien asiente sin vacilar.

—Está bien— Responde Héctor, mientras su dedo marca el número en su teléfono, sabiendo que pronto el destino de Clarissa será sellado, al igual que el de todos los demás.

Mientras ellos hacen sus planes, Marcus, sentado con su cuerpo marcado por los golpes, comienza a percatarse de algo: en algún momento, durante la brutalidad de los golpes y forcejeos, las ataduras que lo sujetaban a la silla se aflojaron. Sus muñecas, aunque todavía ligeramente doloridas, tienen suficiente espacio como para mover las manos. Un atisbo de esperanza lo atraviesa. Sabe que la oportunidad que ha estado esperando ha llegado. Con toda la calma posible, comienza a mover las manos lentamente, probando la resistencia de las cuerdas. En su mente, su único pensamiento es el de escapar.

—Bien, movámonos, ni tenemos tiempo que perder— Vocea Kevin, como si todo estuviera bajo control. Héctor, sin dudar, se levanta y ambos salen de la habitación.

Héctor, con celular en mano, hace la llamada anónima a la familia de Clarissa. Su voz, fría y calculadora, le da a la familia la noticia esperada: su hija está viva y le dan una respectiva ubicación.
Luego de eso busca a clarrisa en la otra habitación dispuesto a dormirla otra vez para posicionar su cuerpo dentro de la van con ataduras en sus manos y pies.

Mientras tanto kevin se quita la mascarilla, respirando con dificultad. El aire fresco de la parte trasera de la casa lo llena por un momento, aunque sabe que este breve respiro no durará mucho.

—Ya está casi todo echo. La chica ya está en la furgoneta, falta dillom.— Dice Héctor quien interrumpe su momento.

—Muy bien... Lo logramos—Responde con un claro pero angustiante satisfacción de finalizar el plan.

La decisión está tomada: todo ha sido calculado con precisión.

Héctor, aún con el celular en mano tras hacer la llamada anónima, lo observa fijamente. Se cruza de brazos, como si aún quedara algo que no le cuadra.

—Kevin, ¿cómo lo hiciste?— Pregunta de golpe.

Kevin gira apenas la cabeza hacia él, arqueando una ceja.

—¿Hacer qué?

—Conseguir a las víctimas. Daniel, Marcus... ¿Cómo supiste tan rápido que ellos eran los indicados? Dudo que digas que fue solo intuición.

Kevin suelta una leve risa por la nariz:

—No fue intuición. Los conocí antes. Pero ellos nunca supieron de mí.

Héctor frunce el ceño.

—¿Cómo?

Kevin da otra otro respiro antes de responder.

—Daniel... Lo conocí cuando aún vivía con sus padres. Yo trabajaba como obrero, arreglando una parte de la casa de su familia.

—¿En serio?

Kevin asiente, como si el recuerdo le resultara distante.

—Era una familia con bastante privilegios. La casa era enorme, con ventanillas, y paredes lisas con excelente esplendor. Pero la convivencia hogareña no era de colores: Peleaban todo el tiempo. Su padre lo trataba como basura, lo llamaba inútil, bueno para nada... Y Daniel no se quedaba atrás. Los padres en general eran unos arrogantes prejuiciosos, escuche cantidad de denigraciones de ellos, seguramente por los bandos políticos que seguía su abuelo. Como si estuvieran en un maldito programa de televisión.

Héctor lo observa con atención, sorprendido por la información.

—¿Y qué tenía que ver contigo?

Kevin suelta una risa seca.

—Yo solo estaba ahí, trabajando. Pero su padre no tenía a nadie más con quien descargar su frustración, así que a veces se la agarraba conmigo. Daba órdenes con un tono de mierda, me hablaba como si fuera inferior. A Daniel no parecía importarle... 

Héctor asiente lentamente, imaginándose la escena.

—¿Y eso fue suficiente para ponerlo en la lista?

Kevin sacude la cabeza.

—No en ese momento. Pero años después me lo crucé. Lo reconocí al instante, aunque él a mí no. Probablemente porque mí apariencia había cambiado. Seguía teniendo ese pesimismo, pero ahora tenía plata. Plata que no parecía haber conseguido con esfuerzo. Es ahí cuando supe que Daniel era indicado. No estaba seguro de las decisiones y caminos que tomar, desconocía mucho de la experiencia laboral y ya estaba angustiado.

Héctor se queda en silencio, asimilando la historia. Luego, pregunta:

—¿Y Marcus?

Kevin saca una bebida en lata lentamente y la abre antes de responder:

—Marcus es otra historia. A él lo conocí en la secundaria.

—¿Eran amigos?

Kevin deja escapar una leve risa, mientras le da una calada a la bebida:

—¿Amigos? No. Él era el tipo de persona que siempre tenía un séquito detrás, rodeado de idiotas que querían ser como él. Siempre fanfarroneando sobre lo que tenía, sobre sus sueños del dinero.

Héctor rueda los ojos.

—Un cretino, básicamente.

—Exacto. Y lo peor es que lo sabía.

—¿Cómo lo volviste a ver?

Kevin se encoge de hombros:

—Años después, en un bar. Yo estaba ahí por otro asunto, pero lo vi pasar. Iba con gente igual de arrogante que él, derrochando dinero sin pensar. Me bastó verlo unos minutos para saber que no había cambiado. Lo único diferente era que ahora tenía acceso a una cuenta bancaria más grande es ahí cuando empecé a investigar a qué oficio se dedicaba.

—Y ahí fue cuando pensaste en él para esto.

Kevin asiente lentamente.

—Sí. Pero lo que realmente me dio la certeza fue la primera charla que tuve contigo.

—¿Conmigo?

Da una sonrisa con inercia de lado:

—Sí. Me diste nombres, detalles, suficiente información para empezar a moverme. Y ahí fue cuando los stalkeé.

Héctor lo mira con una mezcla de sorpresa y admiración.

—¿Cómo lo hiciste?

—Me hice pasar por muchas cosas. Trabajador de mantenimiento, mensajero, repartidor de paquetes. Siempre manteniendo distancia, siempre observando. Busqué a gente que los conociera, me filtré en sus círculos sin que se dieran cuenta. Y confirmé que eran los blancos perfectos.

Héctor se queda mundo por unos segundos, su mirada compacta:

—Eres un maldito perseverante.

—Y sin embargo, aquí estás.

Un breve silencio se instala entre ellos antes de que Héctor suspire.

—Bueno... el plan está casi terminado. ¿Nos largamos ya?

Kevin observa el cielo por un momento, luego asiente:

—Sí. Es hora.



La atmósfera densa en la casa refleja la tensión potencial. El cielo nublado parece presagiar lo inevitable.

En el comedor, Marcus, agotado pero con la mente alerta, fija su mirada en un gran cuchillo sobre la mesa. Sus manos, ahora libres, tiemblan levemente, pero no por miedo, sino por la adrenalina que comienza a recorrer su cuerpo.

Mientras tanto, en cerca del patio en la puerta trasera Kevin y Héctor siguen manteniendo la conversación:

—Así que tenías un paso sobre todo ello.— Dice Héctor, cruzándose de brazos, analizando.

Con la mirada perdida, deja escapar un suspiro. La brisa fría le roza el rostro:

—No soy una terrible persona Héctor... solo los utilicé para beneficio nuestro, beneficio que necesitábamos.— Su tono es bajo, casi como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo—. Pero... realmente no creí que llegaríamos al punto de asesinar a alguien. No pensé en eso... Y tampoco lo de la chica. Eso fue idea tuya, al azar.

Héctor entorna los ojos, sin molestarse en desmentirlo. Hay una pausa tensa antes de que finalmente responda:

—Bueno... voy a buscar a Marcus. Es hora de irnos.

Se da media vuelta y camina hacia la puerta del comedor. Al abrirla, no tiene tiempo de reaccionar...

Un destello metálico corta el aire.

El cuchillo se clava en su abdomen.

El impacto es sordo, pero el dolor es inmediato. Un calor punzante se esparce por su cuerpo cuando la sangre comienza a brotar, oscura y caliente empapando su ropa. Héctor tambalea y cae de rodillas, jadeando. Marcus, con la poca fuerza que le queda, ha lanzado su último ataque. No con la potencia suficiente para matarlo, pero sí para herirlo de gravedad.

—¡Imbécil!— Jadea de dolor, presionando la herida con ambas manos, su respiración volviéndose irregular.

Marcus intenta levantarse, pero en ese instante, Kevin entra en escena. Su mirada se endurece. Sin dudarlo, toma un palo de madera y lo estrella contra el cuerpo de Marcus. El impacto lo hace caer con facilidad.

Marcus trata de reincorporarse, pero otro golpe certero impacta en su cuello. Se oye un crujido seco.

El cuerpo de Marcus queda inerte en el suelo.

Silencio absoluto. No hay gritos ni lucha, solo la respiración entrecortada de Héctor y el leve murmullo del viento filtrándose por las ventanas.

—¿Está muerto?— Pregunta Héctor, su vista borrosa por la pérdida de sangre.

Kevin traga saliva, mirando el cadáver:

—Sí...

Héctor exhala con dificultad. Su herida no es mortal de inmediato, pero la sangre sigue fluyendo sin cesar.

—Necesito atención médica, Kev...

Kevin baja la mirada, su expresión cargada de incertidumbre:

—Sabes que no podemos hacer eso. Es demasiado arriesgado. Tendrás que resistir, de lo contrario estamos muertos.

No hay respuesta, solo una mirada de exigencia médica:

—Piensa, Héctor. Si vamos a un hospital, estamos muertos. La policía debe estar patrullando la zona. Tenemos que irnos rápido. Yo te cargaré.

Héctor lo mira con una mezcla de furia y decepción. La sangre escurre, y con cada latido, la desesperación crece.

—¡CARAJO KEVIN! ¡Tú no tienes un puto puñal en el abdomen!— Escupe con rabia—. Llévame al hospital o juro que...

Su voz se corta cuando ve el arma en las manos de Kevin...

Por un instante, sus miradas se cruzan.

Kevin no vacila.

—¿En serio? Después de todo...— Susurra con una expresión fría—... No creí que esto acabaría así.

El disparo retumba en la habitación.

La bala se incrusta en la frente de Héctor. Su cuerpo cae de espaldas, duro.

El eco del disparo se disipa lentamente, dejando tras de sí un silencio insoportable.

Kevin observa el cadáver de su amigo. La sangre se esparce en el suelo, formando un charco oscuro.

No hay marcha atrás.

Todo ha terminado.

Kevin se sienta en la mesa de la habitación por un momento. Su respiración es pausada, pero sus pensamientos son un torbellino. Acaba de tomar una decisión terrible.

10:00 a. m.

Comienza a limpiar la escena. El cuerpo de Marcus vuelve a la silla, como si aún estuviera allí, exhausto. Recoge minuciosamente los restos del operativo: guantes, armas, documentos, cualquier rastro que los incrimine. Todo es guardado.
Clarissa sigue dormida dentro del vehículo, su respiración tranquila, inconsciente del infierno.
Su letargo le facilita a Kevin moverse sin interrupciones. Sin embargo, su expresión refleja disgusto. Limpia el lugar con método, pero no con calma. Hay algo en su semblante, una mezcla de fatiga y repulsión.

Mientras acomoda los cuerpos de Héctor y Marcus en el comedor, un golpe seco resuena en la puerta principal.

Kevin se congela, es un policía:

—Buen día— Saluda el agente, suspirando con una mirada analítica—. Hemos notado su furgoneta negra afuera, y nos ha llamado la atención. No sé si lo sabe, pero ha habido reportes de secuestros en la ciudad y en otras áreas cercanas. Los sospechosos parecen moverse en una van exactamente igual a la suya.

Kevin traga saliva. No responde de inmediato. No esperaba esto tan cerca de su escape:

—Queríamos hacer una inspección y, además, preguntar por Héctor Mayors. ¿Se encuentra en este sitio?

El mundo parece ralentizarse. Cada detalle cuenta. Cada respuesta puede sellar su destino.

—Héctor no está aquí— Responde finalmente, con una calma ensayada— Creí que ya sabrían que se fue. ¿Ha hecho algo?

—Bueno, eso no se lo puedo decir. Pero usted es amigo de él, ¿verdad?

Kevin frunce el ceño, procesando rápidamente la conversación. El policía sabe algo. O sospecha demasiado.

— Usted... es Kevin Louwel, ¿no? -Continúa el oficial.

—Em, Así es.— Su Tono cambia de formal a serio— ¿Que se le ofrece? ¡Oficial!

El ambiente es pesado. Hay algo en la mirada del policía, una duda, una certeza oculta hasta que todo se rompe.

El policía empuja la puerta bruscamente.

Kevin reacciona por instinto, dando un paso atrás. Demasiado brusco. Demasiado sospechoso.

El agente jala el gatillo.

El estruendo del disparo retumba en la casa.

Un ardor abrasador atraviesa el hombro de Kevin, mismo hombro que recibió un impacto días atras.
El disparo lo hace tambalear. Pero la adrenalina es más fuerte que el dolor. Su cuerpo se mueve antes de que su mente procese el ataque.

Levanta su arma y dispara.

El tiro da en el cuello. Un segundo después, el policía cae, su cuerpo convulsionando en el suelo mientras la sangre se desborda de la herida.

Kevin jadea, con una mano en el hombro ensangrentado. Todo sucedió en segundos, pero la escena parece alargarse eternamente en su mente.

No hay tiempo para lamentaciones.

Mueve el cuerpo del policía rápidamente, integrándolo en la escena con los cadáveres de Héctor y Marcus. El caos ya estaba allí, él solo lo usa a su favor. Borra sus cosas, elimina rastros, se asegura de que la narrativa apunte a otra dirección.

Cuando termina, su herida sigue palpitando, pero no se detiene.

Sale de la casa.

Se sube a la furgoneta mientras clarissa sigue dormida en la parte trasera.

El motor ruge con urgencia.

Kevin pisa el acelerador y se va sin mirar atrás.

La furgoneta avanza por el camino desolado, alejándose poco a poco de la casa.

Detrás, en la parte trasera, Clarissa comienza a despertar. Su mente está nublada, su cuerpo entumecido. Lo primero que siente son las ataduras en sus muñecas y tobillos. Lo segundo, la vibración del vehículo en movimiento.

Cuando alza la vista, lo ve.

Kevin conduce con expresión seria, la mirada fija en la carretera. No dice nada. No la mira directamente. Solo maneja.

El miedo se instala en su pecho. Quiere preguntar, gritar, exigir respuestas... pero está demasiado agotada. Demasiado confundida. Su única prioridad es sobrevivir.

Entonces, la observa a través del retrovisor. Su mirada no tiene emoción. Solo determinación.

Pero algo lo hace detenerse lentamente;

A lo lejos, se escuchan sirenas. Luces rojas y azules tiñen el cielo grisáceo. Son las patrullas están en camino hacia aquél lugar.

No hay tiempo.

Mueve la cabeza levemente, como si decidiera algo en su mente. Luego habla con voz firme:

—Te dejaré salir ahora mismo si prometes no decir nada.

Clarissa lo mira, aturdida. Sus pensamientos son un caos. No sabe qué pasó en la casa. No sabe dónde está Marcus y el captor. Pero algo en su instinto le dice que preguntar podría ser un error.

—¿Qué dices?— Susurra ella, sin saber qué otra respuesta dar.

Kevin suspira pero detrás de eso hay algo más. Cansancio:

—Tú estabas en la escena. Marcus dillom intentó atacar al secuestrador. Él respondió matándolo. Tiempo después, un policía entró y sospechó del tipo. Hubo disparos. Caos. Tú aprovechaste la confusión para escapar. Corriste hasta encontrar esta carretera... y justo aquí viste a las patrullas acercándose.

Señala con un leve movimiento de cabeza hacia las luces en la distancia.

—Nunca hubo dos raptores. Solo uno... Si prometes mantener este silencio por el resto de tu vida, dejaré que abras la puerta trasera y bajes. Caminarás por la carretera hasta que algún patrullero te vea. No corres peligro. Pero si hablas será lo contrario.

Clarissa traga saliva. No sabe qué hacer. No sabe si confiar en él, pero tampoco ve otra opción. Su cuerpo está exhausto, su mente nublada.

Finalmente, asiente lentamente.

Kevin, sin dudarlo, afloja las ataduras de sus pies. Clarissa se mueve con cautela. Sus piernas tiemblan terriblemente cuando abre la puerta trasera de la furgoneta. Baja con dificultad, tambaleándose, sintiendo el asfalto frío bajo sus pies.

Las luces policiales están más cerca.

Kevin la observa por el retrovisor mientras ella se aleja, caminando con pasos inestables. Suspira largamente. Luego, sin más, pisa el acelerador.

La furgoneta arranca a toda velocidad.

El dinero está en su poder. Su próximo movimiento es incierto, pero una cosa es segura: todo depende de que esa chica aterrada guarde silencio.

Si lo hace, desaparecerá sin dejar rastro.

Si no...

No hay futuro.

No hay camino.

¿O si?



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